Grecia, una víctima más de la “dictadura financiera”
La deuda asfixia a Grecia, como a muchos otros países, incluso los más ricos. La deuda asfixia también a las familias. Pero ¿quién vende, recompra, subdivide y revende la deuda? El sistema financiero se ha convertido en el verdadero motor de la economía, responde Marc Chesney. En un crítico e incisivo libro, el economista franco-helvético denuncia el creciente poder de las finanzas que amenaza incluso la democracia.
Durante la más reciente crisis financiera, los países de la Unión Europea (UE) destinaron alrededor de 45 000 millones de euros a rescatar sus bancos ‘sistémicos’, es decir, entidades cuyos balances financieros presentan cifras inimaginables y cuya caída afectaría a economías íntegras.
Tan solo en el caso de Suiza, los dos gigantes del sistema, UBS y Credit Suisse, administraban fondos equivalentes a cuatro veces el PIB nacional en 2011. Una cifra que aumenta a la sorprendente referencia de 75 veces el PIB, cuando se consideran todas las actividades que las entidades realizan y que no se consignan en su balance formal, por lo que están fuera de todo tipo de control.
¿Deben los gobiernos contentarse y avalar un sistema en el que las ganancias son para unos cuantos, pero las pérdidas son compartidas por todos? En el ensayo ‘De la grande Guerre à la crise permanenteEnlace externo’, Marc Chesney responde a esta incógnita en 110 páginas de forma clara, concisa y con argumentos sólidos.
Marc Chesney
Es ciudadano franco-suizo y estudió Matemáticas en París y Ginebra, donde defendió su tesis sobre productos derivados.
Hoy es profesor de Finanzas en la Universidad de Zúrich, después de haber ejercido la docencia en la Escuela de Estudios Superiores en Comercio (HEC) de París.
Desde hace años, sus investigaciones y publicaciones académicas son reconocidas por el análisis crítico que realiza siempre sobre el sector financiero. Además, es miembro de Finance WatchEnlace externo y de kontrapunktEnlace externo.
Su obra ‘De la grande Guerre à la crise permanenteEnlace externo’ cosechó buenas críticas, tanto en las ediciones alemana como francesa. Fue seleccionada para ser presentada por su autor en la Feria del Libro de Fráncfort en 2014.
swissinfo.ch: ¿Por qué considera que la crisis griega es un indicador de lo que usted llama una toma de poder por parte de la aristocracia financiera?
Marc Chesney: Han quedado muy lejos los tiempos en los que el general de Gaulle decía (1966): “La política de Francia no se hace en la bolsa”. Hoy, son los mercados financieros los que dictan la orientación económica, financiera y social de los países.
En el caso de Grecia, vemos claramente cómo los mercados, el FMI y la Comisión Europea imponen exigencias que están por encima de las decisiones de los electores. Las medidas de austeridad que tuvo que aceptar Alexis Tspiras a principios de julio son más severas que las que los griegos habían rechazado en referéndum previamente. En la actualidad, Grecia está bajo tutela, la democracia ha sido vulnerada, y no es el único país en esta situación. El objetivo de esta política es aniquilar cualquier atisbo de resistencia en Grecia, como una señal de advertencia a los electores de otros países que también están obligados a la austeridad.
swissinfo.ch: Pero la austeridad y la reducción de la deuda deberían ayudar al país a recuperarse, ¿no es así?
M.C.: Justamente, es todo lo contrario. El aumento del IVA va a perjudicar especialmente a los más pobres. Las privatizaciones impuestas a Atenas conducen a situaciones absurdas. Por ejemplo, el Estado griego utiliza todavía edificios que se vio obligado a vender y por los que durante los próximos 30 años tendrá que alquilar por el triple del monto que recibió por la venta de estos inmuebles.
Ciertamente, Grecia sufre un problema de corrupción, pero el resto de Europa no está exenta de graves disfunciones como esa. ¿Cómo Jean-Claude Juncker, actual presidente de la Comisión Europea, puede ordenar a Grecia una reducción del déficit público, cuando durante años estuvo al frente de un país (Luxemburgo) que permitió que muchas empresas –que operaban en Grecia– evadieran impuestos en detrimento de las finanzas helenas? Esto es una farsa.
Esta evasión fiscal practicada a gran escala por una minoría es una de las principales causas de la ruina del Estado que hoy están padeciendo la mayoría de los griegos. No olvidemos que a los asalariados griegos se les retienen los impuestos en la fuente. Pero los salarios son bajos y muchas personas tienen varios trabajos, y buena parte de su ingreso proviene de la economía informal. La base gravable de los contribuyentes es, a todas luces, insuficiente.
