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El centinela de la catedral de Lausana que da las horas por la noche

Marco Carrara, que trabaja como reemplazante del centinela, posa en el campanario de la catedral de Lausana, el 17 de diciembre de 2018 afp_tickers

Por la noche un centinela sube con una linterna al campanario de la catedral suiza de Lausana para cantar las horas y así mantener viva una tradición de hace 600 años.

Es uno de los pocos que quedan en Europa. Antes, hace siglos, el vigía de la catedral, el edificio más alto de la ciudad, alertaba de los incendios que se declaraban en las casas de madera de la Edad Media.

«Había miles, o decenas de miles» en Europa para proteger los espacios urbanos, explica a la AFP Renato Häusler, el actual guardián oficial de Lausana. Pero con los progresos técnicos fueron desapareciendo.

«Soy el guardián, han sonado las diez, han sonado las diez», grita el hombre rompiendo el silencio de la noche de Lausana. Una frase que se repite desde 1405.

Todo el año, entre las 22h00 y las 02h00, vestido con un sombrero negro, el centinela sale de su garita, en lo alto de los 153 peldaños de piedra, para hacer de reloj en esta ciudad a orillas del lago Lemán.

Junto con Lausana, solo quedan seis ciudades en Europa con un vigía activo durante todo el año (Annaberg, Celle y Nordlingen en Alemania, Ripon en Reino Unido, Cracovia en Polonia y Ystad en Suecia).

Hasta 1950 el centinela de Lausana también hacía tocar manualmente las campanas.

– «Que la historia cobre viva» –

«La ciudad está muy apegada al mantenimiento de esta tradición», asegura Häusler, de 60 años y en el cargo desde 2002. Los 14 años anteriores fue reemplazante.

«Es una forma de hacer que la historia cobre vida», explica a la AFP David Payot, concejal municipal.

Al comienzo de los años 60, el anuncio del recorte de los horarios del vigía (antes trabajaba desde las 21h hasta el alba) fue interpretado como el primer paso para su supresión, cuenta. Pero la gente se movilizó y envió cartas a las autoridades locales pidiendo que se mantuviera.

Renato Häusler aprecia «el lado completamente desfasado» de su trabajo, un empleo inútil en una época en la que «la realidad» exige que todo sea «rentable o eficaz».

Cuatro noches por semana en promedio, Häusler cumple con su deber a cambio de un salario que prefiere no comunicar pero «muy inferior» a las «convenciones para los horarios nocturnos». Por eso a veces fabrica velas de cera, su otra actividad profesional.

Sus sustitutos se encargan de las noches restantes.

«Algunas noches son tranquilas y más bien solitarias», cuenta uno de ellos, Marco Carrara, «y hay noches en las que los lausaneses, las personas de los alrededores o incluso los turistas tienen la posibilidad de visitar la garita».

– «Nobleza» –

«Vienen como media entre 600 y 700 personas por año», estima Häusler.

«Estamos al mismo tiempo en el corazón de la ciudad y en las afueras», dice este hombre atraído por «la nobleza de esta tarea» que «va en contra del utilitarismo».

A más de 40 metros de altura, el centinela es testigo de los cambios de las estaciones. «El verano es magnífico, hay vencejos que se pasean (…) están por la noche, vuelan».

Él se siente privilegiado por ser «el último eslabón de una cadena» que se remonta al siglo XV. «En un mundo completamente caótico», afirma, «creo que es tranquilizador tener actividades que vienen de muy lejos, que son tradiciones que nos permiten conectar con nuestras raíces».

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