Suiza edifica a lo alto, pese a resistencias
A falta de suelo para edificar en las ciudades, la opción para responder a la demanda de vivienda en Suiza es construir torres, pese a la gran oposición que suscitan.
Hace ya 22 años que la oficina de arquitectura Richter-Dahl Rocha prevé construir una espectacular torre de 120 metros de altura al oeste de la ciudad de Lausana. La edificación está llamada a convertirse en un símbolo de la región, a marcar un antes y un después en la construcción de rascacielos en la parte occidental y francófona del país alpino.
En la parte oriental, germanófona, hace ya muchos años que las torres surgen como hongos en las grandes ciudades. Zúrich – con su Prime y Mobimo Towers- y Basilea -Torre Ferial han sido las pioneras. Entre tanto, varios grandes edificios han sido construidos o están en planificación en otras ciudades y comunas de las grandes aglomeraciones de la región. De acuerdo con una investigación del consejo inmobiliario Wüest & Partner, se prevé construir entre 140 y 160 de inmuebles de este tipo en los próximos años.
“En la parte francófona de Suiza, donde hay más penuria de vivienda, no se mira con buenos ojos la construcción de torres. Allí se edifica fundamentalmente menos que en la parte germanófona”, afirma Hervé Froidevaux, socio de Wüest & Partner. “La gente quiere ver viviendas y no necesariamente grandes y caras torres. Tal vez presenciamos un cambio de tendencia”.
El “cambio” al que se refiere Froidevaux es el que se produjo el pasado 9 de febrero en las votaciones federales. Una cita en la que dos tercios del electorado de la comuna periférica a Lausana Chavannes-près-Renans aceptó el plan de urbanización de un barrio, cuyo punto neurálgico es la torre de 120 metros que espera la licencia de obra desde hace 22 años.
“El proceso administrativo ha sido complicado. Durante este tiempo, el propietario del terreno ha cambiado cuatro veces”, cuenta Jacques Richter, del estudio de arquitectos Richter-Dahl Rocha. Las autoridades locales estaban muy entusiastas con el proyecto desde el principio, pero se ha requerido de mucha labor de persuasión, pues la población se oponía”.
Entre una amplia visión y las sombras
Una torre tiene una simbólica ambigua. Aquellos que están debajo observan que les impide ver el sol; mientras que aquellos que están sentados arriba, tienen una amplia visión y dinero para pagar el alto costo del metro cuadrado. Pero esto no es en sí el problema de un edificio tan alto. La cuestión fundamental está en la situación misma que produce la existencia de una torre tal: si una mayoría tuviese acceso a ella, tendría entonces una aceptación mucho mayor”, indica la socióloga Joëlle Zimmerli.
Fuerte polarización
Ahora habrá que buscar inversionistas para financiar el proyecto. “No sabemos aún si la torre se construirá tal y como la hemos concebido”, dice Richter. Desde el principio estaba claro que un restaurante se crearía en el último piso y que la torre sería accesible al público”.
“Las imágenes de la edificación gustan a la gente, la consideran muy elegante”, sostiene Richter. En el caso de otros proyectos de torres, resultan más reservados en sus consideraciones sobre la estética. La aceptación es fundamentalmente un asunto muy emocional. Las torres gustan o no gustan. Esto depende de la experiencia personal que la gente tenga con este tipo de construcciones: Aquellos que han estado en Nueva York y han visto la ciudad desde lo alto, se muestran entusiastas; mientras que otros las rechazan porque ven en ellas un símbolo de poder, una depravación”.
Suiza vivió ya en la década de 1960, sobre todo en Zúrich (Lochergut, Hardau) y en Berna (Tscharnegut, Gäbelbach), una explosión de construcciones altas. En esa época, la carencia de suelo no era aún una realidad, y estas construcciones aparecían también fuera de los centros citadinos, en las regiones más verdes. Desde hace algunos años, por el contrario, crecen en las zonas urbanas.
“Tras esta etapa de gran construcción se produjo una fuerte devaluación de estos grandes inmuebles, consecuencia de los problemas sociales que provocaron”, subraya Michael Hirschbichler, arquitecto del Instituto Urban Design de la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (EPFZ). La aparición del fenómeno de “” guetos desacreditó las torres habitacionales. “Entonces se construían viviendas modernas de tipo social. En cambio, hoy las nuevas torres son símbolo de estatus metropolitano. Son hechas para otro tipo de población”.
Herencia histórica como freno
Si bien los promotores inmobiliarios anuncian una nueva ola de construcción de torres y observamos que, efectivamente, muchas están en planificación, estas edificaciones aún tienen un mayor grado de aceptación entre la población, comenta Hirschbichler. “En Suiza, más que en otros países, la relación afectiva hacia los pequeños poblados tradicionales es particularmente fuerte. En Alemania o en Austria también hemos constatado en las discusiones sobre el tema que el miedo es relativamente grande a una transformación drástica urbana por causa de las torres. La aparición de nuevos íconos, cuya significación precisa se desconoce, provoca temores.
A esto se suma que en Suiza, contrariamente a Chicago o a Dubái, por ejemplo, el “valor o la herencia histórica es demasiado importante y significativa para emprender a la ligera cambios a gran escala”. Las grandes ciudades suizas como Zúrich, Basilea, Ginebra o Berna tienen un centro histórico intacto. Incluso la capital es patrimonio mundial de la Unesco desde 1983.
Entre los expertos, no hay unanimidad con respecto a la cuestión de evaluar hasta qué punto las torres contribuyen a la concentración urbana – debido a la sombra que proyectan y a las regulaciones que deben cumplir, como la de estar rodeadas de grandes áreas libres. “Este tipo de construcción es muy importante para la densificación espacial del hábitat, pero otros tipos de edificaciones tienen un impacto aún más importante”, indica Hirschbichler.
Las críticas dirigidas al proyecto de la torre ‘Taoua’ de Lausana, cuyo destino se decide en las urnas el próximo 13 de abril, son un ejemplo de las reacciones negativas que suscitan estas edificaciones verticales. Una parte de la izquierda y Los Verdes consideran el plan arquitectónico como una “concentración del capitalismo” empujada por especuladores del sector inmobiliario, en base a una política para incentivar el atractivo local a través de un desarrollo poblacional “fundamentalmente malsano”.
La derecha conservadora teme que el edificio quite vista a la población local y se pregunta si un “símbolo tal es realmente necesario”. El alcalde de Lausana, el ecologista Daniel Brélaz, responde que la ciudad “no tendría actualmente un campanario de la catedral ni un hospital universitario si hubiese sido necesario votar para construirlos”.
Traducción de Patricia Islas
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