Sabine Weiss: “La fotografía no es un arte, es una artesanía”
Utiliza la luz para transmitir emociones a través de la fotografía, en lugar de situarse en el centro de la escena. Es el trabajo en sí lo que importa a Sabine Weiss, exponerlo le interesa menos. A los 92 años, la última representante de la escuela humanista aceptó, sin embargo, participar por primera vez en una exposición retrospectiva que hace escala en Suiza, su país de origen.
Artista, feminista, fotógrafa humanista, a Sabine Weiss no le agradan las etiquetas: “No me gusta que me califiquen, puesto que he hecho tantas cosas”. ¿Cómo es una fotografía bien lograda? “Debe ser simple y conmover”.
Es así como Sabine Weiss ha vivido siempre, una vida fuera de lo común en la simplicidad. Gracias a su sensibilidad, transforma escenas ordinarias en imágenes atemporales. Con la misma sencillez, fotografió a los niños de la calle y a los grandes de su tiempo, captando siempre la nobleza del momento.
A los 92 años, llegó el momento de dar testimonio. Ubicado en un traspatio parisino, en el corazón de un barrio ‘chic’ de la capital francesa, el apartamento de Sabine Weiss, que es también su estudio desde hace 46 años, narra en sí mismo casi seis décadas de fotografía. “Al principio, yo había improvisado un cuarto oscuro, pero solamente podía trabajar por la noche, había demasiada luz”, recuerda Sabine.
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Una vida detrás de la cámara
La fotógrafa suiza naturalizada francesa vive rodeada de sus archivos. Se han deslizado en casi todas las habitaciones, en el salón, la oficina, el taller, pero están cuidadosamente clasificados. “Lo bueno con Sabine es que encontramos todo”, anota Laure Agustins, su ayudante. Conservar se ha convertido en un arte de vida para Sabine Weiss, quien ha transformado sus recuerdos en multitud de colecciones que decoran su casa: de cajas de sardinas, exvotos en metal, peines antiguos o pequeñas cestas de mimbre. “Yo salvo de la destrucción”, explica.
“No soy una artista”
Entre los muchos objetos, pinturas y máscaras africanas que adornan los muros de la casa, no hay fotos con la firma de Sabine Weiss. “Ni siquiera esa imagen de mis nietos es mía, la tomó un fotógrafo de playa”, dice al señalar un retrato en blanco y negro de una niña y un niño.
Son dos de los tres retoños de su hija Marion. Esta última se encuentra precisamente de paso en la casa de su madre y le propone ayudarla a maquillarse para la sesión fotográfica. “Todavía puedo maquillarme yo misma», replica Sabine Weiss maliciosamente. A pesar de su edad y de una cirugía de rodilla en perspectiva, le gusta encargarse de sus asuntos, una tarea que efectúa con dinamismo, con el apoyo de su asistente.
“Yo era muy independiente, pero no una rebelde. Mi padre siempre me dejó actuar. No tuve que luchar por esa libertad que ya tenía”. Sabine Weiss
A la fotógrafa le gusta también permanecer a la sombra. Las exposiciones no son lo suyo, ni las de otros fotógrafos, ni las propias. “Tuve unas muy lindas en Estados Unidos, pero no iba a verlas”. La artista no es ella. Lo era su marido, el pintor estadounidense Hugh Weiss, fallecido en 2007. “Era él quien debía exponer”. Ella es “la fotógrafa artesana”, que no ha vivido la fotografía como un arte, sino como una artesanía, con sus dificultades técnicas, simplificadas hoy por la tecnología digital.
Además, Sabine Weiss esperó la llegada de su 92 aniversario para considerar la exposición retrospectiva de su obra que tiene lugar ahora en el Museo Bellpark en KriensEnlace externo (cantón de Lucerna).
Una mujer en un mundo de hombres
Sabine Weiss nació en 1924 en Saint-Gingolph (cantón del Valais), un pueblo en la frontera entre Suiza y Francia, y creció en la campiña ginebrina. Su padre era ingeniero químico. “Así, yo conocía los productos, la parte del laboratorio de la fotografía me interesaba”, recuerda.
