¿Puede el WEF detener la desglobalización?
Las fuerzas que se oponen a la visión del Foro Económico Mundial (WEF en inglés) sobre el orden económico mundial ganan terreno. ¿Estamos ante el fin del WEF como lo conocimos?
Los titanes políticos y económicos que se reúnen esta semana en el resort alpino suizo de Davos se enfrentan a un panorama inesperadamente distinto al que había durante la última reunión presencial del WEF en enero del 2020. En contra de la tradición, este año el Foro Económico Mundial se celebrará en primavera y no en invierno. Sin embargo, aunque Suiza goza de temperaturas más clementes en este periodo, el ataque de Rusia a Ucrania ensombrece la edición 2022 que se celebra bajo el lema: «La historia, ante un punto de inflexión».
«Esta Reunión Anual se celebra en el marco de la situación geopolítica y geoeconómica más compleja de las últimas décadas», destacó el presidente del WEF, Borge Brende, durante una conferencia de prensa el miércoles. «Tendremos que centrarnos aún más en el impacto y los resultados».
Éste no será un WEF como los otros. Se aguarda con interés el discurso virtual del presidente ucraniano Volodímir Zelenski y, para la región iberoamericana, se ha confirmado la presencia del presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, y del Presidente colombiano Iván Duque. No habrá, en cambio, ningún empresario de alto nivel o miembro de la élite política rusa. Así como tampoco habrá una delegación China debido a los confinamientos que viven dos de las principales ciudades por la COVID-19. El gigante asiático sólo envía a su enviado para el cambio climático, Xie Zhenhua. Por su parte, Estados Unidos solo estará representado por John Kerry, asesor especilizado sobre el clima y por el exvicepresidente y activista ambiental Al Gore. Un gran contraste con los tiempos gloriosos en donde las principales economías del mundo enviaban a su jefe de Estado o a una delegación gubernamental del más alto nivel.
Estas ausencias dejan un gran vacío en el programa anual de Davos y reflejan la creciente desconexión que existe entre el WEF y la realidad global, opinan analistas y observadores. En lugar de que los «ciudadanos globales» se reúnan en Davos para hablar sobre los problemas globales, los países se repliegan, una tendencia que se ha visto agudizada por la pandemia de COVID y por las consecuencias económicas de la invasión rusa a Ucrania; dos eventos que han generado un cataclismo que nadie habría anticipado durante el último encuentro presencial del WEF.
“Es un mundo completamente diferente”, dice David Bach, experto en economía política de la Escuela de Negocios IMD, “en el que hay bloques y regiones rivales, y esto tiene implicaciones de gran alcance no solo en la política internacional y en la economía global, sino también en las estrategias de negocios”.
El estandarte de la globalización
Cuando el WEF se fundó en la década de 1970, la Guerra Fría dividía al mundo en líneas ideológicas opuestas. La reunión anual de Davos se erigía como un foro capaz de reunir esas visiones globales contrapuestas. El llamado «Espíritu de Davos», promovido por el WEF, era un «concepto de participación, colaboración e intercambio respetuoso entre todas las partes”.
A medida que se impuso el orden económico liberal, el WEF se convirtió en un sinónimo del comercio abierto y de apoyo a la eficiencia económica, que fueron las constantes que definieron la globalización de las décadas de 1980 y 1990. Esto generó enormes ganancias económicas hasta principios de la década de 2000 y ayudó a sacar a millones de personas de la pobreza en la medida en la que China y los antiguos estados soviéticos se integraban a la economía global.
“La globalización masiva que observamos en materia de comercio cuando China se unió al sistema del comercio mundial se estabilizó de forma importante hace una década”, dice David Dorn, profesor de globalización y mercados laborales en la Universidad de Zúrich.
A medida que la euforia por los logros de la globalización ha disminuido, las fuerzas que la critican se fortalecen. La creciente brecha entre ricos y pobres provocó resentimiento e ira. La subcontratación condujo a la explotación de los trabajadores en lugares con poca protección de los derechos laborales. Las cadenas de suministro, cada vez más veloces y complejas, causaron daños ambientales irreversibles. A principios del presente siglo estallaron violentas protestas contra el WEF y su club de multimillonarios, que se convirtieron en un emblema de los problemas provocados por la globalización.
