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Las universidades suizas, pioneras en la igualdad de sexos

Universidad de Berna
Edificio principal de la Universidad de Berna en 1909. Universität Bern

A fines del siglo XIX las universidades suizas recibieron en sus aulas a mujeres jóvenes del mundo entero, las cuales contribuyeron al desarrollo de la medicina, el derecho, la filosofía y otras ciencias, tanto en Suiza como en sus países de origen.

En el corazón de Berna, no lejos de las vías del ferrocarril y del antiguo edificio universitario, se encuentra una pequeña calle denominada Tumarkinweg, bautizada con este nombre en el 2000 en honor a la filósofa rusa Anna Tumarkin (1875-1951). Originaria de Dubrowna (Bielorrusia, antigua provincia del Imperio Ruso), llegó a Berna en 1892 con apenas 17 años para cursar filosofía. La joven seguía los pasos de su hermano que estudiaba matemáticas en la capital helvética. Cursó la carrera de historia y se convirtió en la primera mujer profesora en Europa que pudo supervisar y evaluar a candidatos al doctorado.

La palabra alemana Weg, que significa “camino”, puede ser considerada no solamente como un término geográfico sino también como un símbolo, que hace referencia a una mujer precursora que inspiró a otras congéneres que cursaron estudios superiores. Anna Tumarkin fue una de las primeras mujeres, provenientes a menudo de Europa Oriental, que estudiaron en Suiza a inicios del siglo pasado.

Otras siguieron sus pasos, como Ida Hoff (1880-1952), originaria también del antiguo Imperio Ruso, quien estudió medicina con resultados exitosos. Fue una de las primeras personas de Berna que compró un auto que conducía ella misma, en una época en la que la mayoría de la gente con movilidad propia contaba con los servicios de un chófer.

Cuando en 1911 Ida Hoff abrió su propio consultorio, la ciudad de Berna registraba 132 médicos generalistas, de los cuales sólo cuatro eran mujeres. Hoff se mudó a la misma casa donde vivía Anna Tumarkin y entablaron una relación que ha sido descrita como “una amistad y asociación de por vida”.

Spyri, primera mujer que obtuvo en 1887 un diploma en derecho suizo y que luego fundó una escuela en esa rama en Nueva York. También se encuentra Marie Heim-Vögtlin, ciudadana del cantón de Argovia, quien fuera una de las primeras mujeres en estudiar medicina en el país. Más tarde fue cofundadora del primer hospital ginecológico que se abrió en Suiza.

La excepción helvética

Mientras que a partir de mediados del siglo XIX la mayoría de los países europeos desarrollaban sus centros de enseñanza superior, Suiza se distinguía por autorizar ya a las estudiantes a sentarse en los mismos bancos con sus pares masculinos.

En ese momento, Suiza contaba ya con tres universidades en la región germano hablante. La más antigua fue la de Basilea, fundada en 1460. En tanto la de Zúrich se fundó en 1833 y la Universidad de Berna un año después. La región francófona disponía de una red universitaria sólida en las ciudades de Ginebra, Lausana, Neuchâtel y Friburgo.
 

Universidad de Berna.
En la actualidad, la mitad del total del estudiantado ( 14 000 estudiantes) de la Universidad de Berna son mujeres. swissinfo.ch

En tanto que el Reino Unido prefirió separar los cursos según los sexos y para ello creó colegios específicos solo para mujeres, como el Lady Margaret Hall de Oxford y el Girton College de Cambridge, ya en 1868 la Universidad de Zúrich acogió estudiantes mujeres. Cuatro años más tarde siguieron el ejemplo Berna y Ginebra. Las instituciones suizas atrajeron a jóvenes motivadas pertenecientes a familias ricas de otros países europeos. Venían a estudiar matemáticas, medicina, ciencias, psicología o derecho.

En 1900 casi todas las estudiantes de las universidades suizas eran extranjeras. Alrededor del 80% de ellas procedía del antiguo Imperio Ruso, donde muchos intelectuales, como el escritor Fiódor Dostoyevski, promovieron la igualdad de acceso a la educación. En Vremya (Tiempo), una revista político-literaria rusa, escribió: “autorizando abierta y completamente la educación superior a las mujeres, con todos los derechos que confiere, Rusia daría una vez más un paso enorme y único delante de toda Europa en la gran causa de la renovación humana…”

En 1906, una cuarta parte de las licenciadas universitarias de todo el mundo se había formado en Suiza. El país contaba con un sistema de educación terciaria bien desarrollado que ofrecía oportunidades de aprendizaje poco frecuentes para las mujeres de la época.