A los 16 años, se fue de casa para convertirse en niñera, antes de comenzar un aprendizaje en un famoso estudio de fotografía en Ginebra. Con el apoyo de su padre, Sabine Weiss pudo elegir su camino en una época en la que las mujeres, a menudo, no eran dueñas de su destino. “Yo era muy independiente, pero no una rebelde. Mi padre siempre me dejó actuar. No tuve que luchar por esa libertad que ya tenía».
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Seis décadas como fotógrafa, una exposición
Ni lucha, ni combate feminista, un camino que parece obvio. Sabine Weiss más bien sacó ventaja de su feminidad. “Nunca me molestó ser una mujer. En la oficina eran todos hombres, por lo que estaban felices de ver a una mujer”, anota entre risas. Sin embargo, no había que dejarse pasar por encima, cuando una horda de fotógrafos le lanzaba: “¡Muévase señora, deje actuar a los fotógrafos!”. Sabine Weiss sabía defender su lugar: “Nunca fui remilgosa. Tampoco peleonera. Yo era normal”.
Para huir de un amor imposible
“Rigor y simplicidad”, valores calvinistas que Sabine Weiss conservó de su juventud en Ginebra, un hilo rojo en su vida de mujer. Y fue precisamente la complejidad de lo que huyó al salir de Ginebra, donde sin embargo había abierto su propio taller. “A los 18 años tuve problemas de amor irresolubles. La única solución era partir”, relata.
En 1946, el París de la posguerra la recibió con los brazos abiertos. “La gente estaba feliz. Las tiendas reabrían, así como los deliciosos pequeños ‘bistrots’. No teníamos dinero, pero siempre comíamos fuera, muchas cosas nos daban igual”.
Desde su llegada, fue contratada como asistente del fotógrafo alemán Willy Maywald. Al mismo tiempo, recorrió los mercados y captó los escaparates de los comercios. “A veces hacíamos intercambios. Ofrecía una foto al carnicero que me daba un bistec”, rememora.
“A los 18 años tuve problemas de amor irresolubles. La única solución era partir”
Sabine Weiss
Se produjeron luego una serie de felices encuentros, incluyendo aquel con el famoso fotógrafo Robert Doisneau, quien quedó inmediatamente cautivado por su trabajo. Merced a su apoyo, Sabine obtuvo un contrato de colaboración con la revista ‘Vogue’, y se unió a la agencia Rapho. De esa manera se convirtió en uno de los representantes de la corriente de la fotografía humanista francesa, una etiqueta que acepta aunque la considera reduccionista.
«¡Él, para toda mi vida!»
En la ciudad del amor, la fotógrafa también se reconcilió con sus sentimientos. “Vi a un hombre y me dije: ‘¡Él, para toda mi vida!’” En 1950, se casó con Hugh Weiss, más por razones prácticas que por el sacramento del matrimonio: “Yo tenía que ir de reportaje a Egipto y me dijo: “’Nos casamos para que yo pueda recuperarte si estás en problemas’”. Para la ceremonia llevaba un vestido negro. “Cuando se lo conté a mi nieta se quedó perpleja, pero para mí el matrimonio no era importante. Simplemente tuvimos un gran amor, ¡58 años de felicidad!”
En Egipto, efectivamente, tuvo problemas. “Fui expulsada por espionaje”, narra con picardía. De sus viajes a los cuatro puntos cardinales volvió con un montón de anécdotas. Pocos temas escaparon al objetivo de la fotógrafa: publicidad, moda, retratos de personalidades, de gente de la calle. “Incluso fotografié personas muertas en la morgue. En aquel momento, esa era a veces la única foto que se tenía para recordar a alguien. A veces era divertido y a veces muy triste”.
Hoy ha guardado sus herramientas. “Ya no puedo sostener la cámara con los dos brazos, porque tengo un hombro roto, y con un solo brazo me muevo demasiado”.
Traducido del francés por Marcela Águila Rubín
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