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Trump, la ONU y el futuro

Imogen Foulkes

Es justo decir que, para la comunidad humanitaria de Ginebra, han sido semanas bastante turbulentas. En primer lugar, llegó el anuncio de que Estados Unidos iba a abandonar la Organización Mundial de la Salud (OMS)…

Después entró en vigor el veto de Israel a la UNRWA, la agencia de Naciones Unidas para la población palestina refugiada. Y, por último, la Administración Trump anunció —en lo que algunas personas han descrito como un momento de «conmoción y pavor»— que va a congelar la financiación de la ayuda exterior.

En el pódcast Inside Geneva (en inglés) de esta semana, analizamos en profundidad las implicaciones de estas tres decisiones: qué significan para la labor humanitaria en todo el mundo y qué nos dicen sobre las relaciones de la ONU con Estados Unidos, e incluso, sobre el futuro de la propia ONU.

Los invitados, Lawrence Gostin, profesor de Derecho Sanitario Global en la Universidad de Georgetown en Washington DC, Jørgen Jensehaugen del Instituto de Investigación sobre la Paz de Oslo (PRIO), que ha escrito un informe sobre el impacto de prohibir la UNRWA, y el periodista Colum Lynch, que lleva mucho tiempo como observador de la ONU y de la política exterior estadounidense en el Washington Post, Foreign Policy y DevexEnlace externo.

A pesar de que la decisión de Estados Unidos de abandonar la OMS no ha sido inesperada —ya lo intentó Trump en su primer mandato, pero no le dio tiempo—, Gostin está «enfadado y descorazonado». Como una persona con décadas de experiencia en salud pública y que ha trabajado con la OMS estrechamente, en la estrategia estadounidense solo ve desventajas.

«Esto va a significar que todo el trabajo vital de la Organización Mundial de la Salud —la erradicación de la polio, el sida, la tuberculosis y la malaria— todo este importante trabajo va a estar todavía más infrafinanciado», reconoce a Inside Geneva Gostin.

Malo también para Estados Unidos

El profesor Gostin subraya que abandonar la OMS tampoco puede ser bueno para Estados Unidos y, citando patógenos emergentes —el ébola o la gripe aviar que actualmente circula por Norteamérica—, afirma que «nos aísla, nos deja solos y nos hace mucho más vulnerables y frágiles frente a todo tipo de amenazas sanitarias».

El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha hecho un llamamiento a los Estados miembros para que intenten persuadir a Trump y que cambie de opinión. Puede que solo sean ilusiones. La avalancha de órdenes ejecutivas procedentes de la Casa Blanca —algunas de ellas, cuestionables desde el punto de vista jurídico— sugiere que esa Administración, cueste lo que cueste, está dispuesta a ponerse manos a la obra.

Gostin, al igual que su colega durante muchos años y ex asesor médico jefe de Estados Unidos, Anthony Fauci, admite que teme por su seguridad personal debido a su oposición abierta a la política de salud pública de Trump; dice que ahora es cuestión de esperar y esperar un cambio.

Prohibir la UNRWA desafía a la ONU

Prohibir la UNRWA, al igual que la decisión de abandonar la OMS, no era inesperada. El Parlamento israelí la aprobó en octubre, pero ordenó un periodo provisional de 90 días antes de que entrara en vigor. El problema, según Jensehaugen del Instituto de Investigación sobre la Paz (PRIO), es que nunca se ha aclarado cómo debe aplicarse la prohibición.

La UNRWA ha cerrado sus oficinas en Jerusalén Este. Los funcionarios israelíes tienen prohibido cualquier contacto con la UNRWA en Gaza y Cisjordania. Dado que Israel controla estos territorios, y en particular lo que entra y sale de ellos —por lo menos sobre el papel— esto significa que la UNRWA no puede operar en absoluto.

Esto tiene graves implicaciones para la distribución de ayuda, en particular para el norte de Gaza, donde miles de personas están regresando —en pleno invierno— a sus hogares destruidos, dice Jensehaugen. «La UNRWA es lo que llamamos la columna vertebral de la operación humanitaria. No solo aportan ayuda, sino que realmente son la operación de la que dependen el resto de los actores humanitarios», señala.

