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Comercio justo para productos andinos en Suiza

Astrid Olivia y Víctor Cáceres con sus productos importados desde los andes peruanos. R. A. Fierro

Cada vez que Víctor Cáceres regresaba a Perú, confirmaba que la situación de los campesinos iba de mal en peor.

La rabia e impotencia que sentía ante la pasividad del Estado se transformó en acción: el 2000 empezó a importar a Suiza productos andinos.

Este ingeniero civil de 44 años sigue en la brega, aun cuando su negocio todavía no es rentable para él. Hasta hoy, por lo menos los campesinos y la naturaleza de Limatambo y otras zonas aledañas al Cusco algo han ganado.

«!Un kilo de papas a 0.04 Rappen! Es patético. Los campesinos se esfuerzan, pero siempre están en desventaja ante el mercado. Las grandes ciudades viven a costa de ellos. La situación es alarmante», dice Cáceres quien, como hijo de campesinos, conoce bien la situación.

Quedarse en la miseria total o emigrar, no hay otra opción para los campesinos. «Mientras tanto, el gobierno peruano compra trigo norteamericano subvencionado y las únicas que crecen son las fábricas de pastas», critíca Cáceres, el único latinoamericano que expuso en la «Feria de Comercio Justo» organizado por la Seco el 2003, en Berna.

Contribuir con un granito de kiwicha

Su deseo de contribuir a un mejor futuro a sus hermanos de sangre motivó a Cáceres a cambiar de continente. En 1981 llegó a Suiza, hizo un aprendizaje de dibujo técnico en Sión y cuando lo terminó se matriculó en la Escuela Técnica de Lausana para estudiar ingeniería civil, profesión en la que aún se desempeña.

Cada vez que regresaba de Perú, Cáceres volvía con una carga psicológica- ver ‘in situ’ la difícil situación de los campesinos – y con varios kilos de productos andinos en su maleta. «Los traía para autoconsumo y para regalarlos a mis amigos, que los encontraban excelentes».

Entretanto, Cáceres se había casado con Astrid Olivia, consultora en recursos humanos. Con el apoyo de su esposa se embarcó en la aventura de la importación. «Es una labor nada fácil, pero hay que luchar y seguir adelante», dice la suiza.

Tres productos que se diversifican

La kiwicha fue el primer producto importado, luego la maca y finalmente la sal. Son tres productos, a partir de los cuales los Cáceres han creado una serie de derivados.

La kiwicha, tostada en una máquina traída de Perú y luego caramelizada, es combinada con yogurt o ‘müsli’. O es molida y como harina tiene múltiples usos, o semimolida es usada para hacer una tortilla que puede ser vegetariana o combinada con carne, pollo o pescado.

La kiwicha al natural puede reemplazar al arroz como guarnición o prepararse como crema. También es ingrediente de galletas y de pastas. «La kiwicha es ideal para los que padecen celiaquía (intolerancia al gluten) y tiene tanto valor nutritivo que es recomendable en la dieta infantil y de las personas de la tercera edad», dice Cáceres.

La maca no necesita mayor presentación, pues se vende hasta en las farmacias suizas. «En buena hora que haya competencia», dice el peruano, quien ofrece este producto como harina, en cápsulas envasadas en células vegetales y combinada con miel suiza.

Una mina de sal desde la época incaica

El único producto que viene de Perú, no como materia prima sino ya elaborado, es la sal de Maras combinada con algas como el cochayuyo y la llullucha, y con hierbas aromáticas como hierba buena, menta silvestre, perejil, orégano, albahaca y culantro.

«Maras, ubicada a 40 kilómetros del Cusco, es una mina de sal que existe desde la época de los incas. Y el producto, que originalmente sale de un manantial, está sin refinar para mantener sus componentes naturales. La mina pertenece a los campesinos», refiere Cáceres.

Los productos andinos vienen sobre todo del Cusco, comprados directamente de los pequeños campesinos, y una pequeña parte procede de Arequipa, de una empresa que tiene certificación biológica y contempla además los aspectos sociales de la producción.

Altos aranceles dificultan la exportación en Perú

«El problema es que los campesinos están organizados como asociación, más no como empresa, por lo tanto, no se benefician del impuesto general a las ventas, que va directamente a las arcas del Estado y no se revierte a los campesinos», lamenta Cáceres.