El foro intentó abordar las preocupaciones de los otros grupos invitando cada año a representantes de puntos de vista contrapuestos y a miembros de oenegés, para que interactuaran con los directores ejecutivos. El WEF organizó también eventos en otras partes del mundo que iban desde Dubái hasta Ciudad del Cabo y Tianjin. Replanteó la narrativa capitalista para hacerla más inclusiva y orientada a los negocios capaces de resolver problemas sociales, considerando sesiones enfocadas en evitar una crisis alimentaria y en poner fin a la esclavitud moderna o abordar el cambio climático.
Se creó el Foro AbiertoEnlace externo para que el público, al menos aquel que podría asistir físicamente a Davos, fuera parte de la discusión de los problemas.
En tanto, las economías se volvieron más interconectadas y dependientes entre sí a medida que las cadenas de suministro se hacían más grandes y complejas debido a los enormes avances tecnológicos existentes.
Mientras más podían vender sus productos en el mundo, las empresas globales comenzaron a volverse más poderosas y los gobiernos se debilitaron. El ciudadano nacional dio paso al consumidor global, escribió el politólogo Samuel Huntington en un ensayoEnlace externo publicado en 2004 sobre la “Desnacionalización de la élite estadounidense”. Lo que Huntington llamó ‘Hombres de Davos’, ‘trabajadores de cuello de oro’ o . . . los ‘cosmócratas’, una clase emergente empoderada por la conectividad global, que fue vista como un problema.
Las reacciones violentas contra la globalización no cedieron, por el contrario, se afianzaron vía un movimiento opositor arraigado a una retórica populista y nacionalista.
“Existe el sentimiento de que parte de Wall Street, Hollywood y la élite cosmopolita están gobernando. Líderes como Donald Trump y Marine Le Pen, en Francia, vieron que la gente se sentía excluida”, dice Daniel Warner, politólogo suizo-estadounidense y exdirector adjunto del Graduate Institute de Ginebra.
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Punto de inflexión
Pero los problemas existentes entonces palidecen ante lo que estaba por venir. La guerra en Ucrania y la pandemia de coronavirus, las dos crisis más recientes, han cuestionado a fondo la visión del WEF sobre el orden económico mundial.
La última vez que la élite se reunió en Davos faltaba un mes para que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara al coronavirus como una pandemia global. Durante enero del 2020, en los pasillos del Centro de Congresos de Davos apenas se escuchaban murmullos sobre una crisis sanitaria en Wuhan. La confirmación de la pandemia cambió la vida de todos los países y provocó que el WEF cancelara su reunión anual en Davos durante dos años. Ha sido la única vez que esto se produce en los más de 50 años de historia que tienen estos encuentros globales.
En enero del 2022, cuando la agenda de Davos se pospuso para la primavera, la posibilidad de una invasión rusa a Ucrania parecía improbable. Por ello, para adaptarse al dramático cambio de circunstancias, el WEF modificó su lema original que era: «Trabajar juntos, restaurar la confianza» por el de «La historia, en un punto de inflexión: políticas gubernamentales y estrategias comerciales».
“Lo que estamos viendo es una globalización a la inversa”, dice Warner y explica que existe un agresivo retorno hacia el nacionalismo en algunos países y da como ejemplo el movimiento de insurrección francés de los Chalecos Amarillos y las acciones de Rusia decididas por Vladimir Putin. “La gente se siente cada vez más excluida y no tiene ningún apego emocional a la globalización”, destaca.
El suministro de productos básicos, desde los medicamentos hasta el trigo y el aceite, se ha interrumpido, lo que exacerba las desigualdades existentes. A pesar de las promesas de que las vacunas y los tratamientos contra la COVID serían bienes comunes globales, los países compitieron férreamente para obtener las primeras dosis. Y esto no afectó a los multimillonarios sino a millones de personas que lucharon para accederEnlace externo a vacunas y tratamientos asequibles contra este virus.
Desde el inicio de la guerra contra Ucrania, dos de los mayores exportadores de cereales del mundo se han visto desestabilizados por las sanciones y los enfrentamientos. El Programa Mundial de Alimentos estima que la guerra y el impacto en los precios de los alimentos y el combustible llevarán a 47 millones de personas al borde de la hambruna.
Confrontados ante estas crisis, así como ante la emergencia climática, muchos países se han encerrado, defendiendo sus propios suministros y a su población, imponiendo prohibiciones a la exportación y protegiendo a sus industrias nacionales.
“La historia de la globalización siempre ha sido un estire y afloja entre quienes apoyan una mayor integración y apertura y quienes se oponen; la historia del libre comercio muestra ahora que las fuerzas que impulsan la desglobalización son cada vez más fuertes, porque no solo están compuestas por demagogos y populistas… Las interrupciones en la cadena de suministro provocadas por la pandemia y ahora por la guerra son absolutamente reales”, sentencia Bach.
