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¿Logrará la OMC estar a la altura de su misión?

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La afición del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a imponer aranceles está abonando el terreno para iniciar una nueva era de guerras comerciales. Connect Images

Las tensiones comerciales globales se incrementan desde la toma de posesión del presidente estadounidense Donald Trump. La Organización Mundial del Comercio (OMC), basada en Ginebra, fue concebida para mantener relaciones comerciales fluidas entre las naciones. Pero ¿qué tanto puede hacer? 

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está cumpliendo sus promesas electorales y despliega aranceles generalizados para ejercer presión sobre los países vecinos, los aliados trasatlánticos y las naciones rivales. Canadá, México, la Unión Europea (UE) y China se apresuran a responder.  

China anunció ya aranceles de represalia para varios productos agrícolas estadounidenses. Por su parte, Canadá ha impuesto aranceles a una serie de productos estadounidenses, como el zumo de naranja, la mantequilla de maní o el café. En su turno, la UE prepara contramedidas ante los aranceles del 25% que Trump ha impuesto a los productos europeos.

El pasado 1 de febrero, Trump ordenó imponer aranceles del 25% a los productos procedentes de México y Canadá, y de un 10% a las importaciones de China.

México y Canadá consiguieron una tregua de un mes en materia de aranceles tras acordar un endurecimiento de sus controles fronterizos.

Sin embargo, los aranceles estadounidenses a los productos procedentes de Canadá y México fueron finalmente puestos en vigor Enlace externoel 4 de marzo.

El 3 de marzo, Estados Unidos impuso aranceles adicionales del 10% a todos los productos originarios de China.

En el caso de la UE, Washington anunció un arancel del 25% a las importaciones de acero y aluminio a partir del miércoles 12 de marzo, lo que tendrá un costo de 28.000 millones de dólares para el bloque comunitario.

Bruselas lamentó profundamente la decisión de Estados Unidos porque afecta a empresas, consumidores y trabajadores. Y anunció que aplicará una serie de contramedidas que supondrán un costo equivalente a 26.000 millones de euros para Estados Unidos. Una de ellas es un gravamen al wiski estadounidense.

La UE dejó clara, no obstante, su voluntad de negociar si Washington reconsidera su decisión.

Última actualización: 13 de marzo de 2025

Estas medidas de retorsión venden bien en materia política, en opinión de algunos analistas, pero tendrán un gran coste para todas las partes en lo económico, y utilizar la ley del Talión solo está abonando el camino para iniciar una gran guerra comercial. Mientras las bolsas se desploman, Trump ha admitido que la economía estadounidense podría conocer lo que ha llamado un «periodo de transición».

Desde Ginebra, la OMC -fundada en 1995 bajo el liderazgo de Estados Unidos y Europa- tiene por misión facilitar el comercio mundial y ser un foro de resolución de controversias económicas. En aquel momento, sustituyó al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). El actual periodo de fuertes tensiones comerciales entre las principales economías del mundo parecería el mejor momento para que la OMC pudiera brillar y cumplir con la misión que le fue encomendada.

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La directora general de la OMC, Ngozi Okonjo-Iweala. Keystone / Til Buergy

«La OMC se creó precisamente para gestionar momentos como este, promoviendo espacios de diálogo, evitando la agravación de conflictos y apoyando la existencia de un entorno comercial abierto y confiable», recordó recientemente Ngozi Okonjo-Iweala, directora general de la OMC, a miembros de esta organización reunidos en Ginebra.

Pero la pregunta es: ¿podrá la OMC lograr estos objetivos? No es probable, en opinión de los expertos.

«A Trump le tienen sin cuidado las reglas de la OMC», afirma Cédric Dupont, profesor del Instituto Universitario de Altos Estudios Internacionales y del Desarrollo de Ginebra (Graduate Institute). «Para él, todo es transaccional. Es bilateral. Y realmente no quiere perder su tiempo con la OMC».

El exembajador suizo Didier Chambovey coincide con esta visión. «Estados Unidos actúa como si no fuera miembro de la OMC en materia de aranceles», dice.

Ser parte de la OMC supone acceder a una serie de privilegios, pero también implica obligaciones. La clave del esquema es tener acceso a los mercados globales bajo condiciones justas y predecibles, ya que las naciones gozan de un trato comercial no discriminatorio. Pero se comprometen, en contrapartida, a reducir aranceles, evitar el cobro de cuotas y facilitar un comercio fluido a través de procedimientos aduaneros eficaces.

