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De arquitecto a comerciante

Patricio Gómez Jurado no se puede quejar: los sábados le faltan manos para atender a sus clientes. R. A. Fierro

Su rostro es conocido entre los asiduos compradores del tradicional mercado de Bärenplatz en Berna.

Patricio Gómez Jurado ha pasado de Ecuador a Suiza, de la arquitectura al comercio, con una gran capacidad de adaptación.

A los 48 años, este quiteño casado con una suiza y padre de tres niños, parece haber encontrado el justo medio en la vida. «Soy mi propio jefe, realizo un negocio del que estoy convencido y tengo tiempo para la familia».

Más no pide, aún cuando a veces tenga que pasar apuros económicos, como en los inviernos, cuando escasean las verduras y frutas cultivadas biodinámicamente y algunos clientes se amilanan ante las bajas temperaturas.

El frío intenso es mala señal para sus negocios, y además, lo único a lo que Gómez Jurado no se puede adaptar del todo en Suiza. En cambio el verano le alegra el ánimo, y cuando las altas temperaturas son muy altas, el único problema es que tiene que trabajar doble.

Un salto de Rumania a Suiza

«Durante el verano del 2003 nuestras verduras se marchitaban de la mañana al mediodía, teníamos que traerlas por partes para evitar grandes pérdidas», dice Gómez, quien vive regularmente en Suiza desde 1986.

Antes, desde 1977, había visitado la Confederación por breves períodos, cuando se lo permitían sus estudios en Rumania. Allá estudiaba arquitectura gracias a una beca. Cuando terminó la carrera, viajó a Ecuador para ver posibilidades de trabajo. Como éstas «eran oscuras», regresó a Suiza y fue empleado en una oficina de arquitectura en Kerzers.

Además del trabajo había otra razón para que Gómez Jurado regrese a Suiza: Bernardette, su novia. «Fue amor a primera vista. La conocí en un club de baile, donde yo hacía de DJ. Nos casamos a los 5 meses de mi retorno de Ecuador», refiere.

El hobby se convierte en la profesión

Bernardette, que es contadora de profesión, tenía un hobby que, como muchos suizos, tomaba muy en serio. Cultivaba flores y hierbas aromáticas y las vendía los fines de semana. Patricio, que seguía con la arquitectura, decidió ayudarla y así comenzaron con lo que después sería la principal fuente de ingresos familiar.

La pareja vendía los productos de Bernardette, los del hermano de ella, un agricultor biológico dinámico, y los de otros amigos campesinos. «En los 90, con la recesión, perdí mi trabajo de arquitecto y mi ayuda pasó de ser esporádica a intensa», recuerda.

Aunque el quiteño no es agricultor, está convencido de las bondades de los productos que vende. «Son frutas y legumbres de la estación y no basta que estén libres de pesticidas, sino que estén cultivadas bajo las estrictas reglas de la agricultura biodinámica que tanto propagó Rudolf Steiner (el fundador de la Antroposofía)».

«Hay un momento para sembrar el producto, para cultivarlo y cosecharlo; ese momento depende de la fase de la luna, de la luz y la sombra… es todo un sistema en el que no sólo interviene el suelo, sino también el aire, el agua…», explica.

Y la profesión en el hobby

Los productos suizos se complementan con una u otra fruta importada que compramos a los grandes distribuidores de productos biológicos, dice Gómez Jurado, quien posee un stand blanco marcado con la respectiva etiqueta Demeter de la agricultura biodinámica.

«Este stand se puede ampliar o reducir de acuerdo a las necesidades», dice orgulloso el ecuatoriano. Aquí le sirvieron sus estudios de arquitectura. «Empezamos con un toldo trípode y hoy tenemos este stand que yo mismo diseñé y al que adapté un remolque».

En sus modestos comienzos, los Gómez usaban una antigua balanza que muy bien podía ser una pieza de museo. Esta fue reemplazada por una más moderna que el ecuatoriano encontró de casualidad en un depósito de reciclaje de metales. «La mandé reparar y quedó presentable. Esa balanza tenía por lo menos un indicador de precios».

Ahora los Gómez no sólo tienen modernas balanzas electrónicas en las que incluso hacen algo de publicidad, sino dos puestos más de venta en Berna: en la calle Schauplatzgasse, donde comenzaron, y desde el año pasado en la Marktgasse.

La demanda aumentó la competencia

«En este último stand hemos tenido hasta hoy pérdidas, pero vamos a vender sandwiches biológicos y otros productos que han pedido los clientes. Esperemos que cambie la situación», refiere tranquilamente Gómez, «sino lo cerramos».

Y es que la experiencia le dice que van por el buen camino, el de la flexibilidad. Al principio vendían en el mercado del barrio, repartían sus productos a domicilio en canastas, todo iba bien hasta que la demanda de productos biológicos empezó a crecer y con ella, la competencia entre los productores».

A los Gómez no les quedó más que variar sus productos. Por ejemplo, panes biológicos, elaborados en horno a leña, y mermeladas, todos hechos por su suegra. Pronto, al negocio familiar se integraron los hijos de la pareja, Elías (18), Jairo (16) y Samir (14), quienes ayudan los sábados, cuando la clientela aumenta. Además, han empleado a dos personas.

Después de 15 años en el comercio, Gómez no piensa volver a la arquitectura. O tal vez si, pero su profesión se ha convertido ahora en su hobby. Ha comprado una casa en Ecuador y la ha renovado. Su hermano la administra y vive allí. De vez en cuando sus amigos aquí le piden que haga proyectos de arquitectura.

El dinero no lo es todo

«Ya no me gusta quedarme encerrado en una oficina, recibir el humo de cigarrillos ajenos. Por el sueldo era un trabajo interesante, pero ya no estoy dispuesto a hacer sólo lo que otros desean. Ahora quiero pasar aún más tiempo con mi familia, criar a mis hijos», dice Gómez, quien habla además del alemán y el español, el rumano.

Sólo de vez en cuando puede practicar ese idioma, en cambio el español es pan de cada día, y no precisamente en casa, sino en el mercado. «Los que van las primeras veces me miran y se preguntan de dónde vengo. Después de unos segundos se dan cuenta que soy latinoamericano y quieren charlar conmigo en español».

A propósito de clientes, los Gómez tienen muchos que les son fieles. «Con ellos hay una relación personal, nos cuentan de su vida, conocen a mis hijos, les dejan regalos en Navidad, si olvidaron el monedero les damos crédito, si tienen una fiesta y compran en cantidad les transportamos los productos. Vivimos de ellos, no tanto de los que compran al paso».

¿Planes? «Queremos impulsar este mercado de Bärenplatz», responde. Y como no se puede hacer nada contra el invierno suizo, tal vez «abrir una abrigadora tiendecita».

swissinfo, Rosa Amelia Fierro

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