Una familia en la buena vía, pese al incierto futuro
Llegados a Suiza hace más de un año como solicitantes de asilo, los Sajadi* se sintieron perdidos al principio. No entendían una palabra del idioma y los siete miembros del grupo estaban obligados a vivir en un espacio mínimo. Pero desde entonces, las cosas han evolucionado de manera positiva para esta familia afgana, aunque la adaptación a este nuevo mundo no es nada fácil.
“La vida es demasiado corta para aprender alemán”, se queja Maryam*. La joven de 21 años se encuentra con su hermano Mahdi* (19) en el apartamento de Fritz* en Berna. La lección del día es sobre las oraciones principales y relativas. El jubilado maestro de secundaria corrige pacientemente a sus alumnos hasta que la oración es correcta. La sed de conocimiento de los muchachos lo hace feliz. Ambos están muy conscientes de la importancia del alemán para su integración y sobre todo, para sus ambiciosos planes profesionales.
Hace un año que Fritz enseña alemán a los jóvenes afganos. “Son muy activos y rápidamente aprendieron a expresarse. Son ingeniosos y se molestan todo el tiempo sobre quién es más inteligente. Sus exigencias son muy altas”. “Soy la nieta de Einstein”, grita Maryam imitando el gesto de un boxeador detrás de su hermano.
Acuden dos a tres veces por semana a casa de Fritz para estudiar esta “difícil” lengua. Hablan de todo y de nada. También piden consejo a su maestro, el cual se convirtió desde hace tiempo en su confidente. “Al principio tuve que hacerles entender claramente que debían llegar con puntualidad, ahora la cosa funciona perfectamente. El tiempo que paso con ellos es muy gratificante para mí”, narra este comprometido profesor.
Afganistán – Suiza: 6 800 kilómetros
La familia Sajadi procede del distrito de Sharistan en el montañoso centro de Afganistán. Pertenece a la etnia hazara, como el 10% de la población, y habla darí una lengua persa. A diferencia de la mayoría de los afganos, que son sunitas, la familia es chiita. Considerados inferiores, los hazaras sufren discriminación y persecución, lo que llevó a muchos de ellos a huir a Irán y Pakistán.
Los Sajadi dejaron su tierra natal a principios de 2011 en dirección de Irán y luego de Turquía, donde vivieron durante cuatro años en la gran ciudad de Adana. Más tarde emprendieron la ruta de los Balcanes y de ahí a Suiza, a donde llegaron en octubre de 2015 y depositaron una solicitud de asilo. swissinfo.ch se reunió entonces con ellos.
En los primeros meses, la familia compartió una habitación en un centro del Ejército de Salvación de un poblado bernés. Durante el día había que apilar colchones en una esquina, a fin de abrir un espacio para comer. Después de cuatro meses, los dos hijos mayores pudieron mudarse a casa de Marianna*, quien vive en el mismo pueblo. Desde entonces, esta enfermera retirada apoya como puede a la familia. Les ayuda a estructurar su vida, acompaña las tareas escolares de los más chicos, acude a las reuniones de los padres de familia, sostiene a los jóvenes en su orientación profesional y en la búsqueda de un puesto de aprendizaje. “Tengo suerte con esta familia: acompañarlos me abre los ojos y es una ganancia para mí también, es realmente lo que llamamos una situación ‘ganador-ganador’”. Sería bueno que todos los refugiados pudieran tener un padrino o una madrina”.
El alemán es difícil
El mayor desafío para todos es el idioma. “Al principio no entendía nada, era difícil”, dice Said*, de 15 años. Ahora, la cosa va razonablemente bien”. Este muchacho desgarbado cursa el noveno grado de la escuela y pretende hacer un año más antes de iniciar un aprendizaje de mecánico automotriz para convertirse más tarde en mecánico de aviones. Le encanta estar afuera, juega futbol, escucha música pop y rap de Turquía, toca la guitarra y adora cantar. “Un muchacho lleno de vida”, dice Marianna.