Los aranceles son impuestos que los gobiernos aplican a los bienes y servicios que importan a otras naciones encareciendo esos productos extranjeros con respecto a su producción local.

Cuando un país impone un arancel, por ejemplo, un 25% al acero importado, el importador debe pagar ese porcentaje al gobierno antes haber vendido el producto en el mercado nacional.

Estos impuestos de aduana fueron diseñados para proteger a las industrias nacionales de la competencia extranjera, aumentar los ingresos públicos y corregir los desequilibrios comerciales. Pero, dado el alto impacto que tienen, pueden ser utilizados también para ejercer presión diplomática.  

A la administración Trump no le gusta estar en déficit comercial. Así que ha recurrido a los aranceles como herramienta para reducir este desequilibrio, argumentando la necesidad de proteger a la industria estadounidense, pero también de lograr objetivos tan dispares como controlar la migración y detener el flujo de fentanilo, una droga que mata a cientos de miles de personas cada año. El gran riesgo de poner en marcha una política de «ojo por ojo» es desatar una gran guerra comercial que afecte a múltiples países y sectores económicos.

Actualmente, poco puede hacer la OMC para obligar a Estados Unidos a respetar las reglas del comercio internacional. La OMC está dirigida por sus miembros y no puede actuar por cuenta propia, destaca Dupont. En este momento, la mayoría de los países miembros está a la expectativa de la agenda de Trump, que cambia cada día. Pero está claro que Washington no es fan de la OMC y que ya ha ignorado antes varias de sus resoluciones.

Un cambio de paradigma

La actual política estadounidense ha conducido al debilitamiento de la OMC desde la era del presidente Barack Obama, coinciden el exembajador y el profesor. La primera administración de Donald Trump terminó con el órgano de apelación de la OMC -creado para ser el máximo tribunal del comercio mundial-, al bloquear los nombramientos de nuevos miembros para sustituir a los que se jubilan.

Ante el alud de disputas comerciales presentadas ante la OMC por la aplicación de políticas similares a las actuales, incluidos aranceles globales sobre el acero y una guerra arancelaria con China, Estados Unidos argumentó en su momento que el órgano de apelación se estaba extralimitando en sus funciones al revocar las decisiones de los paneles de expertos.

El presidente estadounidense, Joe Biden, no viró el rumbo en favor de la OMC, su política incluso debilitó más a la organización. Su administración ignoró una sentencia que dictaminó que los aranceles al acero y al aluminio impuestos por Trump en 2018 estaban violando las obligaciones de Estados Unidos ante la OMC.  

En opinión del antiguo embajador, este cambio de enfoque estadounidense es el reflejo de un «cambio de paradigma».  Cuando China ingresó en la OMC en 2001, se tenían expectativas de reforma. Se creía que la liberalización del comercio le impulsaría -al igual que a Rusia, que se integró una década después- hacia una economía más de mercado.

Pero China se inclinó, especialmente desde mediados de la década de los 2000, hacia distintas formas de una mayor intervención estatal, utilizando subvenciones, préstamos baratos y transferencias tecnológicas forzosas. Una estrategia que le ha permitido ganar ventaja en las industrias de los vehículos eléctricos, el acero y la construcción naval a nivel global. Pero en Estados Unidos y la Unión Europea se perdían empleos en el sector manufacturero, provocando así reacciones políticas.

Un estudio realizado en 2020 por el Instituto de Economía Política (Economic Policy Institute) concluyó que el crecimiento del déficit comercial de Estados Unidos con China registrado entre 2001 y 2018 provocó la pérdida de 3,7 millones de empleos estadounidenses. Tres cuartas partes de esas plazas laborales correspondían al sector manufacturero. En este mismo lapso, la automatización fue otro de los catalizadores de la intensa pérdida de empleos observada.

La OMC no logró poner freno a lo que fue calificado por la UE y Estados Unidos como una práctica desleal por parte de China, una situación que generó frustración en Washington. De hecho, cuando Estados Unidos planteó algunos casos ante la OMC, perdió disputas que eran clave, por ejemplo cuando solicitó precisar con contundencia qué diferencia a un organismo público de una entidad privada, un tema que se había tornado espinoso a la hora de interpretar las normas de la OMC para definir subvenciones y contramedidas.

