Nombrado gobernador del Banco Nacional Suizo en 2012, Thomas Jodan se ha enfrentado a un gran desafío durante el último quinquenio: proteger a la economía helvética en plena crisis del euro. Las medidas que ha tomado han sido objeto de duras críticas.
“Todo mundo quiere a Thomas Jordan”, publicó en 2012 el ‘TagesAnzeiger’, de Zúrich, al conocerse su nombramiento al frente del Banco Nacional Suizo (BNS). El entonces brillante vicepresidente del banco central tenía, a juicio de los principales partidos y organizaciones económicas del país, todas las cualidades necesarias para presidir el BNS en uno de los momentos más delicados de la historia del banco central. Sus capacidades eran evidentes: este profesor de Economía había pronosticado en 1994 la crisis del euro en su tesis doctoral. Y, tras sumarse a las filas del BNS en 1997, había ascendido la totalidad de los escalones de la entidad hasta alcanzar su cima.
Además, Thomas Jordan era percibido como un hombre serio, íntegro y fiable. Cualidades indispensables tras la controvertida dimisión de su predecesor, Philipp Hildebrand, que se vio obligado a abandonar su cargo cuando la prensa reveló que su esposa había realizado una serie de transacciones en dólares y euros, aprovechando el acceso a información confidencial.
Las competencias de Jordan adquirieron pues doble relevancia considerando que la presidencia del BNS le era confiada en tiempos de crisis económica y financiera a nivel global. El entrante titular del instituto emisor asumió la misión de proteger a Suiza de los efectos nocivos de la crisis internacional y de las turbulencias de la zona euro, al tiempo que aceptaba como corolario librar una batalla interna para evitar que el franco se apreciara excesivamente.
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Durante su presidencia, Thomas Jordan ha tenido que tomar dos decisiones que le han supuesto toda clase de críticas. La primera, en 2014, consistió en introducir tasas de interés negativas para los depósitos hechos por los bancos comerciales en el BNS. La segunda fue más controvertida aún: el 15 de enero del 2015, el BNS desató una violenta oleada de reacciones al anunciar, de forma sorpresiva, que quedaba abolido el tipo de cambio mínimo entre el euro y el franco suizo.
En unos minutos la bolsa de valores helvética cayó un 10%, arrastrando con ella a otras plazas financieras internacionales. Y el franco alcanzó la paridad con el euro, lo que encareció un 20% todos los productos suizos de exportación y el turismo en Suiza. Así, de un día al otro, Thomas Jordan se volvió el hombre más odiado de Suiza.
Dos años después, sin embargo, la mayor parte de esas críticas se han apagado. Aunque la economía suiza rozó la recesión en 2015, hoy se encuentra nuevamente en la ruta del crecimiento moderado. Muy pocas empresas tuvieron que cerrar debido al franco fuerte y el desempleo se ha mantenido en tasas inferiores al 3,5%. Esto se debe a que el BNS ha conseguido mantener un tipo de cambio de entre 1,07 y 1,08 francos suizos por euro durante los últimos dos años.
Para Thomas Jordan, la compleja lucha contra la apreciación del franco sigue. Pese a las intervenciones del Banco Central Europeo (BCE) en los mercados financieros, la zona euro sigue siendo una fuente de preocupación política y económica, especialmente ahora que se avecinan elecciones en Francia y Alemania. Y ante este panorama, el margen de maniobra del BNS es cada vez más estrecho, porque las reservas internacionales del país ya rebasaron en 2016 –por primera vez en la historia– el valor del Producto Interno Bruto (PIB) de Suiza.
Traducción del francés: Andrea Ornelas
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El 15 de enero de 2015, a las 10h29, con un euro se podían adquirir bienes y servicios por el equivalente a 1,20 francos suizos. A las 10h30, todo cambió: el Banco Nacional Suizo anunciaba la súbita eliminación del tipo de cambio mínimo entre las dos divisas. Unos minutos más tarde, un euro valía solo 85 centavos de franco.
