¿Qué sería de Suiza sin los extranjeros?
En la sala de operaciones o en la cocina, la fuerza laboral hispanoamericana está presente en el hospital universitario de Berna, el 'Inselspital'.
Unos piensan volver a sus países de origen. Otros se han integrado tan bien que Suiza se ha convertido en su nueva patria.
Elsa Leonardo de Morillo, de 45 años, trabaja desde hace dos décadas en el ‘Insel’. Llegó a Suiza de vacaciones y con un título de enfermera. Estaba contenta en Perú, no pensaba emigrar.
Pero una amiga, también enfermera que trabajaba en Suiza, le aconsejó especializarse como enfermera instrumentista. «La idea me pareció buena, pues así tendría más oportunidades en Perú», recuerda Elsa.
Se inscribió en un curso de alemán y sin haber empezado la especialización consiguió un empleo en el Hospital Ziegler, donde trabajó dos años. «Había tal escasez de personal que nos recibían con los brazos abiertos. Ahora exigen que el alemán sea perfecto, entre otros requisitos.»
Como a Elsa le gustaba el trabajo en la sala de operaciones, en 1985 se presentó al ‘Insel’ y la aceptaron. Allí hizo la especialización durante dos años y después volvió al Perú, como era su objetivo.
Como practicante en uno de los hospitales más grandes de Lima, supo después de unos días que allí no podría trabajar. «La diferencia entre las salas de operación en Perú y en Suiza es tan grande como el día y la noche».
Suiza reconoce el esfuerzo
Regresó al ‘Insel’ y pronto se encargó de la sección Cirugía Abdominal. En 1993 asumió la Subjefatura del Servicio de Sala de Operaciones del Piso E Oeste. «Fue una sorpresa que me propusieran ese puesto. Nadie quería asumirlo porque el jefe es muy exigente» dice Elsa, casi justificándose.
Discriminación es algo que no ha experimentado en la sala de operaciones. «Si uno se esfuerza, el suizo lo reconoce y no hace diferencias. En el Perú es fuerte la discriminación, se da el puesto a quien tiene ojos celestes y piel blanca».
Elsa trabaja cuatro días por semana y se considera bien remunerada. Su tiempo libre lo dedica a sus dos hijos, de 8 y 5 años. «Como no los inscribí a tiempo en una guardería, Mario (su esposo, también peruano) me apoyó incondicionalmente».
Suiza se ha convertido en la segunda patria de los Morillo. «Vamos al Perú sólo de vacaciones, estamos integrados en Suiza», concluye la peruana.
Aceptar y entender otras culturas
Hace tres décadas se hablaba en la cocina del ‘Insel’ exclusivamente italiano, después sólo español y hoy día el idioma predominante es el alemán. Actualmente trabajan allí personas de diversas nacionalidades.
En ese ambiente multicultural, el idioma no puede ser otro que el alemán. «La carta de menús, los ingredientes, todo está en alemán, no podemos presentarlos en tantos idiomas», explica el suizo Beat Merz, Jefe de Cocina del ‘Insel’.
Merz conoce casi tan bien el contexto cultural de sus trabajadores como la gastronomía. Y de los hispanohablantes sabe aún más por experiencia personal, pues está casado con una española.
Suiza no marcharía sin los extranjeros
«Lo más importante es la familia», responde cuando se le pregunta por una característica específica de los hispanoamericanos. «Y trabajan para que a la familia le vaya mejor, porque generalmente vienen de países con alto nivel de desempleo».
Para este suizo es positivo que la familia ocupe ese lugar privilegiado, pues «cuantos menos problemas en la familia, menos problemas laborales. Si como jefe acepto y entiendo esa cultura, sus problemas; ellos pasan la prueba de fuego».
Tampoco hay problemas con la puntualidad o la disciplina. «Si empezamos a las 7 de la mañana, a esa hora deben estar aquí. Si se enferman, tiene que dar aviso antes de las 7. Por lo general, estoy una hora antes aquí, así que me pueden llamar», afirma Merz.
¿Son los extranjeros un problema o una contribución a la economía suiza? «Si ocurre algo grave y se marchan todos, ¿qué puede hacer Suiza?. Simplemente no podría seguir adelante», es su lacónica respuesta.
