La opresión de las mujeres y los homosexuales como estrategia en Rusia
En Rusia, la comunidad LGBTQ está siendo objeto de una presión aún mayor. En esta entrevista, la politóloga Leandra Bias explica qué tiene que ver todo esto con la geopolítica y el creciente autoritarismo en el país.
SWI swissinfo.ch: El Tribunal Supremo de Rusia ha declarado extremista al «movimiento internacional LGBTI» recientemente. ¿Qué significa eso y qué importancia le da usted a este suceso?
Leandra Bias: Todavía no sabemos lo que significa para la comunidad queer en Rusia. Sin embargo, estamos viendo los primeros indicios, como el cierre de bares y organizaciones de asesoramiento para homosexuales, porque su funcionamiento podría interpretarse como activismo.
La homosexualidad o las personas trans no están prohibidas per se, pero parece que ya no se permite a la gente expresarse de forma activista. Aún está por ver qué consecuencias supondrá a nivel individual.
Sin embargo, si nos fijamos en el significado estratégico, está bastante claro que se trata de una nueva radicalización. Es la consecuencia de la guerra, que se prolonga. El régimen se está volviendo cada vez más autoritario para ejercer un control más efectivo en casa.
Por supuesto, también encaja con la narrativa que ha estado circulando desde 2014 en relación con Ucrania. A saber, que Rusia es la última potencia defensora de los valores tradicionales. Eso no puede quedarse solo en retórica, sino que también debe ponerse en práctica.
¿Qué significan los «valores tradicionales» a los que se refiere repetidamente Vladimir Putin?
Eso es lo más interesante, nunca se han definido claramente. Y ahí reside su fuerza, porque con cada persona o cada gobierno puede proyectar lo que le convenga. También es interesante que, hasta la invasión a gran escala, Putin siempre vacilaba sobre la cuestión, haciendo diferentes referencias según el público.
Con el tiempo, las estrategias oficiales del país se han visto influidas por ello. A partir de 2013, pasó a formar parte de la política exterior y de seguridad rusa, con un tono de rivalidad cada vez mayor. A partir de 2016, se dijo que la confrontación geopolítica no era sólo política o tecnológica, sino también de valores. En otras palabras, una declaración clara.
Sin embargo, el propio Putin se había contenido a menudo al respecto. Como sabemos, eso ha cambiado en los últimos años. Durante la invasión de Ucrania, se hizo referencia explícita a los valores tradicionales, entre otras cosas.
El término sigue vigente. En investigación, lo llamamos «significante vacío»: un término con un significado hueco que puede rellenarse como se desea. Las políticas concretas que pueden derivarse de ello han quedado claras desde la invasión, ya que los derechos de las mujeres en el sentido de derechos reproductivos han sido objeto de ataques en el ámbito nacional. Ha habido críticas claras contra el derecho al aborto, por ejemplo, incluso por parte del propio Putin. Ahora se ensaña con las madres que dan a luz, y de nuevo se van a conceder medallas a las madres que tienen varios hijos. Y todo ello va unido a un ataque explícito a la comunidad queer.
En el discurso político y mediático se utilizan muchas palabras de moda cuyo contenido no está claro, como «ideología de género». ¿Qué se pretende con ello y por qué puede utilizarse con fines políticos?
Los «valores tradicionales» son la imagen especular de la «ideología de género». Los valores tradicionales son, por así decirlo, lo que se propaga en Rusia. Sin embargo, no hay nada específicamente ruso en esto; es algo que se puede encontrar en muchos otros países que se caracterizan por el autoritarismo o que se mueven en esa dirección.
Se utiliza como herramienta. Un orden de género antiliberal va de la mano de un sistema político antiliberal. En la última década, hemos visto ataques directos a la democracia, que han ido acompañados de ataques a la igualdad de género. Existe una clara interacción.
Pero ¿cuál es exactamente la acusación?