Durante el resto del año, el tipo de cambio del euro osciló entre los 1,05 y 1,08 francos, lo que supuso el encarecimiento en un 10% de todos los productos suizos consumidos por los europeos y también tuvo un claro impacto para los turistas europeos que recibía Suiza.
Un año después, empresas y economistas hacen un balance económico y político del costo que ha tenido la controvertida decisión del Banco Nacional Suizo (BNS).
A la luz de las primeras cifras del cierre de 2015, los resultados lucen desalentadores. Se perdieron 6 000 empleos cada mes y el gobierno se vio obligado a corregir su expectativa de crecimiento económico del 2,1 al 0,8%. En el ámbito turístico, entre mayo y octubre, se redujo en 142 000 el número de pernoctaciones en los hoteles suizos, al tiempo que la insolvencia de las empresas creció un 7%.
El panorama se complicó todavía más cuando a la decisión de eliminar el tipo de cambio mínimo, el BNS sumó otra más: llevar las tasas de interés a terrenos negativos, lo que generó presiones sobre el sistema de pensiones y sobre los bancos, que tuvieron serios problemas para colocar sus instrumentos entre su clientela.
Este cóctel llevó a algunas empresas suizas a deslocalizar sus procesos de producción a países menos costosos. Otras, en tanto, se enfrentaron a la necesidad de reducir efectivos, bajar temporalmente los salarios, o ampliar la jornada laboral a 44 horas semanales –con el mismo sueldo– para seguir siendo competitivas.
No todos los recortes de empleo o deslocalizaciones se deben a la fortaleza del franco. Tampoco ayudó la caída de la demanda en la zona euro, que desde hace décadas es el principal mercado para los productos suizos.
“Jordan, el destructor”
“Los datos de los que disponemos ahora indican un claro estancamiento económico en 2015, pero cuando se conozcan más estadísticas al cierre del año pasado, quizás confirmemos que Suiza ya está en una recesión técnica”, explica a swissinfo.ch Janwillem Acket, economista del banco Julius Baer.
“De hecho, algunos observadores afirman que sectores como la venta al detalle, el turismo o las industrias eléctrica y de maquinaria han entrado en un proceso recesivo en los meses previos”, agrega.
El 2016 tampoco será un buen año, según Acket: “Nadie espera una mejora en el tipo de cambio franco-euro este año, y la única esperanza para la industria suiza es que la demanda de la zona euro se recupere”.
Este panorama sombrío ha llevado a que los grupos de cabildeo de la iniciativa privada y las propias empresas dirijan un dedo flamígero hacia el BNS.
En diciembre, en su publicación ‘Work’, el sindicato Unia se refirió al gobernador del banco central, Thomas Jordan, como “Jordan el destructor”, porque le considera responsable de haber erosionado por completo la industria helvética.
El artículo de Unia también destaca que, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Suiza se enfrenta a que, por primera vez en la historia, su tasa de paro (4,9%) superó a la alemana (4,5%) durante el tercer trimestre de 2015.
Algunos economistas intentan atemperar la virulencia de estas críticas contra el BNS con el argumento de que el instituto central perdió todo margen de maniobra cuando el Banco Central Europeo (BCE) anunció (enero de 2015) que inyectaría miles de millones de euros a la economía. Esto obligó al banco central helvético a poner en marcha una estrategia de defensa coherente con la dualidad que registraba el mercado internacional: Mientras el BCE desplegaba una política monetaria expansiva, la Reserva Federal de Estados Unidos (FED) actuaba de forma totalmente opuesta. En defensa de su posición, el BNS ha reiterado que seguir la línea del BCE y poner en marcha la máquina de imprimir billetes, solo habría llevado su hoja de balance a niveles inmanejables.
Credibilidad intacta
El periódico ‘Tages-Anzeiger’ apoya sin condiciones al BNS. Más aún, nombró a Thomas Jordan como el “Suizo del Año”, celebrando el coraje que tuvo el banquero de eliminar el tipo de cambio mínimo.