Dudas entre los ganadores de la globalización
Incluso los ganadores de la globalización -las empresas multinacionales- están en desacuerdo con la narrativa de la globalización. Las empresas reciben cada vez más presión por parte de los empleados, los clientes, los gobiernos e incluso, de sus propios accionistas para que tomen partido a medida que la geopolítica divide cada vez más el mundo en unos cuantos bloques comerciales importantes.
“Se acabaron los tiempos en los que una multinacional podía ir al país X o Y sin hacerse cuestionamientos previos”, dice Warner. Las empresas se enfrentarán cada vez más a más casos como el de Rusia o China, en donde hacer negocios con estas naciones supone un alto costo. Al respecto, Christoph Franz, presidente de la junta directiva de la firma farmacéutica suiza Roche, expresó a SWI que su empresa está fortaleciendo la creación de valor y espera que las empresas analicen de manera más explícita los riesgos de la globalización y «atribuyan diferentes valores a la seguridad de la cadena de suministro».
Para los directores ejecutivos, sortear las sanciones y las interrupciones de la cadena de suministro actuales es algo más que un simple dolor de cabeza. Han sido puestos en entredicho muchos de los principios básicos que guiaron las decisiones comerciales durante las últimas décadas. Para poder hacer negocios en la segunda economía más grande del mundo, se espera cada vez más que las empresas se alineen a los planes de Xi Jinping de desvincular a China de Occidente, para que se vuelva autosuficientes y se construya un orden económico centrado en China.
“Muchos legisladores y algunos líderes empresariales se están poniendo del lado del campo de la desglobalización porque es políticamente conveniente o económicamente más rentable para ellos”, dice Bach.
Gran parte del mundo quiere una nueva narrativa con nuevos paradigmas también, y es una posición que no solo enarbolan los activistas antiglobalistas. Países como China quieren redefinir cómo funciona el mundo. Las empresas con clientes y empleados en todas partes están buscando una nueva narrativa.
“La imagen de una aldea global se ha esfumado”, dice Warner. “Este ideal de unir a las empresas y los políticos es visto por muchos como elitista y se está cuestionando pensar que estas personas podrían resolver el problema y traer la paz”.
El WEF en un momento decisivo
Ante un espíritu de Davos amenazado, ¿puede el WEF resolver realmente los problemas de la globalización?
“El WEF tiene cosas realmente valiosas que ofrecer. Pero si se mantiene como ese exclusivo club de ricos, que la mayoría de la gente normal no comprende y al que atribuye muchos de sus problemas, seguirá perdiendo apoyo”, advierte Gretta Fenner, directora general del Instituto de Gobernanza de Basilea. .
“Puedes decir todo lo que quieras, pero ¿dónde están las acciones medibles y la rendición de cuentas de las declaraciones y compromisos que hacen los líderes en el WEF?”, añade.
A pesar de las afirmaciones de volverse cada vez más inclusivo, el WEF sigue ofreciendo una membresía con un costo de hasta 600 000 dólares anuales y a su reunión anual solo se puede asistir con invitación y en medio de fuertes medidas de seguridad. Los directores ejecutivos llegan en sus aviones privados a pesar de haberse comprometido con el cambio climático. Muchas de las reuniones clave se llevan a cabo de forma extraoficial y a puerta cerrada, y los gafetes de acceso aún mantienen una clasificación por colores que indica el orden jerárquico de las personas.
Pero es posible que, al no existir grandes nombres y hombres de poder que atraigan los reflectores en 2022, nuevas voces y perspectivas sean escuchadas. GreciaEnlace externo anunció que, por primera vez, tendrá una “Casa Griega” en Davos e India ha estado promoviendo varios eventos en la semana previa al WEF. El continente africano tendrá su mayor representación hasta la fecha, ya que se espera que siete jefes de Estado y decenas de ministros asistan al evento de élite.
“Dado que el mundo está en problemas en varios frentes, la idea de reunir a algunas personas y hacer que debatan sobre ciertas preguntas me parece algo positivo”, dice Bach.
“Eso no significa que yo tenga expectativas dramáticamente altas de que obtendremos soluciones a los principales problemas que apremian a la humanidad, pero hay espacio para reuniones en persona… (y) para que el esfuerzo concertado de quienes piensan asistir al WEF marque alguna diferencia”.
Traducido del inglés por Andrea Ornelas
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