Isla chilena, fragmento suizo en el Pacífico
La vida del barón bernés Alfred von Rodt, autodesignado Gobernador y rey de la isla chilena Robinson Crusoe, inspira un novedoso documental suizo, estrenado en la reciente edición del Festival de Cine de Locarno.
‘Insular’, del realizador Stéphane Goël, evidencia aquello de que si bien los guiones cinematográficos suelen exceder la frontera de lo real, muchos hechos históricos logran superar toda imaginación humana. Y cuando llegan a la pantalla, la inundan de originalidad.
Stéphane Goël llegó con su colega Antoine Jaccoud y su equipo de filmación a la isla Robinson Crusoe en busca de las huellas de la particular historia del aristócrata suizo que apostó a construir una nación utópica en tierras lejanas:
El barón Alfred von Rodt se instaló en 1877 en esa minúscula isla del archipiélago Juan Fernández, a más de 600 kilómetros al oeste de Santiago de Chile, y convocó a una reducida y selecta inmigración que constituyó su “corte”.
Tras las huellas de von Rodt
Durante 28 años, implementó los más diversos proyectos para intentar el desarrollo de esa pequeña superficie de apenas 48 kilómetros cuadrados. Fueron sucesivos los fracasos de esa “oveja negra” de la aristocracia helvética que murió en 1905, dejando una descendencia de cinco hijos.
Cuatro generaciones más tarde, el equipo fílmico de Goël llegó a esa ínsula habitada por 800 personas.
“Tenía una gran curiosidad por encontrar a los primos helvéticos lejanos”, indica el realizador a swissinfo.ch al explicar la empresa que le llevó dos meses en 2017. El concepto de ‘primos’, precisa, “no desde una relación genético-familiar, sino identitaria”.
Y es que, su gran sorpresa “fue descubrir que el Barón von Rodt constituye hoy una fuente importante de la identidad de los actuales habitantes, muchos de los cuales reivindican su ascendencia helvética”.
Los pobladores de Crusoe sienten la necesidad de reforzar una historia originaria ligada al suizo expatriado y al mismo tiempo se muestran profundamente enraizados en esa parcela perdida en la inmensidad del Océano Pacífico, analiza el cineasta.
Narra que también le sorprendió percibir que, “a miles de kilómetros de Suiza, esos descendientes de von Rodt experimentan fobias y temores similares a los de sus primos alpinos”.
Una visión semejante del mundo
“Siento que allá y acá, a pesar de hábitats radicalmente diferentes, se coincide en una cierta percepción insular del mundo”, subraya el cineasta. Para él, “Suiza es, en cierta manera, una suerte de isla continental”.
Tal visión, prosigue, está marcada por un cierto miedo al resto del mundo. Ese miedo desarrolla un sentimiento fuerte de pertenencia a una tierra -sea la Isla Robinson Crusoe, sea la Confederación Helvética-, que lleva a desconfiar del otro, del extranjero. “Se siente necesario el reforzamiento de las fronteras para protegerse de lo que viene del exterior”.
Los insulares, puntualiza Goël, expresan su enorme preocupación por la viabilidad demográfica de su territorio, que no podría asimilar un número ilimitado de “inmigrantes”, paradójicamente, conciudadanos chilenos que llegan del continente.
El movimiento poblacional se acrecentó a partir del 2010, cuando el pequeño poblado fue arrasado por un tsunami y empezó la significativa inversión del Estado para su reconstrucción. La llegada de técnicos, funcionarios y trabajadores se tradujo en un aumento poblacional de 35%.
Denominados “plásticos” porque usan productos envasados en ese material, los recién llegados son percibidos por los lugareños como una amenaza al equilibrio ecológico de la isla.
“Si bien existe una lógica en los isleños que se basa en el cálculo económico y la viabilidad existencial, la desconfianza y la fobia hacia el que llega de afuera son más sutiles, profundas e identitarias”, evalúa Goël. “Preocupación y desconfianza del extranjero que me es también familiar en Suiza”, subraya.
Pueblo originario
Para el realizador de Insular resulta sorprendente la manera en que los habitantes de la isla se posicionan respecto al Estado chileno: autoridad institucional y policial -como lo presenta muy claramente el film durante una jura de la bandera chilena- y garantía del suministro de servicios básicos -como la educación y la salud- es “bienvenido por los habitantes”.
Sin embargo, los isleños “quisieran tener mayor autonomía en relación con Santiago, e incluso quisieran reivindicar su estatus de pueblo originario, al estilo de las comunidades mapuches o los habitantes de la Isla de Pascua”. Algunos de sus interlocutores explicaron a Goël que tras esa reivindicación contemplan la posibilidad de obtener recursos financieros más significativos.
El realizador observa en todo ello un cierto marco de contradicción existencial: al mismo tiempo que los pobladores quisieran mantener el “paraíso, el Edén de la isla Robinson Crusoe, dependen íntegramente del barco mensual que transporta desde tierra firme todos los productos básicos imprescindibles para su sobrevivencia”.
Espejo helvético
Las bellas imágenes de una naturaleza muy particular -rugosa, desnivelada, conmovedora- permiten recorrer no solo el camino del pasado al presente sino darle una referencia clara a la figura de von Rodt. El barón, que 113 años después de su muerte sigue, de una u otra manera, vigilando el “reino de bienestar”. Su tumba, destruida en 2010 por el tsunami, acaba de ser reconstruida con el aporte de la embajada suiza en Chile.
“Esta isla es una metáfora, un pedazo de Suiza en el Pacífico…No es ni el paraíso perdido que uno se podría imaginar ni tampoco un infierno terrenal… Es el espejo, a miles de kilómetros, de nuestra propia Suiza” concluye Goël.
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