Su hermano menor, Mohsen* (12) está decidido a continuar estudios superiores. Además del alemán, también aprende francés e inglés. Incluso los fines de semana se zambulle en los libros, y tiene buenas notas. Este aplicado alumno es también delantero en el club local de fútbol juvenil y según su padre, tiene “cuatro ojos en la cabeza”. Mohsen admira a Ronaldo y a Beckham y le gustaría ser futbolista profesional. Y si eso no funciona, estudiar medicina.
Mahdi, el mayor de los hermanos, sufrió en los primeros meses ante el temor de sentirse “estúpido” cuando no entendía lo que decía la gente. Desde entonces, ha aprendido a expresarse en alemán, a pesar de que la cultura y la mentalidad de los suizos le siguen siendo ajenas. “No puedo imaginarme tener amigos suizos. Somos demasiado diferentes. Y los muchachos de mi edad me parecen mucho más jóvenes”. En este momento, busca un lugar de aprendizaje en un hospital para hacer una formación de enfermero. Su deseo sería llegar a ser médico más tarde. Sin embargo, la gran pasión de Mahdi es el boxeo tailandés. “En los Juegos Olímpicos de Tokio de 2020 voy a representar a Afganistán”, afirma seriamente.
Su hermana mayor también apunta alto. Además de sus clases de alemán, sigue diferentes cursos como auditora en la Universidad de Berna. Más tarde Maryam quiere estudiar, todavía no sabe exactamente qué, pero sí que el camino aún es largo. También enseña darí a niños afganos, incluidos sus hermanos. “Tienen que mantener el acceso a nuestra cultura, tal vez un día volvamos. ¿Quién sabe?”
Asma* (6 años), aprendió alemán como un juego. En el primer grado de primaria ya habla además, y casi sin acento, el dialecto bernés. Los padres, sin embargo, tienen más problemas. La madre, Zahra* (39), era analfabeta y aprende a escribir el alfabeto local, lo que no es fácil. Hossain*, el padre (41), ya conoce los nombres en alemán de las verduras locales, gracias a su pequeña parcela. Está orgulloso de sus ensaladas, remolachas, cebollas y calabacines, pero también ha plantado puerros afganos. Él y su mujer aman las plantas. Eso se advierte también en el departamento de cuatro piezas que los Sajadi pudieron encontrar con la ayuda de su “madrina”.
El mayor deseo de este sastre de formación, quien también ayuda en los trabajos forestales de la ciudad, es llegar a ser financieramente independiente. “Quiero montar mi propio negocio, la mejor sastrería de Berna”, dice sonriendo. Pero no es para muy pronto. Con su permiso N (para solicitantes de asilo), no tiene derecho a trabajar como independiente. Entonces pega un botón por aquí y por allá a un vecino y repara la ropa de su gran familia. También ayuda en un curso de costura para solicitantes de asilo.
El padre está muy agradecidos por todo el apoyo que él y su familia reciben. “Agradezco a Marianna, Fritz y muchos otros. ¡Esto lo tiene que escribir!”, insiste.
“¿Qué será de nosotros?”
Los Sajadi conocen ya relativamente bien la ciudad de Berna, pero no han visto gran cosa del resto de Suiza. Una vez fueron a Bettmeralp en Solothurn y a Zúrich. Pero la mayor parte del tiempo están ocupados, principalmente con la escuela, el cotidiano, las visitas médicas, el jardín, el deporte, y sobre todo, el aprendizaje del alemán. Y todos tienen nostalgia de su país -un país en guerra desde hace 35 años-, salvo Asma, que era todavía un bebé cuando salieron de Afganistán.
Lo más difícil es no saber lo que les depara el futuro. “Esta incertidumbre, esta espera, me pesan y me abruman, me deprimen y a veces hasta me hacen perder la motivación”, suspira Maryam. Y esta espera durará aún algún tiempo, ya que los Sajadi no han sido entrevistados. Es decir, para esta familia procedente de las lejanas montañas del Hindu Kush, el proceso de asilo todavía no ha comenzado.
* Nombres ficticios, identidades conocidas por la redacción.
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Traducido del francés por Marcela Águila Rubín
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