El test de Rorschach, la radiografía del inconsciente
Hace justo un siglo, el psicólogo suizo Hermann Rorschach publicó un test que prometía revelar las profundidades de la mente humana. ¿Cómo lo hizo? Observando a las personas que describían una selección de manchas de tinta. El test de Rorschach se ha extendido por todo el mundo: en la guerra, en el trabajo y en la cultura pop.
En el paroxismo de la Guerra Fría, las líneas del frente también estaban en nuestras cabezas. El gobierno estadounidense apoyaba los esfuerzos por sondear las profundidades de la “mente soviética”, la “mente africana”, la “mente no europea” y otras. Una de sus armas letales era una técnica suiza a la vanguardia de la psicología de la época. Una herramienta diseñada para revelar el carácter y la personalidad de sujetos que podrían pertenecer a culturas muy disímiles: el test de Rorschach.
En el periodo comprendido entre 1941 y 1968, se publicaron unos cinco mil artículos sobre investigaciones realizadas con esa prueba. Abarcaron desde los indios Pies Negros del Oeste americano hasta los habitantes del atolón coralino de Ifalik en el Pacífico.
Durante la Guerra Fría, quizá en el momento más bajo de las ambiciones psicológicas, el Departamento de Defensa de Estados Unidos decidió enviar psiquiatras a un Vietnam asolado por la guerra. El objetivo era adaptar la propaganda para ganar los corazones y las mentes de los nativos y permitir a los estadounidenses llevar “la paz, la democracia y la estabilidad” a la región.
Así, Walter H. Slote, psicoterapeuta y profesor de la Universidad de Columbia, fue enviado a Saigón en 1966 durante siete semanas. Su misión era descubrir “la personalidad vietnamita”. Sus herramientas: el psicoanálisis y el test de Rorschach.
Hermann Rorschach no tenía nada de eso en mente cuando inventó su método de las manchas de tinta en 1917 y al publicarlo en 1921. Psiquiatra, trabajaba solo en una institución aislada en Herisau. Discípulo de Freud, pero nunca doctrinario ni dogmático, había estudiado con Carl Jung en Zúrich, donde este último había desarrollado la primera prueba empírica del inconsciente: las asociaciones de palabras.
Rorschach también fue un artista toda su vida. En la escuela, era famoso por su talento en el dibujo. Se le conocía por el apodo de ‘Klecks’, palabra alemana que significa mancha de tinta. Y lo que es más importante, Rorschach era una persona muy visual, consciente de que cada persona ve el mundo de forma diferente y que esas diferencias, lejos de ser secundarias, caracterizan nuestra mente y su funcionamiento.
Tras algunos ensayos y errores, Rorschach seleccionó diez manchas de tinta que presentó a diferentes personas con la pregunta abierta: “¿Qué puede ser?”.
Cualquier cosa, menos aleatorias, las manchas son estructuradas y tienen cualidades visuales más allá de la mera ambigüedad, así como un aura de misterio difícil de definir. Se necesitaba un artista para producirlas. Todavía se utilizan hoy, un siglo después, y nadie ha hecho mejores. Comprenderlas como un todo es difícil y si algunos logran una visión de conjunto, otros se quedan centrados en los detalles.
Imagine… ¿En qué se focaliza usted y con qué facilidad pasa de una a otra? ¿Percibe movimiento y vida en estas imágenes o solamente formas frías e inanimadas? Una de las manchas evoca para muchos un murciélago o una polilla: ¿se une a la mayoría o prefiere ser original?
Se requería un artista para producirlas y un científico para evaluar los resultados. Rorschach estableció un sistema de asignación de códigos y puntuaciones a las respuestas de los sujetos en función, particularmente, de la frecuencia de las respuestas “global”, “de detalle”, “movimiento”. Los especialistas podían calcular ratios, seguir patrones.
Los resultados de las pruebas se derivaban de estas medidas y no, por ejemplo, de la suposición de que si alguien veía a su madre, es que estaba obsesionado con ella.
Rorschach asimiló originalmente sus manchas a un experimento de percepción más que a una prueba. Se trataba de explorar la manera en que las personas procesan la información visual. Solamente más tarde advirtió que los distintos tipos de sujetos tendían a percibir las manchas de forma diferente.
En 1922, Rorschach murió a los 32 años de apendicitis, dejando su prueba para la posteridad. En su Suiza natal, durante mucho tiempo se limitó en gran medida a las entrevistas de contratación y evaluaciones profesionales. En Alemania, donde Rorschach había encolerizado a algunos eminentes psicólogos, nunca se abrió paso.
