Injusticias mundiales que conducen al hambre
Al instaurar y defender reglas injustas, los países del Norte contribuyen a la malnutrición en Asia, África y América Latina.
Guerras, desastres naturales, mala gobernanza: algunas de las causas del hambre pueden atribuirse a la situación del país afectado. Sin embargo, también hay deficiencias sistémicas, injusticias y desequilibrios de poder e interdependencias que obstaculizan el desarrollo de las regiones más pobres del mundo o conducen directamente al hambre.
Si queremos nutrir a una población mundial creciente en un contexto de cambio climático, debemos modificar nuestros sistemas alimentarios, de acuerdo con la ONU. El organismo multilateral organizó una reunión cumbre en Nueva York el pasado 23 de septiembre.
Tomemos el ejemplo de la especulación alimentaria: cuando los inversores de Suiza compran arroz en las bolsas de valores para venderlo más tarde a precios más altos, la gente de los países del Sur ya no puede permitirse ese alimento básico. Examinamos a continuación los desarrollos indeseables más importantes con respecto a la alimentación mundial.
Animales que comen la comida de la gente
En los países industrializados, y cada vez más en los países emergentes, se consume demasiada carne. Los animales comen el forraje que debe ser cultivado durante meses. Por esta razón, la producción de carne utiliza significativamente más suelo y agua que la producción de cereales, verduras o legumbres para obtener valores nutricionales comparables. Además, los animales de granja emiten gases de efecto invernadero y contribuyen así al cambio climático.
Una de las mayores injusticias de nuestro tiempo es el cambio climático: mientras que los países ricos han contribuido más al cambio climático con sus emisiones de CO2 desde la industrialización, los países pobres son los que sufren más los efectos, como la erosión del suelo, la escasez de agua y las sequías, todo lo cual conduce a la pérdida de cosechas.
Desperdicio de alimentos importados
Una tercera parte de los alimentos producidos en el mundo son arrojados a la basura. En los países del Sur, los alimentos a menudo se echan a perder después de la cosecha debido a un almacenamiento inadecuado, la falta de instalaciones de refrigeración o una infraestructura de transporte inadecuada. En los países ricos del Norte, por otro lado, muchos consumidores son lo suficientemente ricos como para tirar parte de su comida a la basura.
“Los alimentos son trasportados al otro extremo del mundo y ahí son desperdiciados”, deplora Yvan Schulz de la Fundación Suiza para la Cooperación al Desarrollo Swissaid. Para él, el desperdicio de alimentos es una de las fallas de los sistemas alimentarios actuales que conducen a la pobreza y al hambre.
Importación y exportación
El desperdicio de alimentos es particularmente ofensivo cuando los alimentos desperdiciados han sido importados de países donde las personas sufren de desnutrición. “Hay mucha tierra que no se usa para alimentar a la población local, sino para productos de exportación como el banano, café, cacao o aceite de palma, que terminan en el mercado internacional”, explica Schulz. “Así que los agricultores dependen de las fluctuaciones de precios en los mercados internacionales. Cuando las cosas van mal, no tienen suficiente dinero para ir a la ciudad más cercana a comprar comida”. Nadie se cansa del aceite de palma ni del café, añade.
“Los humanos necesitan diferentes alimentos para nutrirse. Ni siquiera las papas son suficientes por sí solas”, dice Schulz. Entonces, el sistema de exportaciones e importaciones puede provocar hambre. Según Schulz, sería importante producir localmente e independizarse de las cadenas de suministro. Las ganancias permanecerían también en el propio país y no serían transferidas a países ricos a través de grandes empresas con sede en Europa o Estados Unidos.
Acaparamiento de tierras
La situación se vuelve particularmente problemática cuando las corporaciones o los inversores internacionales compran tierras fértiles a gran escala y producen materias primas o biocombustibles para la exportación.
Según Schulz, las corporaciones no tienen ningún interés en producir alimentos para la población local, ya que su poder adquisitivo es muy bajo. Un kilo de café se puede vender en Suiza por muchas veces lo que se obtendría por un kilo de tomates en Colombia.
Parte del problema es que muchos países no regulan la utilización de los bienes y de la tierra. “En Suiza, la ley de las tierras de los agricultores garantiza que solo estos pueden comprar tierras y no las empresas, lo que no sucede en la mayoría de los demás países”, señala la parlamentaria Christine Badertscher, miembro del Partido Verde y de la junta de Swissaid.
