Seguridad alimentaria: «Si no actuamos ya, mañana pagaremos un alto precio»
Más de 800 millones de personas pasan hambre en el mundo. Para garantizar alimentos para todos en el futuro, es necesario transformar todo el sistema. Bernard Lehmann, primer suizo que preside el grupo de expertos de Naciones Unidas sobre seguridad alimentaria, sugiere los contornos de ese cambio.
SWI swissinfo.ch: ¿Qué es lo que más le preocupa de la situación alimentaria de hoy en día?
Bernard Lehmann: Por un lado, está el problema actual de la crisis climática, que provoca sequías cada vez más devastadoras. Sobre todo en África y Asia, donde se están perdiendo muchos cultivos y tierras antes fértiles. Eso significa menos alimentos disponibles a nivel local, con un aumento dramático de malnutrición y desnutrición entre muchos niños. En segundo lugar, los efectos de la pandemia se siguen notando sobre los países con un elevado crecimiento demográfico.
¿Ha empeorado la situación por la guerra en Ucrania?
Sí, nutriendo esas dificultades a nivel mundial. Los suministros de trigo y aceite comestible se han vuelto escasos, lo que ha provocado fuertes subidas de precios en el mercado mundial. Como consecuencia, cada vez más personas no tienen acceso a ciertos alimentos. Y eso explica la crisis actual. Hay alimentos disponibles, pero una parte del mundo ya no puede permitirse comprarlos.
Bernard Lehmann es el actual presidente del Grupo de Alto Grado de Expertos en Seguridad Alimentaria de Naciones Unidas (High Level Panel of Experts on Food Security, HLPE-FSN). Creado en 2010, este comité analiza y evalúa el estado de la seguridad alimentaria y proporciona informes de dicha seguridad. También facilita estudios científicos y hace propuestas a la esfera política sobre cuestiones específicas.
Bernard Lehmann es el primer suizo que ocupa este cargo. Anteriormente fue director de la Oficina Federal de Agricultura y Catedrático de Economía Agrícola en la Escuela Politécnica Federal (ETH) de Zúrich. Desde 2022 preside el Consejo de Fundación del Instituto de Investigación de Agricultura Ecológica de Suiza.
Entonces, ¿la lucha contra el hambre pasa por reducir la pobreza?
Eso es fundamental. La mayoría de las personas afectadas carecen de medios -tierras, ganado o bosques- para tener a mano alimentos suficientes, y en buenas condiciones si es posible. Esto va en contra del derecho a la alimentación consagrado en el derecho internacional.
¿Qué medidas deberían adoptarse para frenar este fenómeno?
En primer lugar, introducir un sistema de protección social en los países afectados. Para mantener un poder adquisitivo mínimo que garantice el acceso a los alimentos. En la ONU, los expertos reclaman desde hace tiempo la creación de un Fondo Mundial de Seguridad Social. El uso de vales alimentarios y transferencias de efectivo, palancas ya utilizadas por el Programa Mundial de Alimentos (PMA), puede ayudar a corto plazo. Lo mismo ocurre con los microcréditos, siempre que la inflación no se dispare. A largo plazo, habría que desarrollar, por ejemplo, mejores oportunidades de formación para los más jóvenes.
¿Para evitar su éxodo a regiones económicamente más estables?
Ese es un problema flagrante en los países del sur global. Y son precisamente los jóvenes el motor de esta transformación que se avecina. Urge, pues, ofrecerles perspectivas promoviendo la igualdad de oportunidades en la educación o facilitándoles la creación de sus propias empresas. Y por qué no profesionalizar las microempresas que pueden obrar milagros para la seguridad alimentaria.
Al mismo tiempo, muchos de estos países se enfrentan a una crisis de deuda.
Así es. Sin olvidar los países que deben hacer frente a guerras civiles o disturbios políticos, donde la angustia se agrava. Los países occidentales deberían acudir en su ayuda con apoyo financiero, reduciendo su deuda o invirtiendo directamente sobre el terreno.
¿Cómo puede Occidente ayudar de forma más concreta?
A corto plazo, los Estados miembros de la ONU podrían, por ejemplo, aportar ayuda financiera al PMA, que está pidiendo a gritos contribuciones. A largo plazo, debemos ser capaces de influir en el sistema de comercio internacional, que es una de las principales causas del hambre en el mundo. En el futuro, los países del sur deberían volver a ser capaces de producir más para sus propios mercados y poblaciones en lugar de centrarse en la exportación. Y el norte debería dejar de inundar estos países con productos baratos que frenan la producción local. Al mismo tiempo, las empresas suizas podrían, por ejemplo, transformar sus productos en uno de estos países en lugar de limitarse a importar materias primas. Eso podría generar puestos de trabajo y valor añadido, consiguiendo que estos países sean más resistentes.
El último informe del Grupo de Seguridad Alimentaria de la ONU, que usted preside, pone de relieve las desigualdades en el sistema alimentario. ¿Cuáles son esas desigualdades?