Asumir que todos los griegos intentan estafar (como lo hizo el Gobierno con sus cifras) es caer en un falso cliché. En Alemania sucede lo mismo, los intereses del Deutsche Bank no corresponden a los de la inmensa mayoría de los contribuyentes alemanes. Y, sin embargo, son ellos quienes al final terminan pagando los riesgos desmedidos que asumieron los bancos.
swissinfo.ch: Hoy se tiene la impresión de que gran parte de la explicación de la crisis griega radica en que el país no tenía la madurez necesaria en 2001 para entrar en la zona euro…
M.C.: En aquel momento nadie se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, o no quisieron verlo. Grecia estaba fuertemente endeudada. Pero recordemos que el banco Goldman Sachs efectuó un montaje financiero (13 contratos de intercambio de diversas divisas por euros a precios distintos a los del mercado) lo que permitió a Atenas camuflar parte de su deuda. Eran intercambios que permitieron al país contraer créditos que no se reflejaban en la contabilidad nacional. Es un procedimiento común, que evidencia que la innovación financiera no tiene límites en la actualidad. Y Grecia no fue la única en hacerlo.
Pero este montaje contribuyó a que Grecia cumpliera con los criterios de Maastricht. Y de paso, Goldman Sachs se ganó una comisión de 300 millones de euros. Mario Draghi, actual presidente del Banco Central Europeo, fue vicepresidente de este banco entre 2002 y 2005 y jamás denunció, ni entonces ni posteriormente, estas operaciones.
Hoy lo que se necesita es una auditoría de la deuda. Es el camino que ha seguido, por ejemplo, Ecuador, un país que analiza el carácter legítimo o ilegítimo de sus deudas. En 2008 anunció la suspensión de pagos de una parte importante de sus pasivos, porque consideraba que una deuda es ilegítima cuando fue contratada en detrimento de los intereses de la población y con pleno conocimiento de ello por parte de los acreedores.
En Berlín, de hecho, el Gobierno conoce bien esta práctica. En 1953, más del 50% de la deuda alemana fue anulada como parte del Acuerdo de Londres. En aquella época se buscaba no entorpecer el despegue económico del país. ¿Por qué no hacer lo mismo con Grecia hoy?
swissinfo.ch: Volvamos a su libro. Usted utiliza términos como “bulimia”, “patología”, “estafa”, “dictadura”: no es muy considerado con el sector financiero…
La bolsa se ha vuelto un casino donde los grandes bancos juegan dinero que, la mayor parte de las veces, ni siquiera es suyo.
M.C.: ¿Por qué tendría que serlo? La bolsa se ha vuelto un casino donde los grandes bancos juegan dinero que, la mayor parte de las veces, ni siquiera es suyo. No hacen inversiones, sino apuestas.
El sector financiero está cada vez más desconectado de la economía real y los bancos centrales juegan el juego con ellos inundando el mercado con liquidez. Lo que predomina es venalidad, el vacío moral y la ausencia de valores distintos a los puramente financieros.
En teoría, la bolsa tendría que ser el sitio en el que se financian las empresas. En 2011, en Francia, por ejemplo, las empresas consiguieron ahí solo el 5,4% de su capital. En 2001, la proporción era de 27%.
Hoy, se estima que la mitad de las transacciones de los mercados europeos (y hasta el 70% de las que tienen lugar en Estados Unidos) son de alta frecuencia, lo que significa que son efectuadas por ordenadores que compran y revenden títulos en microsegundos. Pero entre el 80 y el 90% de estas órdenes son anuladas a la misma velocidad, porque lo único que buscan es inducir una falsa competencia. ¿Puede llamársele a esto inversión responsable? Eso un mero póquer mentiroso. Si consideramos la utilidad social que provee, sería suficiente con que la bolsa abriera una hora por semana. Y lo mismo pasa con los mercados cambiarios, seis días de transacciones al año serían suficientes para permitir que se materialice el comercio internacional de bienes y servicios.
swissinfo.ch: ¿No es este el precio del liberalismo?
M.C.: Esto no es liberalismo. Rescatar con fondos públicos a los bancos ‘demasiado grandes para quebrar’, como lo han hecho los Gobiernos, es exactamente lo contrario de lo que dicta la doctrina liberal, según la cual quien toma riesgos debe asumirlos.
