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Fiebre inmobiliaria y olvido: dos caras del post-sismo en México

Una mujer y dos niñas pasan junto a una casa derrumbada por el sismo en Xochimilco, el 4 de octubre de 2017 afp_tickers

Más de 8.000 casas y edificios quedaron rasgados o reducidos a polvo tras el terremoto que sacudió Ciudad de México el 19 de septiembre, dejando sin techo a ricos y pobres: los primeros, presos de una burbuja inmobiliaria y los segundos, víctimas del «olvido» gubernamental.

El sismo de magnitud 7,1 repartió desgracias por igual entre barrios adinerados y precarios de la capital, pero las marcas en unos y otros son distintas.

«Mi casa se ha ido colapsando hacia adentro, las paredes tienen cicatrices diagonales», describe Gerardo Álvarez, quien junto con su esposa embarazada ha tenido que refugiarse donde amigos.

«Piensas que nunca te va a tocar a ti», dice este periodista de 31 años, al reconocer que es «incómodo» pedir asilo en casas ajenas.

La vivienda de Álvarez estaba en la céntrica Zona Rosa, que como las vecinas Condesa y Roma forma parte de la zona chic más devastada por el terremoto.

Su búsqueda de un nuevo departamento se complicó por «una burbuja interesante» del mercado inmobiliario, que ha disparado los precios de los alquileres y ventas en esta zona, aún cuando muchos de sus paisajes «hipster» se volvieron apocalípticos.

– «Desplazamiento de las búsquedas» –

«Los precios están impagables», coincide Paola Navarrete, una consultora de 31 años que debió abandonar su edificio en Condesa, de donde solo pudo sacar tres mudas de ropa y documentos esenciales.

Ahora espera que los precios bajen en la zona pues algunos vecinos han preferido moverse a otras áreas tras el sismo que dejó 369 muertos en México, 228 de ellos en la capital.

«Tenemos la esperanza de que bajen los precios un poco en la colonia porque mucha gente se está yendo», agregó al explicar que las rentas mensuales no están en menos de 30.000 pesos (unos 1.600 dólares).

No hay cifras oficiales de cuántos se quedaron sin vivienda. La mayoría recurrió a familiares y amigos para albergarse y solo unas 600 personas -de las más de 20 millones con que cuenta la megaurbe- pernoctan en refugios.

Pero al menos 8.405 edificaciones resultaron dañadas tras el sismo, según el gobierno capitalino, y la búsqueda de vivienda se complica también fuera de las zonas céntricas.

«Hubo un desplazamiento de las búsquedas (hacia otras zonas) que se puede justificar por los daños en los edificios y quizá también el interés de los consumidores de estar en zonas más seguras», dijo a la AFP Karim Goudiaby, titular del sitio de búsquedas Vivanuncios.

Muchas empresas también buscan reubicarse. Según cifras de Coldwell Banker México, citadas por el diario El Financiero, la demanda de oficinas con las últimas normas antisísmicas habría aumentado entre 30% y 40% frente al mismo período del año pasado.

– «Casa de hierbitas» –

Lejos del lujo y frenesí inmobiliario, numerosas casas humildes quedaron en ruinas o a punto de desplomarse en Xochimilco, una zona semirural del extremo sur de la capital catalogada por la Unesco como patrimonio de la humanidad por sus canales acuáticos bordeados de floreadas chinampas.

La tragedia unió a los vecinos, que en sus calles sin pavimentar lo mismo instalaron mesas para comer juntos que sembraron cruces con flores en nombre de sus muertos. También se turnan en las noches en rondas de vigilancia, para evitar que ladrones saqueen sus enclenques casas.

Pero la solidaridad no resuelve todas sus carencias.

«Seguimos sin agua y la luz apenas llegó», dice Hortensia Fernández, una mujer de 50 años en el predio donde estaba su casa.

Tras vaciar el lugar de escombros, solo le quedan un manzano, unas sillas rotas, un escritorio y algunas cajas con pertenencias que intenta proteger de la lluvia bajo un plástico.

«Todos aquí estamos en espera de cuándo vienen a reconstruir las casas, cuándo van a empezar, aunque sea una casa de hierbitas», dice, argumentando que el gobierno no pone atención a esta zona por ser «de casitas y no de grandes edificios».

Enfrente está la vivienda de la familia López. Los muros cuarteados están a punto de caerse, las ventanas quebradas, las plantas del patio enterradas entre los escombros.

«Las autoridades dijeron que se tiene que demoler, pero nada que vienen, ya nos olvidaron», asegura Lorena López, entristecida por todo lo que perdió: «mi cocinita, mi estufa, mis trastes, mi licuadora».

Esta mujer, junto con los seis integrantes de su familia, se tuvo que mudar con su cuñada, unas calles abajo, cuya casa también quedó agrietada.

«Es muy difícil, ahora vivimos nueve donde antes vivían tres, dormimos en el piso, todos apretados», lamenta.

Su madre, una anciana que rechaza hablar con la prensa, rompe en llanto frente a su casa rota y suspira: «Lo peor es perder los recuerdos».

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