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El calvario de los niños abandonados o huérfanos en Corea del Sur

Jo Youn-hwan, un surcoreano que se crió en un orfanato y creó una asociación defensora de las personas que pasaron por este tipo de establecimientos, fotografiado el 8 de agosto de 2019 afp_tickers

Verano de 1985 en Seúl. Un niño de siete años está sentado en una estación de autobuses. Llora mientras espera desesperadamente a que su madre regrese.

Jo Youn-hwan vestía el traje con los colores de un equipo de béisbol que su madre le había comprado la víspera. Fue el único regalo que recibió de ella.

Antes de irse, su madre le dijo que se portara bien mientras la esperaba. A medida que se hacía de noche, él sintió miedo. «Si viene me portaré muy bien», pensaba. Nunca vino.

Jo Youn-hwan entró en un orfanato.

Durante décadas Corea del Sur fue uno de los países en dar más niños en adopción, pero él era demasiado mayor para que las parejas se interesaran por él y pasó el resto de su infancia en una «institución estrictamente jerárquica y cruel» -asegura- hasta que cumplió 18 años.

Los niños se morían de enfermedades curables y los mayores maltrataban a los más pequeños, cuenta él a la AFP.

«Cuando llegaba un niño nuevo y lloraba porque tenía miedo, el ritual establecía que había que envolverlo en una manta y pegarle con un bate de béisbol hasta que parara» de llorar, recuerda.

Los locales y la ropa eran asquerosos, la comida en mal estado, incomestible, añade.

Durante mucho tiempo se preguntó qué habría pasado si lo hubieran adoptado.

«Mi vida no hubiera tenido tanto ‘han'», dice, empleando una palabra coreana que significa un sentimiento de profunda tristeza y rencor por las injusticias sufridas.

– ¿Una vida mejor? –

El sistema de adopción internacional desarrollado en Corea del Sur justo después de la guerra de 1950 a 1953, estaba enfocado a sacar del país a los mestizos nacidos de relaciones entre coreanas y soldados estadounidenses considerados indeseables.

Como los surcoreanos son reticentes a adoptar, con el tiempo unos 180.000 niños fueron acogidos en el extranjero, sobre todo en Estados Unidos.

El orfanato seleccionaba a los más jóvenes, «más guapos y más sanos» para el extranjero, explica a la AFP Arissa Oh, investigadora del Boston College en Estados Unidos, aplicando «una lógica del rescate muy anclada en la mente de los estadounidenses y de los coreanos: los ricos estadounidenses podían ofrecer a un niño coreano una vida mejor que la de padres pobres o de una madre soltera».

Esta máxima dejó huella en los niños. «Durante toda mi vida me han dicho (…) que tenía que sentirme agradecida, que si no me hubieran adoptado habría acabado en la calle, como prostituta», declara a la AFP Hanna Johansson, una coreana adoptada en Suecia.

– «Podría haber sido yo» –

El director de cine coreano-estadounidense Glenn Morey, nacido en Seúl en 1960, fue abandonado cuando era un bebé y adoptado a los seis meses por una pareja. Creció en Estados Unidos, concretamente en Denver. Tuvo que luchar para integrarse en el colegio, en el que era el único asiático.

«Ser asiático hacía que fuese diferente, víctima de insultos, de acoso y de exclusión», recuerda. «Si al crecer te ves confrontado a diario a problemas, te acabas preguntando cómo habrían sido las cosas en Corea, donde al menos te habrías sentido uno más».

Su última creación «Side x Side» es un intento de responder a esta pregunta. En ella habla con doce surcoreanos que estuvieron en orfanatos.

Dos de ellos, con minusvalías, le contaron su vida en la calle, sin un empleo estable, sin saber si conseguirían comida y en un entorno violento.

«Cada vez que rodábamos, se me partía el corazón», recuerda el cineasta. «De alguna manera podría haber sido yo, y sus luchas, las mías».

– «¿Por qué mintió?»-

En Corea del Sur los niños abandonados viven con el estigma. Se les considera fruto de una relación ilícita, a menudo extramatrimonial, y como ignoran su ascendencia familiar, sufren discriminación cuando buscan trabajo y en las relaciones sociales. Por eso algunos mienten a sus parejas, a sus familias políticas y a los jefes para ocultar los años pasados en un orfanato.

El caso de Jo es, según él, atípico. Fue buen estudiante y el director del orfanato pagó la beca universitaria. Ahora es taxista, está casado y es padre.

El año pasado creó el primer grupo en Corea del Sur de defensa de los derechos de «antiguos» integrantes del orfanato. Según sus datos, el 93% tuvieron problemas con la justicia, fueron personas sin techo o trabajaron ilegalmente.

Él localizó a su madre pero el hallazgo le dejó un sabor amargo. Su padre, un jugador empedernido, la maltrataba y ella decidió escapar de esa realidad casándose con otro hombre y para ello tenía que deshacerse de su pasado. Antes que él, su hermana mayor corrió la misma suerte.

«¿Por qué no haberme al menos permitido vivir con mi padre o con mi abuela? ¿Por qué le mintió a mi padre diciéndole que yo había muerto?» Jo no encuentra una explicación. «Lucho todavía para poder digerirlo. Es muy, muy duro».

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