Una gota en el océano de los desechos electrónicos
País pionero en materia de reciclaje de aparatos electrodomésticos, ordenadores y otros teléfonos portátiles, Suiza exporta modestamente su destreza.
Una ojeada sobre dos iniciativas -una pública, otra privada- permiten medir el camino que se debe recorrer para dominar este océano de plástico y de metales pesados.
Los Anglosajones lo nombran ‘e-waste’. En francés se inventó la sigla DEEE, para “desechos de equipos eléctricos y electrónicos»: cada año 40 millones de toneladas de un cóctel de plástico, de plomo, de bromo, de selenio, de cadmio, de arsénico y del resto de la mesa de Mendeleïev, con los que el mundo no sabe bien qué hacer..
En Suiza supimos anticipar el problema. Desde 1991, incluso antes de que el legislativo se inmiscuyera, los industriales y los distribuidores crearon sus filiales de reciclaje, primero para los frigoríficos, luego para otros aparatos.
Una prueba en la India
Es lógico que los suizos compartan con otros su experiencia: desde hace cuatro años los Laboratorios Federales para la Prueba e Investigación de Materiales (EMPA) participa en tres proyectos, en China, en África del Sur y en la India.
Rolf Widmer se ocupa de la creación de una filial de reciclaje en ‘Electronic City’ de Bangalore, un campus de 150 empresas, donde trabajan cerca de 70.000 personas.
“Para nosotros es muy importante mirar lo que ya se hace por parte del sector informal”, explica el experto de la EMPA. “Hay cosas que los indios hacen muy bien, como la colecta de los desechos puerta a puerta o el desmontaje manual de aparatos”.
De ocasión, pero de calidad
Otra iniciativa, privada ésta: Solidarcomm, un sistema de colecta de teléfonos portátiles de segunda mano, los cuales pueden renacer en un país de África, Asia o Europa del Este.
Contrariamente a ciertos ‘dones’ que esconden de hecho exportaciones ilegales de DEEE, Solidarcomm expide sólo portátiles en perfecto estado de funcionamiento y de buena calidad.
“En esos lugares ofrecen una alternativa excelente a las deslumbrantes y malas falsificaciones que tendrán una avería o cuyas baterías comenzarán a gotear en algunos meses”, explica Juan-Lucas Pittet, secretario general de Terre des Hommes Suiza, una de las organizaciones socias de la operación.
Pero una vez vendidos, su organización deja de tener control sobre lo que secederá a esos teléfonos cuando acaben exhalando el último suspiro.
En Uagadugú, Terre des Hommes se alió a una ONG local que distribuye el teléfono portátil Solidarcomm y ofrece recuperar las baterías -la pieza más contaminante- a cambio de 1.000 francos CFA (2,50 francos suizos), una suma justa y algo más que simbólica.
Por ahora esas baterías están almacenadas, porque Burkina simplemente no tiene fábrica de reciclaje. “Es sólo un proyecto piloto, y arrancamos en pequeña escala”, admite Jean-Luc Pittet. “Pero la idea es mostrar que las cosas son posibles”.
Corresponde a las multinacionales
Sin embargo, las cosas deberían ser posibles desde 1989, fecha de la firma del Convenio de Basilea, que responsabiliza a cada país de la gestión de sus propios desechos y prohíbe su exportación sin el acuerdo previo del Estado destinatario.
Por desgracia, este texto -que Estados Unidos no ha firmado– nunca impidió que los residuos tóxicos viajaran. Siempre del Norte hacia el Sur, y cada vez más hacia China.
De ahí el lanzamiento de StEP, una iniciativa de las Naciones Unidas y de algunos gigantes de la industria electrónica, cuyo grupo de trabajo ‘reciclaje’ dirige Rolf Widmer.
“Somos un club que desarrolla proyectos de investigación para responder a las cuestiones candentes”, explica el experto de la EMPA. “Por parte de los industriales se nota que algunos están allí sólo para estar, pero otros están allí de manera sincera”.
¿Hasta el punto de querer cambiar las cosas? “Nuestros interlocutores son la gente de los departamentos de ‘medio ambiente’ de esas multinacionales, y nos comprendemos bien con ellos, hablamos el mismo lenguaje”, precisa Rolf Widmer. “Pero, por supuesto, son sólo una voz, en una máquina enorme”.
El investigador suizo se muestra relativamente optimista. Según él, si los especialistas ambientales de las multinacionales pueden demostrar a sus direcciones que una gestión correcta de DEEE es eficaz, y sobre todo rentable, entonces sí, las cosas acabarán por cambiar.
swissinfo, Marc-André Miserez
(Traducción, Marcela Águila Rubín)
El mundo produce unos 40 millones de toneladas de DEEE por año. Cargando esos desechos en camiones de basura obtendríamos una fila que haría la mitad de la vuelta de la Tierra.
Según la Agencia Europea para el Medio Ambiente, la cantidad anual de DEEE aumenta tres veces más rápidamente que las de todos los demás tipos de desechos caseros. Y con la emergencia de los países del Sur, equipados aún insuficientemente en aparatos electrónicos, no se avizora un cese próximo.
La mayoría de estos desechos es exportada para ser abandonada en medio de la naturaleza, o quemada o reciclada de manera muy poco respetuosa del medio ambiente y de la salud de los que tratan esos productos.
Según un informe de las Naciones Unidas el 90% de los DEEE del mundo acabarían en China.
Al contrario, Suiza -como una parte de los países occidentales- recicla sus DEEE en toda la regla. En 2005 (última cifra disponible), 42.000 toneladas de material electrónico en etapa final fueron tratadas así y el 75% de los materiales reutilizables han sido recuperados.
Contaminantes cuando son reducidos al estado de desechos, los aparatos electrónicos son también muy golosos en materias primas durante su fabricación.
Según un estudio de la Universidad de las Naciones Unidas, la fabricación de un ordenador de despacho estándar con su pantalla necesita 240 kilos de energías fósiles, 22 kilos de productos químicos y 1.500 litros de agua.
Es decir, 1,8 toneladas de materias primas, el equivalente al peso de un vehículo ‘4×4’ o de un rinoceronte.
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