El informe muestra hasta qué punto la inseguridad alimentaria y la desigualdad están entrelazadas en esa cadena que va de la granja a la mesa. Las pequeñas explotaciones familiares suelen tener un acceso limitado a los recursos y oportunidades del mercado. Por otro lado, los grandes grupos controlan la mayor parte del mercado de pesticidas y semillas. Además, los consumidores tienen un acceso desigual a alimentos sanos y nutritivos, como he mencionado antes. Para superar todas esas desigualdades, la gente necesita sobre todo recuperar el poder de decisión sobre su propia alimentación.
¿Qué significa eso?
Todo el mundo debería poder determinar lo que quiere comer sabiendo cómo se han producido los alimentos. Así se reducirían la dependencia y la desigualdad. Sin embargo, las poblaciones más marginadas no pueden decidir. En un informe publicado en 2022, nuestra comisión exigía que este poder individual se incluyera en la definición de seguridad alimentaria.
¿Qué se entiende por seguridad alimentaria?
La propia definición de seguridad alimentaria se basa en cuatro pilares: disponibilidad, acceso, utilización y estabilidad. En un informe publicado el año pasado, el grupo de expertos de la ONU propuso ampliar esta definición para incluir otros dos componentes: sostenibilidad y capacitación.
¿Qué debemos hacer para mejorar la situación mientras la mayoría de la población suiza sigue viviendo en la opulencia?
Podemos influir directamente en nuestro propio consumo poniendo en práctica nuestro poder de decisión. Por tanto, podemos influir en el mercado. Por ejemplo, cambiando las proteínas animales por proteínas vegetales, reduciendo el consumo excesivo de carne, etc. Recordemos que alrededor del 60% de los cereales producidos en el mundo no se destinan a los seres humanos, sino a los animales en forma de piensos concentrados. Otro 16% se destina a la producción de biocarburantes. Estos cereales se necesitan desesperadamente en otros lugares.
El desperdicio de alimentos también es responsabilidad nuestra. Un tercio de los alimentos producidos en el mundo se pierde o se tira. En los países del sur global, estas pérdidas se producen directamente en el corazón de los campos de cultivo. Unas mejores instalaciones de almacenamiento y refrigeración y una infraestructura de transporte eficiente podrían evitarlo. En el norte, muchos alimentos acaban en la basura. Habría que invertir esta tendencia.
¿Son las políticas aplicadas hasta la fecha responsables de esta situación?
La cooperación al desarrollo debe seguir siendo la prioridad número uno. Por tanto, debemos asegurarnos de que las nuevas necesidades, como la ayuda concedida a Ucrania, no vayan en detrimento de la ayuda concedida al sur global. Personalmente, abogo por aumentar el apoyo a la formación profesional en el corazón mismo de los sistemas alimentarios.
En cuanto a la política agrícola suiza, creo que sería útil si se redujera el uso de pesticidas en el futuro. Y dejar de subvencionar su uso. Seguimos invirtiendo demasiado poco en la agricultura sin pesticidas. La investigación en agroecología, por ejemplo, merece más apoyo porque ofrece algunas soluciones interesantes.
¿En qué consiste ese enfoque?
Se trata de una agricultura más ecológica que se conforma con un mínimo de insumos externos, es decir, pesticidas y fertilizantes. Tiene más en cuenta los ciclos naturales, la presencia de suelos sanos ricos en humus y el fomento de la biodiversidad. Los monocultivos, que en su día se anunciaron como una revolución verde, están siendo sustituidos progresivamente por métodos más sostenibles y diversificados. Los aspectos sociales (refuerzo de las cooperativas, salidas regionales, cadena de suministro) también forman parte del concepto.
Si la agroecología tiene sentido desde el punto de vista científico y político, ¿por qué no se practica más?
Hacer de la agroecología una prioridad tendría el efecto de cambiar las estructuras de poder existentes. Este método requiere una enorme cantidad de conocimientos, lo que puede actuar como elemento disuasorio. Esta es otra razón para invertir más en investigación y servicios de asesoramiento agrícola. No existe una varita mágica, pero sí multitud de soluciones para salir de la crisis. El tiempo apremia. Si no actuamos ya, mañana pagaremos un alto precio.
Dado que la agroecología se centra en la producción local, ¿significaría su llegada el fin del sistema comercial tal y como lo conocemos?
De hecho, cambiaría muchos elementos fundamentales. Pero, ¿podemos prescindir del comercio? Yo creo que no. No obstante, proteger la producción local sigue siendo una prioridad. Los acuerdos comerciales deben ser justos y compatibles con el cambio climático. Ya se han dado los primeros pasos en esta dirección. Sin embargo, limitarse a corregir los errores del pasado ya no funciona. Lo que se necesita es una transformación global a todos los niveles del sistema alimentario, que le permita sobrevivir y afrontar el futuro.
Texto adaptado del francés por Carla Wolff
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