¿El trabajo infantil es tan malo como lo pintan?
El fracaso de un acuerdo clave para terminar con el trabajo infantil en la industria del cacao ha vuelto a poner esta problemática en el punto de mira. ¿Y si las normas internacionales sobre el trabajo infantil empeoran en realidad las condiciones de vida de los niños?
Samuel Obini, de 11 años (una persona ficticia basada en los testimonios de las oenegés y los observadores de Ghana) es despertado suavemente por su madre a las 6 de la mañana. Después de tomar un frugal desayuno de gachas de maíz, se dirige a la parcela familiar de poco menos de una hectárea para ayudar en la cosecha de cacao, ya que es la temporada alta de cosecha. Durante unos tres meses al año, Obini abandona la escuela para que su familia pueda ganar lo suficiente para pagar su educación. Sus dos hermanos mayores ya se han ido de casa para buscar trabajo en la ciudad de Kumasi. Sus dos hermanas menores aún son demasiado pequeñas para echar una mano. Sus padres no tienen dinero para contratar trabajadores.
El trabajo debe hacerse a mano, ya que las vainas maduran en diferentes momentos en el mismo árbol. Obini utiliza un palo largo con un gancho metálico en un extremo para recoger las vainas. Una vez cosechadas las mazorcas del día, las abre con un pequeño machete y extrae la pulpa blanca que contiene los granos de cacao.
Obini no es un delincuente, pero lo que hace es ilegal. Durante su jornada en la granja realiza al menos tres actividades peligrosas según las normas de trabajo infantil vigentes en Ghana. Por ejemplo, Obini tiene menos de 13 años, la edad mínima legal para poder realizar «trabajos ligeros». Si se descubriera que labora, ninguna de las empresas suizas de chocolate querría comprar los granos que acaba de cosechar porque estaría encubriendo el trabajo infantil. La industria del chocolate está sujeta a una política de trabajo infantil elaborada en la lejana Ginebra, donde tiene sede la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Compromiso fallido
Este año Ginebra y la OIT celebran el Año Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil. Y el 2021 marca también el fin del protocolo Harkin-Engel, un acuerdo de 2001 entre los gobiernos de Estados Unidos, Costa de Marfil, Ghana, la OIT y los fabricantes de chocolate. Su objetivo era eliminar las peores prácticas de trabajo infantil en la industria del cacao.
Las cifras más recientes no son prometedoras: un informe de 2020 realizado por encargo del Departamento de Trabajo de Estados Unidos para ver los progresos mostró que 1,56 millones de niños seguían trabajando en la industria del cacao en Costa de Marfil y Ghana, según las encuestas efectuadas entre 2018 y 2019. De ellos, el 95% realizaban trabajos peligrosos.
La encuesta también reveló que, al igual que Obini, el 94% de los niños que trabajan en los cultivos de cacao lo hacen para sus padres o familiares. James Sumberg, experto en empleo rural infantil y juvenil en África para el Instituto de Estudios para el Desarrollo de Reino Unido, considera que las tareas en sí mismas no deberían definir únicamente si se está perjudicando a los niños, sino que esta determinación debería englobar también el contexto social en el que se realizan.
«Una cosa es que el niño esté sometido a un régimen draconiano de trabajo a destajo en el que tiene que abrir mil mazorcas de cacao antes del mediodía o no se le dará el almuerzo”, dice. “Otra historia muy distinta es que abra un par de mazorcas porque quiere sentirse parte de la familia y desea contribuir”.
¿Qué es el trabajo infantil?
¿Significa esto que las directrices de la OIT son demasiado rígidas para ser cumplidas? La OIT define a grandes rasos el trabajo infantil como aquel que es “mental, física, social o moralmente peligroso y dañino para los niños y/o interfiere en su escolarización”.
“El trabajo infantil no son las tareas domésticas”, afirma Bejamin Smith, especialista en trabajo infantil de la OIT. La OIT se centra en situaciones en las que los niños son demasiado pequeños para el tipo de trabajo que realizan o están expuestos a labores peligrosas que ponen en riesgo su salud o seguridad. En el extremo se encuentran las peores formas de trabajo infantil, como la esclavitud, el reclutamiento forzoso en conflictos armados, la explotación sexual con fines comerciales y actividades ilícitas como el tráfico de drogas.
