Seis meses para hacer reír a algunos suizos
Inmunizada contra la solemnidad, Lourdes Elizondo sentencia que los suizos y los mexicanos son tan diferentes como el cielo y la tierra.
La maestra del CSC bromea con la severidad de sus colegas, pero reconoce su honestidad.
Licenciada en Educación Especial, la profesora dejó el timón de un establecimiento para niños con Síndrome de Down para navegar en las aguas inciertas de un colegio que se hacía a la mar en un océano de vicisitudes, pero con un temple de corsario.
«Es una escuela formativa con mucha libertad de acción, de elección para los niños. Me encanta, por eso sigo aquí».
La maestra de español participó en el alumbramiento del CSC, hace diez años, «en el bosque y en familia». El paso del tiempo ha incrementado su cariño por esa institución, en la que «hay mucho respeto y no existen diferencias entre los niños».
Dueña de un espíritu campechano y sin cortapisas, la maestra no escatima espontaneidad al hablar de su escuela, sus alumnos, sus colegas: «Cuando llegan algunos niños me ven con cara de espanto. Se preguntarán: ¿Qué dice esta marciana?» Y es que, «empecé a estudiar alemán, pero dije: ¡no, es dificilísimo!»
Con la alegría irreverente de los desprejuiciados, asegura que «en el primer año (los suizos) tardaron seis meses en reírse» y reconoce que, aunque toman su tiempo, «cuando aceptan a alguien, es para siempre».
Diferencias que unen
Su mudanza en 1992 de la capital mexicana al estado de Morelos fue como cruzar el Atlántico: «Yo nunca había trabajado con suizos. Son personas que tienen muchos parámetros: Me preguntaba por qué raya roja, si puede ser verde o azul … para nosotros eso no tiene importancia».
Desconcertada por la rigidez del orden helvético («todo lo tienen perfectamente organizado, en enero me preguntan qué material necesitaré en septiembre …) decidió recurrir a la imperturbable y ancestral sapiencia mexicana (… y yo les respondo que no sé si viva para entonces»).
Pero tras una década de estrecha convivencia y de lucha codo a codo, Lourdes ha podido constatar que la diferencia de mentalidades, lejos de ser un obstáculo para una «muy buena integración», permite enriquecerse con el conocimiento de otra forma de pensamiento.
Que nadie busque, sin embargo, en esa concordia, un atisbo de claudicación: «Yo nunca podría vivir en ese orden. (Los suizos) no improvisan dentro de su orden. Les advierto que si quieren actuar aquí con tanta severidad, están fundidos. Son receptivos, aunque a veces no lo pueden entender».
Marcela Águila Rubín, Cuernavaca
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