Aunque estuviera lejos de ser la doctrina ideal, en el siglo XIX el liberalismo aportó desarrollo económico, social, humano, científico y cultural.
Luego vinieron dos guerras mundiales y la dominación del modelo keynesiano en Occidente, que defendía la existencia de un Estado intervencionista.
A partir de los años 70, con los choques petroleros, la estanflación (estancamiento de la economía en un entorno inflacionario) y la guerra de Vietnam, este modelo comenzó a mostrar sus debilidades. Pero para entonces, los neoliberales ya estaban listos para tomar el relevo gracias a la escuela de Chicago de Milton Friedman, y asumieron claramente el poder durante los años 80 con la llegada de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Desde entonces el sector financiero ha crecido de forma desmesurada y se ha convertido en el sistema nervioso de la economía.
Hoy, este modelo ha conducido a un verdadero desastre. Para la aplastante mayoría de la población, el neoliberalismo no funciona. El mundo necesita una nueva escuela de pensamiento económico. El keynesianismo aportó mucho, pero la época actual no es la de Keynes. En el presente, una política de reactivación keynesiana, es decir, a través del gasto público, generaría mayores niveles de deuda y para muchos países esto se volvería arriesgado.
Para la aplastante mayoría de la población, el neoliberalismo no funciona. El mundo necesita una nueva escuela de pensamiento económico.
swissinfo.ch: ¿Qué se puede hacer entonces?
M.C.: Lo terrible es que sabemos lo que debe hacerse, pero nadie lo hace. Hay que volver a poner el sector financiero al servicio de la economía. Esto implica una fuerte disminución de la deuda pública, pero a través de una auditoría de la misma, como lo mencioné antes. Además, para que los contribuyentes dejen de financiar las pérdidas de los grandes bancos, estos deberían reducir drásticamente su tamaño. Así, podrían quebrar si toman malas decisiones, tal como sucede con la mayoría de las empresas.
Por otra parte, la regulación debería ser más simple y transparente, para que fortalezca su impacto.
Deberían imponerse a los bancos requerimientos más estrictos de fondos propios y la certificación de los productos que manejan. No es normal que el sector financiero emita y comercialice con la mayor impunidad productos que son tóxicos.
Y habría que reintroducir también la separación entre la banca de depósitos y la banca de inversión, como sucedía en Estados Unidos entre 1933 y 1999, cuando operaba la Ley Glass Steagal.
Con ello, los bancos que quieran tomar riesgos desmesurados lo harán con su propio dinero, no con el de los contribuyentes.
Y también sería positivo introducir una tasa sobre los pagos electrónicos, como sugiere el financiero zuriqués Felix Bolliger. No se trata de la tasa Tobin, sino de un sistema simple y eficaz que reemplazaría impuestos cobrados por los Estados (ver recuadro).
swissinfo.ch: Al final de su libro, usted cita el ‘Indígnese usted’ de Stéphane Hessel. ¿Usted también quiere incitar a la gente a que exprese su indignación?
M.C.: Sí. Intentar preservar la dignidad requiere, ante todo, la capacidad de indignarse para después asumir compromisos y encontrar soluciones.
La tasa milagrosa
Marc Chesney apoya la propuesta de cobrar un microimpuesto sobre todos los pagos electrónicos. A diferencia de la tasa Tobin, que se limita a las transacciones financieras, se aplicaría a todos los pagos, incluidos la retirada de efectivo en los cajeros automáticos o las recargas de gasolina. Solamente en Suiza, estas transacciones mueven 100 billones de francos al año. Con un impuesto mínimo de apenas el 0,2%, se podrían ingresar 30 000 millones de francos adicionales al año, además de los impuestos recaudados por la Confederación Helvética, que ronda los 170 000 millones de francos. En teoría, este impuesto podría fácilmente reemplazar a todos los demás.
Pero existe una clara objeción: La medida ahuyentaría a los grandes actores de la plaza financiera suiza, responsables de la mayoría de las transacciones que serían gravadas. Según los defensores de la tasa, esto no debería inquietar al tratarse de actividades que son negativas para la economía y cuya pérdida de ingresos podría compensarse con un ligero repunte en la tasa, que podría llegar hasta el 1%, lo que seguiría siendo muy favorable para la mayoría de los ciudadanos y las empresas.
Marc Chesney opina que Suiza podría perfectamente convertirse en ejemplo en este ámbito y añade que el sistema de la democracia directa es ideal para introducirlo por vía de la iniciativa popular.
Traducción del francés: Andrea Ornelas
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