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¡Retorno a la ecología!

Una plantación de Jatropha en Tanzania. Keystone

Calentamiento climático, topes de CO2, el tema es de actualidad. El escritor Rolf Kesselring estudia una planta que algunos ven como una solución para los males del planeta.

Una planta que abordan con detalle Jean-Daniel Pellet y su hija Elsa en ‘Jatropha curcas: el mejor de los biocarburantes’.

¡En momentos en que todo el mundo parece darse cuenta del desastroso estado en que se encuentra nuestro planeta, quedé estupefacto al saber que ¡el 60% de los visitantes del último Salón del Automóvil de Ginebra habían acudido en automóvil!

El resultado: ¡embotellamientos en la autopista, choques, atascos interminables, y, para rematarla, un aumento importante de la polución en el eje Lausana-Ginebra! Niveles pues, desordenados de CO2 (bióxido de carbono).

Desde entonces, y como cada uno observa las cosas según su propia lente, me planteé una serie de preguntas sobre nuestra conciencia de este probable desastre anunciado: una polución extrema y sus consecuencias sobre nuestra vida diaria y nuestra salud.

Esto caía bien puesto que yo acababa de recibir una obra, recién publicada por las Ediciones Favre, intitulada: ‘Jatropha curcas: el mejor de los biocarburantes’ de Jean-Daniel (el padre, historiador) y Elsa Pellet (la hija, estudiante en ciencias de la vida de la Escuela Politécnica Federal de Lausana).

¿Pérdida de memoria?

Lo que me interesaba en esta historia era la distorsión entre la conciencia ecológica aparente en la mayoría de mis semejantes y esa súbita pérdida de memoria, de conciencia, que parecían tener tan pronto se acercaban a un vehículo automotor.

¡Imagínese! ¡Ir al Salón para elegir su nuevo 4×4, poderoso y ávido devorador de carburante fósil, mientras que pocos momentos antes todos, o casi, se decían totalmente concientes del exceso de polución que alcanza nuestro pobre planeta! No comprendía. ¿Yo era como ellos?

Tuve que constatar que, aunque conductor parsimonioso (recorrí tantos kilómetros al volante en el pasado), no estaba lejos de la misma pérdida de conciencia cuando, bien instalado en mi coche, roía algunos espacios de asfalto.

Por mucho que me lo repitiera: «¡Va tranquilo, amigo mío!», olvidaba todo, la capa de ozono en jirones, el cambio climático y mis buenas resoluciones ecológicas… ¡Como todos los demás!

Una planta curiosa

¡La Jatropha curcas! ¿Qué podía ser eso? Leyendo la obra de los Pellet, padre y chica, comprendí que se trataba de una planta (de un arbusto para ser preciso) que produce frutos oleaginosos que, según los autores, podrían ser una solución para producir, en cantidad industrial, un biocarburante de calidad, sin detrimento de los cultivos comestibles necesarias para la alimentación de las poblaciones.

La primera de las interrogantes que se me surgieron al leer esta obra fue: «¿pero si ese arbusto es tan bueno para fabricar ese famoso biocarburante, por qué no se pensó antes en él y, sobre todo, por qué, nadie lo cultivó en serie antes de que comenzara la catástrofe ecológica?»

¡Qué ingenuo fui! ¡No pensé en el dinero que genera el petróleo! Y cuando digo «dinero», hay que ver los ríos de provecho, los Himalaya de dólares, los océanos de euros en los cuales nadan peces bien gordos.

Mi candor original me había hecho olvidar que seguramente el dinero, la pasta, la lana, dirige al mundo más que los sueños de un mundo mejor, más apacible y más armonioso, en el cual piensan utopistas de mi género.

¿Efectos perversos?

La segunda pregunta que me vino a la mente fue: «¿y esta planta milagro no tiene efectos perversos? «El pasado me había advertido al respecto: me acordaba de esas bellas acciones humanitarias, conmovedoras y emotivas, que terminaban algunas veces en embrollos atroces donde las víctimas retiraban sólo las migajas de los arranques fantásticos de generosidad.

Y en el plan de la salvaguardia del planeta había que desconfiar también. En efecto, y los autores lo señalan, se destruye la ‘selva’ brasileña, pulmón de nuestra Tierra, para – entre otras cosas – cultivar caña de azúcar en exceso.

El cultivo sirve para fabricar etanol biocarburante del cual Brasil se ha convertido en uno de los productores más importantes.

¡Entonces, fabricamos un biocarburante, pero para hacerlo, suprimimos millones de árboles que podrían «tragarse» el CO2 producido por esta producción y reciclarlo! De ahí un efecto nocivo inevitable y un exceso que destruye todavía más la famosa capa de ozono.

¿Jatropha curcas, una esperanza?

Los autores de la obra sobre la Jatropha curcas parecen concientes de todos estos problemas. Aseguran que este asombroso arbusto podría ser cultivado en los barbechos y las tierras áridas inexplotadas de los países emergentes, ya que su zona de explotación se sitúa, grosso modo, entre los dos trópicos, alrededor del planeta.

Bueno. Pero como yo sé, y ellos lo saben también, desde que el hombre cree tener una buena idea, tiende a hacer demasiado y todavía más, creando así nuevos problemas. Mi abuelo decía: «El exceso es el enemigo del bien».

Al explotar la Jatropha curcas en esas tierras inutilizadas y en zonas de extremo pobreza, Jean-Daniel y Elsa Pellet piensan que se resolverían problemas en muchos niveles.

Trabajo para poblaciones que no lo tienen, aumento de recursos y, forzosamente, reducción de esa miseria abrumadora en zonas desheredadas, sin hablar del abastecimiento, a nosotros, los poseedores, de un carburante bio que sólo produce el CO2 asimilable por la vegetación mundial, sin crear una sobrecarga de gas a efecto invernadero.

Posiblemente tienen razón, por lo menos lo espero… Empero, para evitar una desgracia habrá que dejar de utilizar las energías fósiles y, esto, todavía no es viable en diferentes estados de nuestro mundo.

De todas maneras, procúrese este libro, le permitirá comprender cómo marcha todo este complicado asunto y, posiblemente, despertará nuestra conciencia todavía balbuceante en el plano de la ecología necesaria para la supervivencia de nuestros hijos.

swissinfo, Rolf Kesselring

‘Jatropha Curcas, el mejor de los biocarburantes’, de Jean-Daniel y Elsa Pellet. Edición Favre. 64 páginas.

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