En cambio, el psicólogo Yuzaburo Uchida encontró un ejemplar del Psicodiagnóstico de Rorschach en una librería de Tokio en 1925, y las manchas se incorporaron a la psicología japonesa solamente cuatro años después de la publicación del trabajo.
En la actualidad, constituyen aún el test psicológico más popular en Japón, mientras que en Gran Bretaña quedaron soslayadas. Su éxito es importante en Argentina, marginal en Rusia y Australia, y creciente en Turquía.
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Tras la muerte de Rorschach, su prueba continuó su camino de manera dispar de un rincón a otro del planeta. Pero fue en Estados Unidos donde saltó a la fama y tuvo su éxito más espectacular, infiltrándose más profundamente en la cultura.
A mediados del siglo pasado, en el apogeo del psicoanálisis freudiano, el test de Rorschach (mucho más rápido y barato que una terapia interminable) se había convertido en la principal “radiografía del inconsciente”, utilizada sin freno. La gente esperaba que se empleara no solamente para estudiar estilos perceptivos o identificar enfermedades mentales, sino también para casi leer la mente. El test de Rorschach ha pasado a formar parte del imaginario colectivo: sus manchas siguen presentes en el cine negro, los anuncios de perfumes, los videos musicales…
Pero lo que está en juego en la prueba ha ido mucho más allá. Durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército estadounidense la utilizó para seleccionar a sus pilotos y soldados en formación. Aquel que proporcionaba demasiadas respuestas relacionadas con la muerte frente a la llamada ‘tarjeta de suicidio’ se convertía en candidato a una terapia de electrochoque.
Algo como para que Rorschach se revolviera en la tumba. El psicólogo suizo había escrito a una persona que quería utilizar su test para medir la capacidad académica: “Imaginar que un joven, que quizás soñó toda su vida con ir a la universidad, se vea impedido de hacerlo porque falló el experimento, naturalmente, me deja sin aliento”.
En 1966, Walter Slote concluyó a partir de sus reflexiones que la dinámica familiar “era la clave” de la psique vietnamita. Creía que en la cultura vietnamita se idealiza a los padres autoritarios y se reprime cualquier hostilidad hacia ellos. Como resultado, los vietnamitas se sentían insatisfechos, incompletos. Los veía “en busca de una figura paterna amable y cariñosa”, con “el deseo, a veces casi nostálgico, de ser abrazados por la autoridad”. Vietnamitas que habrían asociado a Estados Unidos con “la imagen del padre todopoderoso y magnánimo”. En otras palabras, “en esencia”, ¡los vietnamitas no eran en absoluto anti, sino proestadounidenses!
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Desafortunadamente, el resultado de la investigación de Vietnam destaca “una profunda incapacidad de autoevaluación” que llevó a la ignorancia de todas las razones políticas, históricas o militares vietnamitas para odiar a Estados Unidos. Las respuestas que Slote dio con su trabajo de campo fueron probablemente las que los estadounidenses querían escuchar. Un artículo que apareció en la portada del Washington Post en 1966 calificó el trabajo de Slote de “casi hipnóticamente fascinante”. Los funcionarios estadounidenses en Saigón lo encontraron “extraordinariamente perspicaz y convincente”.
Pero esos usos y abusos del test de Rorschach acabaron provocando, y con razón, una ola de críticas. A finales de los años 60, la herramienta había perdido su magia, al igual que las teorías de Freud. En el Reino Unido y en otros lugares, nunca se recuperó. En cambio, en Estados Unidos, en los años 70 se revaluó gracias al desarrollo de métodos estadísticos destinados a estandardizar las evaluaciones de las pruebas.
Los estudios científicos más recientes validan el test de Rorschach, siempre que se utilice correctamente y no como un respaldo a las conclusiones personales de los psicoanalistas. Un metaestudio, publicado en 2013 en una revista de psicología autorizada, ha convencido incluso a los críticos más acérrimos de que la prueba, si se usa en ciertos contextos como lo hizo Hermann Rorschach, tiene una base científica.
Sin embargo, los secretos de la personalidad humana siguen siendo tan inescrutables como siempre.
Damion Searls es autor de un libro sobre Hermann Rorschach y la larga vida de su test: The Inkblot: Hermann Rorschach, His Iconic Test, and the Power of Seeing. Londres: Simon & Schuster, 2017.
Traducido del francés por Marcela Águila Rubín
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