Sin embargo, su visión de vanguardia no fue fácil, ya que en la mayoría de los países europeos, las mujeres no podían viajar sin el permiso de su padre o su marido. Esta restricción dio lugar a muchos matrimonios precoces o por conveniencia. También tuvieron que enfrentarse al estigma social, ya que en esa época la sociedad le asignaba a la mujer el rol principal de esposa y madre de familia.

¿Y las suizas ?

Al mismo tiempo que las mujeres extranjeras veían en Suiza una puerta de acceso a la enseñanza superior, sorprendentemente las propias mujeres suizas estaban ausentes de los claustros.

La investigadora Manda Beck, en un artículo publicado en el blog del Museo Nacional Suizo, afirma que “a pesar de la política de admisión relativamente liberal de ciertas universidades, las suizas que deseaban realizar estudios superiores transitaban por un camino sembrado de obstáculos”.

Aunque las universidades reconocían formalmente la igualdad de sexos, aceptaban solamente a los jóvenes de la región. Una de las condiciones de la admisión era la de haber cursado el gimnasio (liceo), institución que para entonces estaba prohibida para las mujeres. Las escuelas suizas para jóvenes mujeres no ofrecían el mismo programa. Para poder inscribirse y sobrepasar las restricciones, las estudiantes debían realizar costosos cursos privados y superar exámenes de acceso.

“En 1868, Marie Vögtlin se convirtió en la primera mujer suiza en cursar estudios de medicina. Con grandes desafíos y espíritu de superación consiguió aprobar el examen de introducción. Con el consentimiento de su padre, le permitieron matricularse en la Universidad de Zúrich. Sin embargo, durante mucho tiempo, la presencia de las estudiantes suizas en las aulas universitarias siguió siendo escasa, ya que sus homólogas extranjeras fueron mayoría hasta 1914″.

Algunos centros terciarios se mantuvieron cerrados para las jóvenes. La Universidad de Lausana, por ejemplo, se negó a admitir a las mujeres suizas de su propio cantón (Vaud) alegando que su educación era incompatible con la de los jóvenes. Paradójicamente, aceptó a candidatas prevenientes de otras regiones del país.

carricatura: mujeres universitarias
Caricatura de las primeras estudiantes universitarias. Esta ilustración se puede observar en la sede de la Universidad de Berna en una exposición consagrada a la educación de las mujeres. swissinfo.ch

El accidentado camino hacia la igualdad

En 1915, el número de estudiantes extranjeras en Suiza era ya igual al de mujeres suizas que realizaban estudios superiores. El tabú social de las mujeres universitarias — que todavía eran una excepción–, se fue desvaneciendo poco a poco en el país. Fue, sin embargo, tras la Primera Guerra Mundial, que se produjo un verdadero cambio de mentalidad ya que el conflicto bélico había obligado a las mujeres a incorporarse al mercado laboral. Una a una las universidades helvéticas dejaron caer sus restricciones de admisión. En paralelo, la guerra había frenado la llegada de estudiantes rusas.

En 1922, Ginebra abrió sus primeros gimnasios (instituciones de educación preuniversitaria) femeninos, que expedían certificados habilitantes a las estudiantes que querían matricularse en las universidades.

La Asociación Suiza de Mujeres Académicas (ASFDU, en sus siglas en francés) fue fundada en Berna en 1924 con el objetivo de defender los derechos de las mujeres que contaban con un diploma universitario. Esta organización estaba dirigida por Nelly Schreiber-Favre, originaria de Ginebra, primera mujer con un título de la Facultad de Derecho de la Universidad de Ginebra y primera abogada de la ciudad. Durante los estudios sus profesores se reían de ella y decían: “¡Es una mujer que quiere jugar a ser hombre!”