Entonces, ¿hubiera sido mejor que la ONU utilizara esos 90 días para reforzar otras agencias que sustituyeran a la UNRWA? De hecho, con una sola voz, esas agencias han dicho que eso no es posible. Pero Jensehaugen también destaca el dilema «Catch-22» de la ONU: por un lado, su «posición de principio» es que no puede reforzar porque «no puede aceptar la legalidad de la ley [israelí de prohibirla]». La expulsión de la agencia de la ONU es ilegal».

Por otro, está el «imperativo humanitario». Y, de cualquier manera, el aparato de la ONU sale perdiendo, apunta Jensehaugen a Inside Geneva.

«Si se adhieren totalmente a la posición de principios, no están preparados suficientemente para la postura humanitaria. Si se ponen de acuerdo en la postura humanitaria, se están socavando a sí mismos en el sentido de los principios», indica.

Recortes de ayuda generalizados

La idea de que para sustituir a la UNRWA ahora intervengan otras agencias puede ser académica, porque Estados Unidos —el mayor donante de la mayoría de las agencias humanitarias de la ONU— ha ordenado congelar la ayuda exterior. Incluso si otros hubieran querido llenar el vacío, probablemente ahora no tengan fondos para hacerlo.   

Se han interrumpido todo tipo de programas: desde el desminado hasta la prevención del VIH. A quienes trabajan en ellos les han dicho que se queden en casa. «Para muchas ONG pequeñas, que no tienen medios económicos para hacer frente a esta situación, es una sentencia de muerte», afirma Lynch.

También puede ser, trágicamente, una sentencia de muerte para miles de las personas más vulnerables del mundo, que necesitan un tratamiento contra la malaria, o que necesitan que se retiren las minas de sus escuelas y tierras de cultivo, o cualquiera de las muchas otras cosas que las agencias de ayuda hacen.

Entonces, ¿cuál es el plan de Trump y qué significa para la ONU? Lynch no imagina que a Trump le desagrade activamente la ONU, y no es —desde luego— el primer presidente estadounidense que quiere reducir su tamaño. «No creo que tenga ningún tipo de hostilidad inherente hacia la ONU», dice Lynch a Inside Geneva. «No creo que sea especialmente ideológico. Creo que, si le es útil, bien. Si no le es útil, hace lo que quiere».

¿Multilateral o transaccional?

¿Palabras tranquilizadoras? La verdad es que no. Se supone que la ONU es una institución multilateral, no transaccional. Pero Elise Stefanik, la nueva embajadora de Trump ante la ONU, ya ha insinuado que Washington favorece a ciertas agencias —el PMA (Programa Mundial de Alimentos) o Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia)— porque favorecen los intereses estadounidenses.

Para Lynch, los cambios en el sistema de ayuda humanitaria podrían ser profundos. «Este es realmente el fin de la ayuda exterior, tal y como la conocemos», sugiere. «Hace un par de años, Somalia sufrió una gran hambruna. Estados Unidos intervino y aportó más de mil millones de dólares. No veo a esta Administración respondiendo a una crisis venidera con un gran desembolso de efectivo de la manera en que históricamente lo hemos hecho».

Gostin, por su parte, se prepara para capear los próximos cuatro años, y espera que lleguen cuestiones mejores. «Creo que después de cuatro años habrá un nuevo presidente… y Estados Unidos volverá a recuperar nuestra posición de líder internacional y de alguien con valores elevados. Esa es mi esperanza y mi sueño, pero también, mi expectativa».

Pero en Oslo Jensehaugen es menos optimista. «Creo que cada vez hay menos respeto por lo que la ONU representa», advierte. «¿Puede la ONU sobrevivir a este tipo de tensión? Espero que sí. Pero estamos en tiempos difíciles. No me cabe la menor duda. Espero que la ONU consiga salir adelante».

Como decíamos al principio «conmoción y pavor». Escuche todo el debate en Inside Geneva [en inglés].

Editado por Virginie Mangin. Adaptado del inglés por Lupe Calvo / CW

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