Los productos andinos importados por Cáceres tienen un valor que aprecian muchos suizos: son biológicos. «Aparte de su calidad nutritiva, la kiwicha y la maca crecen en condiciones bastante naturales, sin pesticidas ni abonos artificiales», puntualiza Cáceres.

El no pierde la oportunidad para denunciar la presión a la que son sometidos los campesinos por parte de grandes firmas que hacen una campaña agresiva a favor de los pesticidas. «Les dicen «compras o te mueres de hambre», cuando en realidad esos pesticidas han envenenado los suelos y han intoxicado y matado a muchos campesinos».

Son productos vivos

Los Cáceres importan sus productos por barco, no sólo para evitar el gran daño ecológico que produce el transporte aéreo, sino también por «el bien de nuestros productos. La falta de oxígeno en los contenedores de los aviones los mataría. Queremos productos vivos».

Los campesinos que les suministran los productos cultivan siguiendo la milenaria tradición agrícola de los incas, a saber, rotación de cultivos, hierbas que combaten las plagas, descanso del suelo… En un intento por mantener este saber ancestral, los Cáceres, junto con la suiza Vera Schmid, han fundado en 1998 ‘Indian for ever’.

A través de esta asociación con sede en Berna, se ha construido en Limatambo el centro educativo-albergue «Wayna Inti». A esta escuela de «el sol naciente» asisten los hijos de campesinos indígenas pobres, entre los que se fomenta la iniciativa propia y la autoestima.

«Varios padres de esos niños son nuestros proveedores y reciben por sus productos un precio ocho veces mayor que si vendiesen papa, maíz u otros productos tradicionales», asegura Cáceres.

Energía solar para niños indígenas

Un proyecto en esa escuela, que este año tiene 90 niños, es la dotación de agua caliente a través de energía solar. «Hasta hoy en el colegio sólo hay agua fría y se cocina con leña, que cada vez es más escasa y cara», dice Astrid Olivia.

Los costos para financiar este proyecto de energía solar es de 3.100 francos. Los gastos por alimentación, la enseñanza de los niños y el mantenimiento de la infraestructura ascienden a 9.500 francos mensuales.

Víctor Cáceres reconoce que su empresa «Oro del Inca» aún no es rentable, pero su conciencia está tranquila, pues siente que hace algo por su lejana Limatambo. Y no le faltan esperanzas de que el negocio marche mejor.

«Los sudamericanos no se interesan por mis productos. Todavía tienen los prejuicios que hay en Perú, siguen creyendo que los productos andinos son «comida de los indios y de los pobres». No saben lo que pierden», manifiesta.

Pero los suizos han reaccionado de manera muy positiva. Por ejemplo, Ruedi Spielmann dice «consumo kiwicha y además maca, todas las mañanas en forma de cápsulas. Estoy convencido que tiene un efecto positivo en mi salud. Ambos son productos de buena calidad».

Mis clientes, finaliza Cáceres, son suizos conscientes de lo que comen, suizos que han estado en un país andino y suizos de las ciudades. Otro pequeño ingrediente a favor de los productos andinos es la simpatía y la solidaridad de los suizos hacia la cultura inca y a sus descendientes.

Lea otro perfil personal en MÁS SOBRE EL TEMA.

swissinfo, Rosa Amelia Fierro

– El 2003, la empresa Oro del Inca importó 4 toneladas de Kiwicha; este año son ya 14 toneladas.
– El 2003 importaron 700 kilos de maca. Este año serán probablemente 1000 kilos.
– Mientras sólo se asimila el 50% de los nutrientes del maíz, en el caso de la kiwicha ese valor es del 90 %».
– La kiwicha contiene más proteínas que la quinua y diez veces más calcio que otros granos.

– En Perú, la formalización de una empresa es un proceso largo y costoso. Lo es aún más para los campesinos, a quienes no llega el estado centralista.
– El impuesto general a las ventas asciende en ese país al 21.5% del precio del producto.
– La kiwicha crece entre 2,500 y 3,100 metros sobre el nivel del mar, y la maca por encima de los 4 mil metros.

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