Los países occidentales crean inequidad
Los pequeños agricultores de los países del Sur compiten con las grandes empresas internacionales. El sistema de comercio mundial pone a los más pequeños en desventaja.
“Los acuerdos comerciales son generalmente injustos, los países ricos y las corporaciones internacionales se aprovechan de los países del Sur», dice Schulz. Los países en desarrollo exportan principalmente materias primas. Debido al desequilibrio estructural del poder, los productores del Sur a menudo tienen que vender a precios demasiado bajos porque tienen que ganar dinero rápidamente, según Schulz.
Y no solo eso: gracias a las subvenciones, aranceles y estándares de productos, los países industrializados pueden ofrecer sus propios productos a bajo precio en el mercado mundial. Por lo tanto, los productores locales ni siquiera son competitivos en su propio mercado, a pesar de los menores costos de producción. “Los países occidentales a veces destruyen los mercados locales con productos subvencionados”, afirma Schulz.
Al mismo tiempo, países industrializados como Suiza protegen su propia agricultura con aranceles elevados. Patrick Dümmler, del grupo de expertos orientado a los negocios Avenir Suisse, no oculta su malestar: “Es cínico que Suiza gaste miles de millones en ayuda al desarrollo y al mismo tiempo obstaculice la importación de productos agrícolas extranjeros con los aranceles más altos del mundo y regulaciones administrativas engorrosas”. Las exportaciones de los países menos desarrollados difícilmente tendrían alguna posibilidad.
Según Beat Werder del Grupo Syngenta, África en particular debería poder alimentarse gracias a suelos y condiciones meteorológicas favorables, sin necesidad de costosas importaciones de alimentos.
Pero Werder destaca también la responsabilidad de los propios países africanos: “Cuando intentamos ayudar con algunos de nuestros productos durante la última plaga de langostas, fracasamos porque no pudieron ser aprobados en África a tiempo”. Por tanto, es fundamental que esos países puedan modernizar sus procesos de registro de productos. “La Suiza oficial también puede contribuir a esto a través de sus programas de desarrollo».
Dependencia de semillas y pesticidas
Según Simon Degelo, de Swissaid, algunos agricultores del Sur dependen de grandes corporaciones internacionales a las que compran semillas, fertilizantes y pesticidas. El problema es el siguiente: Los agricultores tienen que comprar semillas cada año, no se les permite producirlas ellos mismos debido a la protección de las variedades vegetales.
Según Swissaid, las disposiciones legales de muchos países en desarrollo penalizan a los pequeños agricultores cuando crían, intercambian y revenden sus propias variedades, aunque con frecuencia están mejor adaptadas a los suelos y el clima locales que las variedades comerciales.
Nigeria y Ghana, por ejemplo, aprobaron recientemente leyes estrictas de protección de las variedades vegetales. Si un agricultor cultiva semillas protegidas, corre el riesgo de diez años de prisión en Ghana y un año en Nigeria.
Syngenta rechaza firmemente la acusación de que hace que los pequeños agricultores dependan de semillas comerciales, fertilizantes sintéticos y pesticidas, empujándolos a endeudarse: “El hecho es que la agricultura hoy en día puede lograr mayores rendimientos con muchos menos pesticidas que antes”, anota Werder. “Estamos enseñando a los agricultores de los países en desarrollo cómo hacerlo”.
Sin embargo, la ONG Swissaid y Syngenta, líder mundial en plaguicidas, están de acuerdo en un punto: la mayoría de los pequeños agricultores de los países en desarrollo no compran semillas comerciales. “En muchos países, del 80 al 90% de las semillas provienen de la producción agrícola”, dice Degelo de Swissaid. Según Werder, de Syngenta, el mercado de semillas comerciales está muy poco desarrollado en la mayoría de los países de África y en algunos de Asia.
La mayoría de los pequeños agricultores tienen que reutilizar las semillas del año anterior de forma “gratuita”, según Werder. Las semillas conservadas tienen con frecuencia desventajas significativas en comparación con lo que proponen las empresas, agrega. “No ofrecen ninguna seguridad en el rendimiento y las enfermedades del año anterior se arrastran con ellas”.
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Traducido del francés por Sergio Ferrari
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