Sin embargo, el BNS sigue siendo objeto de una gran presión política. La Unión Democrática de Centro (UDC, derecha conservadora) respalda la política del banco central. Los partidos de izquierda, en cambio, le recriminan los empleos que se han perdido y que seguirán desapareciendo a medio plazo, debido a que la mano de obra helvética se ha vuelto demasiado cara.
Y los problemas del BNS no terminan ahí. Este 2016 será objeto de un referéndum que acrecienta las presiones que se ciernen sobre el banco central. Tras rechazar en 2014 una iniciativa que habría obligado al banco central a aumentar sus reservas de oro, este año los suizos tendrán que decidir si el BNS se convierte en el único emisor de dinero en el país.
Esto es, el instituto central es el único responsable de imprimir billetes y de acuñar monedas en Suiza, pero no emite el ‘dinero electrónico’ que utilizan los bancos. El grupo que impulsa la iniciativa asegura que los bancos ‘crean’ dinero cuando extienden una línea de crédito, lo que genera inestabilidad y riesgos para el sistema financiero, ya que en sus arcas solo respaldan un pequeño porcentaje del monto que están otorgando, lo que ha sido génesis de múltiples quiebras bancarias internacionales.
El BNS no se ha pronunciado formalmente a este respecto, pero Thomas Jordan dejó entrever en diciembre que aprobar esta iniciativa sería un experimento riesgoso.
De regreso a la controversia cambiaria, pese a las voces que tiene en contra, la credibilidad del BNS parece haberse mantenido intacta en los mercados internacionales.
Acket reconoce que le sorprende que el tipo de cambio euro-franco suizo hay permanecido relativamente estable, en 1,08 francos por divisa europea, desde el verano pasado. Es señal de que los mercados toman en cuenta las advertencias del BNS, en el sentido de que intervendrá para evitar la apreciación del franco.
“Si esta tasa cambiaria se mantiene estable, las empresas tendrán oportunidad de ajustar su estructura de costos”, estima el especialista de Julius Baer. “Después de dinamitar el dique en el momento del aluvión, ahora parece que el BNS quiere ganar tiempo para que la economía suiza pueda adaptarse al nuevo entorno cambiario”.
Fortaleza del franco
El franco suizo es un valor refugio que atrae a los inversores internaciones en periodos de volatilidad. Fue el papel que desempeñó en 2009, cuando la crisis financiera global provocó el desplome de muchas inversiones y generó una gran inestabilidad en la economía mundial.
En 2011, la apreciación del franco frente a otras divisas –especialmente el euro y el dólar– junto con las condiciones económicas adversas en la eurozona–, llevó el valor de la moneda suiza prácticamente a la paridad con el euro. Ante el temor de que este desequilibrio se tradujera en deflación, el BNS puso en marcha la máquina de imprimir billetes para ampliar la oferta de francos en el mercado y reducir las presiones alcistas sobre la divisa suiza.
Asimismo, introdujo una política de tipo de cambio mínimo de 1,20 francos suizos por euro, al tiempo que dejó claro que imprimiría tanto dinero como fuera necesario para garantizar este tipo de cambio.
Durante los tres años y medio posteriores, esta política funcionó, pero a un costo muy alto: el BNS tuvo que desembolsar más de 500 000 millones de francos para sostener su palabra (monto equivalente al 70% de la riqueza que genera Suiza cada año).
A finales de 2014, el Banco Central Europea (BCE) volvió a poner a Suiza en jaque con una política monetaria expansiva, al anunciar que estaba dispuesto a inundar con euros la economía de la zona euro para apuntalar sus economías en crisis.
El 15 de enero de 2015, el BNS no tuvo otra alternativa que aceptar su derrota y poner fin a la política cambiaria.
Una semana después de su anuncio, el BCE puso en circulación un billón de euros (1,09 billones de francos) como parte de su estrategia de flexibilización monetaria, una decisión que habría puesto a Suiza contra la pared en caso de no haber eliminado el tipo de cambio mínimo, ya que le habría exigido imprimir miles de millones de francos, llevando sus reservas internacionales a niveles totalmente insostenibles.
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