Neil Howard, investigador sobre el trabajo infantil en la Universidad de Bath, considera que el concepto del trabajo infantil ya es en sí problemático por la forma en la que las autoridades políticas tratan de proteger a los niños.
“El concepto de trabajo infantil ha sido elaborado por políticos bien intencionados, principalmente en Occidente, y por la OIT, en particular, con el objetivo de proteger a los niños, pero sin consultarlos”, dice.
Para el investigador, la repuesta política consiste sobre todo en prohibir ciertos tipos de trabajo que, según él, agravan la situación de muchos menores. Howard considera que hay que sopesar siempre los costos y los beneficios en relación con la situación local.
“Claro que hacer tareas repetitivas como recoger las mazorcas del cacao puede tener inconvenientes. Pero dado el contexto en el que viven muchos niños pobres en las zonas rurales de África Occidental, no solo es una necesidad económica, sino también una habilidad vital para que sobrevivan, dado que el cultivo de cacao será probablemente el trabajo al que se dedicarán”, dice.
Según Smith, los países son libres de adaptar las directrices de la OIT a sus propios contextos nacionales y corresponde a cada gobierno determinar qué se considera un trabajo peligroso. Pero Sumberg sostiene que muchas leyes nacionales toman casi al pie de la letra las recomendaciones de los convenios de la OIT, por lo que no se aplica esta flexibilidad.
Las empresas de chocolate son rigurosas
Además de la OIT y los gobiernos nacionales, las empresas de chocolate son otro de los grandes actores que influyen en la aplicación de las políticas de trabajo infantil en el terreno práctico.
Muchas empresas adoptan un enfoque riguroso porque son vigiladas de cerca por los medios de comunicación, las oenegés y los consumidores. La chocolatera suiza Lindt & Sprüngli explica en un correo electrónico enviado a SWI swissinfo.ch que sus proveedores están obligados a cumplir las restricciones sobre el trabajo infantil «tal y como las definen la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Convención de las Naciones Unidas y/o las legislaciones nacionales, según las medidas más estrictas».
Barry Callebaut, uno de los principales fabricantes suizos de chocolate, también opta por la definición más rigurosa, estableciendo la edad mínima para trabajar de acuerdo con el Convenio 138 de la OIT, que es de 15 años (o 14 para los países cuyas instalaciones económicas y educativas no están suficientemente desarrolladas). La empresa solo acepta la edad mínima especificada por la legislación local si es superior a la prescrita por la OIT.
Howard, de la Universidad de Bath, dice que este rigor por parte de las empresas se debe en gran medida a que el chocolate es consumido por “gente rica en Europa a la que no le gusta pensar en el hecho de que haya niños que participan en su fabricación”. Esto, dice, hace que se preste una atención desproporcionada a la industria del cacao con respecto a los problemas de trabajo infantil.
De hecho, las últimas investigaciones de la OIT muestran que hay mucho más trabajo infantil en la producción de bienes no destinados a la exportación, como el maíz, el arroz o la mandioca, que en la producción de bienes para la exportación. Estos productos rara vez se controlan y suelen involucrar a menudo a menores que realizan trabajos peligrosos.
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Los chocolateros ante el pertinaz desafío del trabajo infantil
No hay soluciones fáciles
El sector del chocolate está de acuerdo en que el trabajo infantil es un problema complejo vinculado a la pobreza rural y que prohibir simplemente que los niños trabajen no es la solución. Una evaluación de 2019 sobre el impacto de los esfuerzos de Lindt & Sprüngli mostró que los agricultores de Ghana luchaban para llegar a fin de mes y ganaban solo alrededor de 2 500 dólares al año, de los cuales el 70% provenía del cultivo de cacao. El estudio de impacto también descubrió que la formación de la empresa en materia de prevención del trabajo infantil era en parte responsable del bajo rendimiento de los cultivos debido a la consiguiente reducción de la mano de obra familiar.
“No hay soluciones fáciles y necesitamos esfuerzos coordinados de muchos actores que aporten múltiples soluciones”, dice Nick Weatherill, director ejecutivo de la Iniciativa Internacional del Cacao que coordina las acciones de las grandes empresas chocolateras.
Sumberg lo expresa con mayor claridad: “La estrategia más eficaz puede ser la más dolorosa para la industria del cacao: pagar a los productores y a todos los integrantes de la cadena de suministro un salario justo”, dice.
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Traducción del inglés: Andrea Ornelas
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