TAP: 80 kilómetros de gas y de riesgos
La empresa suiza Axpo participará en la construcción del gasoducto que unirá el Mar Caspio con Centroeuropa. El proyecto es de importancia geoestratégica para la Unión Europea (UE), aunque también comparta muchos riesgos.
“Este proyecto es importante para Suiza. Dependemos del petróleo y del gas. El nuevo gasoducto garantiza un abastecimiento seguro y, además, en él participa una sociedad suiza”, se felicitó el pasado viernes el ministro helvético de Economía, Johann Schneider-Ammann, tras la elección de Trans Adriatic Pipeline (TAP) para transportar de Turquía a Europea Central el gas que extraerá el consorcio energético de Shah Deniz II del Mar Caspio.
El anuncio llenó de alegría a muchos, sobre todo las tres sociedades que promovieron el proyecto: la suiza Axpo, con una cuota de participación del 42,5% en el nuevo gaseoducto, la noruega Statoil (42,5%) y la alemana E.ON (15%). Tras años de intensas negociaciones con el consorcio de Shah-Deniz II y las autoridades de Azerbaiyán, las tres compañías lograron imponerse en la recta final a su rival Nabucco.
El nuevo gaseoducto, que deberá estar listo en 2019 y costará cerca de 5.000 millones de francos, permitirá transportar entre 10.000 y 20.000 metros cúbicos de gas al año a lo largo de un trayecto de 800 kilómetros entre Turquía e Italia, donde el metano podría ser desviado hacia otros países europeos. En Italia, Grecia y Albania, cuyos territorios atravesará el gasoducto, se prevén importantes inversiones y miles de puestos de trabajo.
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Piedra angular
Satisfecho se declaró también el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, para quien la realización de este proyecto representa “una piedra angular” para garantizar la seguridad energética en Europa. A finales de los años 1990, la UE respaldó la apertura de un nuevo corredor al sur del continente para reducir la dependencia de muchos de sus países miembros del gas proveniente de Rusia.
“El nuevo gaseoducto brinda la posibilidad de diversificar las vías de abastecimiento de gas y, en ese sentido, representa sin duda una ganancia en lo que respecta a la seguridad del abastecimiento en Europa”, sostiene Jonas Grätz, investigador del Center for Security Studies del Politécnico Federal de Zúrich. Una seguridad que, sin embargo, parece bastante relativa teniendo en cuenta que el gas extraído del Mar Caspio no atraviesa, precisamente, una de las regiones más estables del mundo.
“En esta región existen varios frentes de conflicto. Pensamos, por ejemplo, en las revueltas de los kurdos en Turquía o las tensiones entre Azerbaiyán y Armenia, después de la guerra que los enfrentó por Nagorno Karabakh hace unos veinte años. Las amenazas más concretas para las infraestructuras energéticas provienen del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Con el inicio del proceso de paz entre Ankara y el PKK podrían atenuarse estas amenazas. No obstante, la situación en Turquía y en el Cáucaso meridional parece mucho más estable que en algunos países de Oriente Medio de los que Europa importa gas y petróleo”.
La construcción de un gasoducto entre el Mar Caspio y Centroeuropa constituye un proyecto “de interés común” para la UE en el propósito de diversificar las vías de abastecimiento de gas.
El responsable de la extracción de metano en aguas de Azerbaiyán es el consorcio Shah-Deniz II, que agrupa siete empresas productoras de petróleo y gas, entre ellas la británica BP, la noruega Statoil, la azerbaiyana SOCAR y la francesa Total.
El año pasado, Azerbaiyán y Turquía firmaron un acuerdo para la construcción de aquí a 2018 del Trans Anatolian Pipeline (TANAP), que servirá para transportar el gas a través de los territorios azerbaiyano y turco.
La semana pasada, el consorcio de Shah-Deniz II eligió el proyecto Trans Adriatic Pipeline (TAP) para garantizar el transporte de metano desde la frontera turca con Grecia hasta Centroeuropa, descartando así el proyecto Nabucco.
El TAP cuenta con el respaldo de una sociedad conjunta formada por el grupo energético suizo Axpo (42,5% del capital), la sociedad noruega Statoil (42,5%) y la empresa alemana E.ON Ruhrgas.
Este gasoducto estará operativo en 2019. Su coste aproximativo ronda los 5.000 millones de francos suizos.
Fiebre del gas
Además del aspecto de la seguridad, sobre el proyecto pesan otras incertidumbres, por ejemplo sus perspectivas de mercado: “Actualmente, las condiciones marco para producir electricidad a partir de gas no son favorables. El carbón cuesta mucho menos. En Italia, donde desembocará el TAP, hay actualmente centrales de gas que no se activan porque no son rentables”, subraya Daniel Bächtold, portavoz de la Asociación Suiza de la Industria del Gas (ASIG).
“Existen, además, otros proyecto de gasoductos en Europa, entre otros, para construir el nuevo corredor South Stream y ampliar el North Stream de dos a cuatro canales para transportar gas ruso. Hoy observamos una nueva fiebre del gas. Cabe preguntarse, no obstante, si todos estos gasoductos se podrán utilizar plenamente y si habrá suficientes consumidores”, agrega Bächtold.
Urs Meister, experto en cuestiones energéticas del laboratorio de ideas Avenir Suisse, se muestra más escéptico. “El proyecto TAP se lanzó hace unos diez años, en un contexto coyuntural y de política energética diferente del actual. El nuevo gasoducto puede ser rentable, pero conlleva muchos riesgos, pues resulta difícil determinar la futura demanda en Europa”.
El gas natural representa más del 20% del consumo energético mundial. En los próximos veinte años, podría alcanzar el 25%, según la Agencia Internacional de Energía.
En Suiza, el gas cubre algo más del 12% de la demanda energética y proviene principalmente de Noruega, Rusia, Alemania y Argelia.
Proyecciones inciertas
Las esperanzas de rentabilidad del nuevo gaseoducto están ligadas a las nuevas estrategias energéticas en el Viejo Continente. Varios países europeos, entre ellos Suiza, pretenden prescindir de las centrales nucleares. Pero la transición no será posible sin recurrir a las energías fósiles en las próximas décadas. Además, el gas constituye la solución menos mala comparada con el petróleo y el carbón.
“En muchos escenarios energéticos europeos, el gas está considerado como el mejor socio de las energías renovables. De hecho, las centrales de gas son capaces de satisfacer la demanda de electricidad en las estaciones en las que escasean el sol y el viento. Actualmente, varios países utilizan el carbón con ese fin, por ejemplo Alemania. Pero el gas podría sustituir cada vez más el carbón, ya que se puede utilizar de forma más flexible y produce menos emisiones de CO2”, explica Jonas Grätz.
“Varias proyecciones indican que en los próximos veinte años el gas asumirá un papel crucial en la mezcla energética global, con un aumento de las importaciones de otros continentes”, afirma Urs Meister. “Pero son proyecciones inciertas, porque dependen de múltiples factores, entre ellos la evolución de la economía”.
En ello coincide Axpo. Hace unos días, el director de la empresa suiza, Heinz Karrer, declaró que pretende reducir en los próximos años del 42,5 a menos del 10% la participación de Axpo en la proyecto TAP. Con la venta de esta cuota de capital, la compañía suiza podría recuperar con creces los más de 80 millones de francos que ha invertido hasta ahora en el proyecto.
(Traducción: Belén Couceiro)
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