«En algunos casos relevantes, los chinos se impusieron», dice Chambovey. «Así surgió el descontento y Estados Unidos, al parecer, concluyó que la OMC no es la vía adecuada para abordar los problemas que tiene con China».

Pero Pekín sí sigue acudiendo a la OMC para resolver sus problemas con Estados Unidos. En cuanto Trump impuso aranceles del 10% a todos los productos chinos exportados a Estados Unidos, Pekín presentó una queja ante la OMC. Posteriormente, respondió con aranceles del 15% que aplicó a la importación de algunos productos agrícolas estadounidenses, como el pollo y el maíz.  

El proceso de disputa en el seno de la OMC podría conducir a una sentencia que dictamine que Trump violó normas comerciales vigentes, como sucedió en 2020, cuando la OMC encontró que sus aranceles a China infringían las normas comerciales pactadas.

Pero una victoria de China, que en principio requeriría que Trump elimine sus aranceles, sería fundamentalmente simbólica. Estados Unidos podría apelar, pero el asunto no iría a buen puerto debido al debilitamiento del órgano de apelación de la OMC. Pero Pekín aún encuentra cierto valor en realizar todo este proceso.

En opinión de Dupont, los chinos quieren demostrar a Estados Unidos que son la parte buena, que son las contrapartes multilaterales confiables y que Estados Unidos se comportan como los ‘chicos malos’ de la historia. «Pero también lo hacen porque comprenden que es una institución útil. Si dejaran de contar con la OMC, ¿qué quedaría? ¿Solo las acciones bilaterales todo el tiempo? Esto sería un fastidio».

Soluciones alternativas  

En realidad, la OMC no es obsoleta. Ha seguido ayudando a resolver controversias comerciales entre las naciones que la integran, incluso en ausencia de un órgano de apelación realmente operativo, pero el alcance de su trabajo actual es mucho más modesto. Durante los últimos años se han celebrado consultas relacionadas con disputas sobre temas que van desde la propiedad intelectual y el comercio de productos agrícolas hasta las medidas antidumping.

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Debe reconocerse, no obstante, que sin un órgano de apelación que funcione de una manera eficaz, la OMC es incapaz de tomar decisiones jurídicamente vinculantes. «Está claro que la OMC no está en buena forma», afirma Chambovey.  

La preferencia por la celebración de procesos plurilaterales se ha hecho patente pues vía la decisión de algunas naciones de crear en 2020 el Acuerdo Multipartito de Arbitraje de Apelación Interino (MPIA, por sus siglas en inglés) como alternativa ante el debilitamiento del órgano de apelación de la OMC. El MPIA está proporcionando el espacio para que China y la UE resuelvan sus problemas, aunque no lo hagan con Estados Unidos. Pero las decisiones del MPIA, a diferencia del órgano de apelación, no son jurídicamente vinculantes.

«Si no es posible recurrir al órgano de apelación (de la OMC), ninguna conclusión de los paneles de expertos va a tener peso, porque Estados Unidos no forma parte de la MPIA», advierte Dupont.

La OMC ha alcanzado pocos acuerdos multilaterales en su historia y ambos expertos coinciden en que necesita una reforma. Hoy, carece del poder para desempeñar de forma trascendente el rol del arbitraje de conflictos en los que esté implicado Estados Unidos. Pese a esas con estas limitantes, Dupont y Chambovey afirman que puede seguir siendo una institución relevante, incluso en la era de Trump.

«Existe una interacción comercial considerable en la que no participan los Estados Unidos. Y otras naciones siguen interesadas en la OMC», afirma Dupont. «(La situación actual) no significa que OMC no pueda funcionar. De hecho, Estados Unidos está jugando un juego muy peligroso porque el mundo se organizará cada vez más sin este país».

Chambovey suscribe la visión de Dupont. «Lo que deben hacer los demás países integrantes de la OMC es defender el sistema: cumplir sus compromisos y preservar lo que queda de ese sistema. La OMC seguirá siendo relevante si las otras naciones integrantes cumplen las normas». 

Editado por Virginie Mangin. Adaptado del inglés por Andrea Ornelas / CW. 

Gráficos por Kai Reusser. Selección de imágenes por Helen James.

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