Gustavo Gutiérrez, el sacerdote peruano que combatió la pobreza con su Teología de la Liberación
Intelectual y sacerdote en los barrios más desfavorecidos de Lima, Gustavo Gutiérrez, fallecido el martes a los 96 años, fue considerado el padre de la Teología de la Liberación, una corriente de pensamiento cristiano centrada en la dignidad de los pobres que tuvo importantes repercusiones políticas en América Latina.
Fue este religioso, que se hizo dominico a los 76 años, quien utilizó por primera vez esta expresión en 1968, en una reunión de la Conferencia Episcopal Latinoamericana en Medellín (Colombia), para aplicar los principios reformadores del Concilio Vaticano II.
También fue uno de los primeros párrocos en denunciar las injusticias y desigualdades que devoran a América Latina. Según su visión, la Iglesia debe volver a situar a los desfavorecidos en el centro de su acción y ayudarles a liberarse de sus condiciones de vida.
Gutiérrez escribió el primer gran tratado sobre el tema, titulado «Teología de la liberación: perspectivas», publicado en 1971 y traducido en todo el mundo.
Su obra ofrece una nueva espiritualidad basada en la solidaridad con los más necesitados e insta a la Iglesia católica a participar en el cambio de las instituciones sociales y económicas para promover una mayor justicia social.
Siguiendo sus pasos, muchos católicos latinoamericanos han escrito sobre el tema.
Algunos han sido criticados por el Vaticano -y en particular por Juan Pablo II- por adoptar una interpretación marxista y revolucionaria del tema de la liberación cristiana. Sin embargo, el padre Gutiérrez nunca rompió con la Iglesia.
Fue precisamente la orden dominica en Perú, a la que pertenecía desde 2001, la que informó de su deceso y anunció para los próximos días misas en su honor y un homenaje en la Basílica de Santo Domingo de Lima.
Los restos del sacerdote se velarán desde el miércoles por la noche.
– «Aliviar a los pobres» –
Nacido el 8 de junio de 1928 en la capital peruana, creció en el seno de una familia modesta pero instruida.
Su interés por la psicología y la filosofía lo llevó a estudiar medicina para convertirse en psiquiatra. Pero a los 24 años, su vocación al sacerdocio se hizo más fuerte.
Tras graduarse de médico en 1950 en Lima, fue a la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica, donde estudió psicología y filosofía, y luego a la francesa Universidad Católica de Lyon donde estudió teología.
Ordenado sacerdote en 1959, regresó a Perú y fue nombrado párroco de Rímac, un distrito pobre de Lima.
Fue en medio de la pobreza donde desarrolló su pensamiento: la Teología de la Liberación propone aliviar a los desfavorecidos de sus condiciones de vida, pero también convertirlos en actores de su propia salvación.
Aboga por una reorganización de la sociedad y denuncia los estragos del capitalismo, responsable, según Gutiérrez, del sufrimiento de innumerables «hermanos y hermanas humanos».
– «Interpelar la conciencia» –
En 1974, fundó y dirigió un centro de atención a los más desfavorecidos, el Instituto Bartolomé de Las Casas, que lleva el nombre del fraile dominico del siglo XVI famoso por defender a los indígenas de los abusos de los conquistadores.
Al mismo tiempo, Gutiérrez impartió clases en la Universidad Pontificia de Perú y en varias instituciones educativas norteamericanas y europeas.
Su Teología de la Liberación formó parte de un movimiento sociopolítico más amplio en un momento en que América Latina estuvo dividida por desigualdades aún más profundas que las actuales.
Tras la instauración de regímenes militares en la mayoría de los países latinoamericanos en los años 1960 y 1970, los defensores de esa corriente participaron activamente en la resistencia contra las dictaduras.
Gutiérrez recibió numerosos títulos honoríficos y premios en todo el mundo. En 2002 ingresó en la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias.
En su 90 cumpleaños, el papa Francisco elogió su «servicio teológico» y «su amor preferencial por los pobres y excluidos de la sociedad».
El pontífice le agradeció «su manera de interpelar la conciencia de todos, para que nadie permanezca indiferente ante el drama de la pobreza y la exclusión».
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