Ante la fuerte competencia de sus pares varones, decidió defender principalmente a mujeres y jóvenes. Fue responsable de la introducción de varias innovaciones en el sistema judicial, como la creación de tribunales para niños delincuentes (hasta entonces los niños eran juzgados como adultos). Nelly Schreiber-Favre también participó en 1918 en la creación de la Escuela Social para Mujeres, de la que surgió la Escuela de Trabajo Social de Ginebra.

El combate por trabajar

Una graduada universitaria no era siempre sinónimo de un puesto seguro de trabajo profesional. Muchas mujeres extranjeras llegaron a Suiza para realizar estudios superiores, como Ida Hoff ou Anna Tumarkin. Las estadísticas oficiales muestran que en 1930 la mayoría de las mujeres en el país que contaban con instrucción superior decidieron trabajar en la enseñanza o bien el sector médico, sea como doctoras, farmacéuticas o dentistas. Ninguna eligió la carrera de ingeniería, y los estudios de derecho les estaban generalmente vedados.

Algunas abrieron sus propios consultorios, como la doctora Ida Hoff. Las mujeres licenciadas en humanidades daban clases en escuelas para niñas, como Anna Tumarkin, pero fueron pocas las afortunadas. La realidad, para la mayoría de ellas, fue más sombría, ya que contaron con muy escasas oportunidades profesionales.

Clara Winnicki fue la primera mujer que estudió farmacia en Berna en 1900 y la primera en aprobar el examen federal en ese ramo, lo que le permitió gestionar su propio establecimiento comercial. Sin embargo, tuvo que luchar con energía para encontrar un lugar en donde realizar su práctica y luego un puesto de auxiliar en una farmacia. Las dos farmacias que consiguió abrir fueron a la quiebra.

Obstáculos desalentadores

Luego de la crisis financiera de 1929, a pesar de la apertura de las universidades a las mujeres, el mercado laboral se les hizo todavía más restrictivo.  Debieron confrontarse a la preferencia de los patrones hacia los hombres, al escepticismo en cuanto a sus competencias, así como al alto desempleo.

En esa época, Suiza impulsó algunas medidas sociales progresistas, como los subsidios en caso de desempleo y un sistema nacional de pensiones. Pero también se aprobaron leyes para excluir a las mujeres casadas del mercado laboral, promoviendo el lema “una familia – un ingreso”. En ese entonces se desestimulaba a las familias con doble ingreso, especialmente si la mujer del hogar trabajaba como profesora o funcionaria. Estos trabajos se consideraban a menudo como un “lujo”.

“Las campañas contra la doble renta nunca se dirigen a los hombres que tienen un empleo remunerado, pero tampoco reivindican el trabajo que las mujeres casadas realizan en las fábricas, en el sector artesanal y en el mundo campesino. Porque mientras el salario de una trabajadora y la contribución de las mujeres en la esfera privada sirven sin duda para mantener a la familia, el dinero que gana una maestra o una funcionaria casada simboliza el lujo. Estas mujeres… tuvieron que dejar sus trabajos públicos bien remunerados a los hombres con familias que mantener”, escribe en su blog Erika Hebeisen, historiadora y conservadora del Museo Nacional Suizo.

El cantón de Basilea, por ejemplo, prohibió a las mujeres casadas ser profesoras en 1926.

Estas políticas buscaron expulsar a las mujeres cualificadas del mercado laboral y tuvieron efectos duraderos en la forma en que eran percibidas por la sociedad. En torno a la Segunda Guerra Mundial, la primera oleada de mujeres progresistas dio paso a estudiantes que a menudo no completaron su formación. Las que lograron concluirla, decidieron no trabajar. Normalmente se casaban y se dedicaban a sus familias. Muchas renunciaron a sus ambiciones profesionales, desanimadas por las polémicas contra las mujeres en el mundo del trabajo.

A finales del siglo XIX, menos del 10% de las mujeres tenían un título superior. En 1935, representaban el 16% del estudiantado. Esta proporción se mantuvo estable hasta los años 60, cuando se generalizó la enseñanza secundaria mixta y el acceso de las mujeres a la enseñanza superior. En la actualidad las mujeres tienen, están más presentes que los hombres en las universidades suizas: representaron el 52% en el curso lectivo 2021/2022.

Traducido del francés por Sergio Ferrari

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