El verano de la indignación de Lampedusa: una «abandonada» Puerta de Europa
Gonzalo Sánchez
Lampedusa (Italia), 21 sep (EFE).- El verano toca a su fin, pero deja a su paso un ánimo caldeado entre los vecinos de la pequeña isla italiana de Lampedusa (sur), desbordada por un incesante flujo migratorio desde África, al otro lado del Mediterráneo. Y, aunque muchos siguen creyendo en la solidaridad, el sentimiento generalizado es de «abandono» por parte del Gobierno y de la Unión Europa (UE).
Esta remota isla es el enclave italiano más meridional, de hecho está más cerca del litoral tunecino que del siciliano, y por eso se encuentra más expuesta a un flujo migratorio que cada estío suele acrecentarse por las mejores condiciones del mar.
Pero este año la situación ha sido diferente. Basta pensar que la pasada semana, en solo tres días recibió unos 10.000 inmigrantes que saturaron su precario y único centro de acogida, con capacidad para unos 400.
Las cifras hablan por sí solas: en lo que va de año han desembarcado en Italia 132.279 personas, el doble que el mismo periodo del 2022 (68.420) y el triple que en 2021 (43.372), según datos del Ministerio del Interior actualizados el 20 de septiembre.
Una situación «récord» que ha empañado, si no amargado, el primer verano de la ultraderechista Giorgia Meloni en el Gobierno.
Su ministro del Interior, Matteo Piantedosi, achaca este fenómeno a la inflación en numerosos países africanos, a la persistencia de conflictos y a la perenne crisis económica del continente.
UN VERANO DE CAOS
Hasta el momento Lampedusa había lidiado con cierta calma con este fenómeno, sobre todo porque los inmigrantes pasan desapercibidos, llevados en buses a un recinto alejado y custodiado por el ejército, casi sin interferir en la vida de sus menos de 6.000 vecinos.
Pero las últimas oleadas han sembrado el caos, además de dar una «mala imagen» de esta isla que vive todo el año de la pesca y en los meses cálidos de un turismo de playas de aguas turquesa.
El puerto de Punta Favaloro es estos días un ejemplo claro de esta doble cara: en uno de sus muelles flotan ordenados barcos encerados y veleros; en otro se pudren bajo el sol decenas de pateras maltrechas.
Y este desorden definitivamente no gusta a muchos vecinos, que culpan al Gobierno y a Bruselas de no lograr detener la presión migratoria ni a las mafias africanas que la orquestan.
LOS VECINOS SE ORGANIZAN
La céntrica Plaza de la Libertad es el termómetro perfecto de esta tensión. Frente al ayuntamiento, los vecinos han colgado cuatro pancartas en las que se lee «UE y Roma ausentes», «Basta muertos en el mar, deténganlo» y «¡Cauces regulares de entrada inmediatamente!».
Quieren, en definitiva, que las llegadas de solicitantes de asilo sean reguladas y que no recaigan únicamente en Lampedusa.
En plena calle, unos 200 vecinos se reúnen en asamblea para tratar el tema. «Lo que nos enfada es que ya no podamos vivir tranquilos», espeta Domenico, sentado junto a algunos jubilados bajo el cartel de la Vía Roma, dedicada a la capital que según ellos los ignora.
La concentración ha atraído también a Salvatore, irritado por el caos de los últimos días: «Hace solo una semana estaban todos (inmigrantes) por la calle, era una invasión», asegura, mientras a su lado pasa un camión cargado con una enorme barcaza abandonada.
«Nosotros siempre les hemos ayudado, dándoles mantas o víveres, pero ya estamos cansados. Necesitamos tranquilidad», se desahoga.
En la plaza cada cual lanza su denuncia, como los pescadores que cada día tienen que reparar sus redes desgarradas por los restos de barcos que yacen en el fondo del mar.
Y tampoco se escatiman críticas a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von Der Leyen, que el pasado domingo visitó la isla con la primera ministra italiana, Georgia Meloni, para anunciar un «plan de acción europeo» en el que casi nadie cree.
UN RUMOR INDIGNA A LA ISLA
Por otro lado, un rumor ha insuflado la indignación local. Circula la teoría de que el Gobierno quiere abrir un campamento en una zona rocosa para acoger a miles de inmigrantes.
Nadie lo ha confirmado, pero en la asamblea el líder del «Movimiento Pelagie Mediterranee», Giacomo Sferlazzo, jura micrófono en mano que se han visto camiones del Ejército cargados con tiendas. «Nadie lo ha desmentido», se justifica.
Para después exigir un «documento oficial» en el que el Gobierno se comprometa a no abrirlo: «No queremos que Lampedusa se convierta en una cárcel», proclama, entre aplausos.
Cerca, una joven profesora siciliana de nombre Clelia escucha con atención: «Se sienten abandonados por el Estado», dice conciliadora, subrayando enseguida que Lampedusa siempre fue solidaria más allá de las crisis. Sus alumnos, por ejemplo, lo viven con «normalidad». EFE
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