Vino por amor y por un futuro mejor
Sólo tres meses después de llegar a Suiza, hace cinco años, Andrés Rivera encontró un trabajo como cocinero en el ‘Insel’. «Entré como cacerolero» (quien lava la vajilla) y ahora soy ayudante de cocina», cuenta este dominicano de 35 años.
«Estoy contento, aquí he encontrado un empleo con buen sueldo, con contrato indefinido y he podido desarrollarme procesionalmente», expresa Rivera, quien en República Dominicana trabajaba en un bar.
Aunque el motivo de emigrar para Rivera fue el amor- está casado con una suiza a la que conoció en Dominicana- reconoce que también vino a este país buscando mejores condiciones de vida, «un futuro que en mi país no estaba a mi alcance».
Una cocina multicultural
«Cuando llegué no sabía alemán, ahora puedo ‘defenderme’ en este idioma y en dialecto», dice Rivera, uno de los tres dominicanos que trabajan en la cocina, junto con portugueses, brasileños, italianos, filipinos, yugoslavos y tamiles.
Rivera se siente tan bien en Suiza que se quedaría aquí toda la vida. Le gusta el respeto por el peatón – «en mi país te tiran el coche encima» – la organización y la comida. Su platillo preferido es la Raclette (queso que se derrite al calor de una parilla y se coloca sobre papas cocidas).
Se quedaría toda la vida si no fuera por el clima. «El invierno es muy difícil, extraño a la gente dominicana que es más abierta, aunque a veces moleste, a diferencia de los suizos que siempre están midiendo hasta dónde se acercan».
Rivera no tiene planes de volver a su país por el momento, tal vez después de jubilarse. Lo importante es que si regresa, su esposa lo acompañará.
Lo importante era trabajar
El español José Mouro llegó a Suiza hace 32 años. «Tenía 19 años cuando llegué de Galicia, con permiso B. No tenía formación ni sabía palabra de alemán, lo importante era trabajar. Estuve dos años en la lavandería y después pasé a la cocina, hasta hoy», recuerda.
Antes todo era más difícil, había mucho desempleo, tuve mucha suerte, agrega. No obstante, Mouro es consciente que hoy las exigencias para los extranjeros son otras, que sin calificación las posibilidades de empleo son mínimas.
Mouro lleva 27 años en el ‘Insel’. En ese tiempo se casó con una compatriota y tuvo dos hijos. «Mi esposa trabajó 16 años en la limpieza en este hospital y mis hijos terminaron la secundaria en Suiza. Ahora están en España. Mi esposa va y viene».
Un sacrificio por amor a la familia
El gallego califica a su trabajo ‘de maravilla’, aun cuando a veces, a las 4 de la madrugada debe tener listo el café o haber cortado 40 kilos de pan. Ya me acostumbré al horario, asegura Mouro.
¿Alguna vez se arrepintió de haber venido a Suiza? «No, por favor. Simplemente hay que adaptarse, aprender otros idiomas. Lo importante es que mis hijos tienen una carrera, mi sacrificio ha valido la pena».
Un día no lejano, Mouro volverá a su entrañable Galicia. Mientras tanto disfruta del paisaje suizo – «muy parecido al de mi región»- de los suizos «cultos y respetuosos», del «Müesli» (mezcla de cereales y frutas con yogurt) y de los lácteos, que «son mejores que los españoles».
swissinfo, Rosa Amelia Fierro
La enfermera instrumentista se ocupa de preparar al paciente en la posición adecuada para la operación y también de disponer el material e instrumentos de cirugía.
El Servicio de Sala de Operaciones del Piso E Oeste es el más grande del hospital universitario de Berna. Allí laboran casi 50 personas, también suizos.
La gastronomía del ‘Inselspital’ corresponde a los variados gustos de su público multicultural. Cuenta con tres restaurantes que están abiertos los 365 días del año. Uno de ellos funciona de 16.00 a 02.00 horas.
Además cuenta con cafés y máquinas automáticas que ofrecen bebidas y comida ligera.
Los 270 empleados de la cocina preparan diariamente 2.400 comidas para los pacientes y para responder a los deseos individuales de 2.500 comensales de sus restaurantes públicos.
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Diariamente se realizan en sus espacios destinados a encuentros entre 6 y 12 actividades como congresos, cursos y reuniones. La gastronomía del ‘Inselspital’ atiende en estos casos también a participantes internacionales.
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