Esa «ideología de género» es una perversión que amenaza la existencia humana. Para decirlo sin rodeos: si se impusiera la igualdad de género, la humanidad se desintegraría, ya no habría reproducción porque todos serían homosexuales o las feministas se divorciarían y abortarían. Y eso es exactamente lo que está ocurriendo actualmente en Occidente.
Desde 2013, la historia de que Occidente quiere exportar esa «ideología pervertida» e imponerla en otros países forma parte de la doctrina estatal rusa. En Rusia, se está llevando a cabo a través de las feministas y el movimiento LGBTQ.
El último paso del argumento es que no sólo la igualdad de género es un cínico instrumento de poder de Occidente, sino también todo lo que tiene que ver con los derechos humanos y la democracia en general. Estas exportaciones occidentales sirven para establecer y consolidar el dominio de Occidente.
Por tanto, Rusia no sólo debe rechazar el feminismo y la igualdad, sino también toda la idea de democratización para mantener su posición.
¿Hasta qué punto la misoginia y la política anti-LGBTQ son motores del autoritarismo, o de sus consecuencias?
La misma pregunta se plantea con la democracia: ¿hasta qué punto la democracia promueve la igualdad o la igualdad promueve la democracia? Lo cierto es que ambas se promueven mutuamente. Cuantos más esfuerzos por la igualdad haya en los movimientos sociales y democráticos, más probabilidades habrá de que se produzca un proceso de democratización sostenible.
Si un gobernante autoritario pretende permanecer en el poder o consolidar su poder, entonces la opresión no sólo le interesa intrínsecamente porque es anti mujeres o anti queer. También tiene un interés estratégico en hacerlo, ya que se ha demostrado que estos movimientos son impulsores y catalizadores de la democratización.
Esta guerra cultural no se limita a Rusia, sino que tiene lugar a escala mundial. ¿Hasta qué punto está coordinada? ¿Podemos hablar de una [idea] «internacional anti LGBTQ»?
Sí, la llamo deliberadamente «antifeminista» o «antigénero internacional» porque creo que es importante subrayar que combina ambas cosas. Así que trata explícitamente tanto de los derechos originales de las mujeres como de los derechos de la comunidad LGBTQ. Esta internacional ataca a ambos y, de hecho, emprende acciones coordinadas.
Eso puede verse, por ejemplo, en el World Congress of Families, una coalición fundada en 1997. Fue apoyada principalmente por evangélicos estadounidenses, pero los fundadores originales de esta ONG transnacional fueron un estadounidense y un ruso, por lo que la conexión viene de lejos.
Esta organización se ha fijado explícitamente el objetivo de defender la familia nuclear heterosexual como pilar de la humanidad y la protección de la vida humana desde el momento de la concepción, y penalizar el divorcio, el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Para ello, ejercen presión en público y ante los responsables políticos.
Desde que se fundó la organización, se han celebrado con regularidad congresos mundiales y regionales, con un número cada vez mayor de visitantes de alto nivel: Viktor Orban, por ejemplo, es un invitado muy apreciado. El segundo congreso tuvo lugar en Ginebra en 1999 y, aunque las iniciativas a favor de un acceso más restrictivo al aborto no llegaron a materializarse, vemos argumentos y estrategias en organizaciones suizas como Swiss Aid for Mother and Child y Pro life que suelen derivarse de los contactos establecidos en torno a estos congresos.
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Por supuesto, no existe una estrategia única. Se trata más bien de aprender unos de otros sobre lo que puede funcionar, porque la igualdad existe en contextos diferentes. A veces funciona mejor si se actúa contra la educación sexual o contra el hecho de que las drag queens puedan leer cuentos de hadas.
En otros lugares, un tatuaje LGBTQ, como se insinúa en Rusia, puede ser perseguido penalmente. En Italia, los médicos que no practican abortos por razones de conciencia y son acusados de hacerlo reciben ayudas económicas. Se trata, pues, de una comparación de argumentos y métodos, pero también tiene implicaciones prácticas.
Texto adaptado del alemán por Carla Wolff
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