Cuando el Tíbet desafía al régimen chino
Pekín acaba de sufrir un brusco revés al perder parte de su credibilidad, a cinco meses de los Juegos Olímpicos. Éste es el análisis que hace la especialista y gran amiga del Tíbet, Claude B. Levenson.
El ‘peinado’ policial en Lhasa y el despliegue de las fuerzas del orden chinos hacen resurgir recuerdos de los sucesos de Tiananmen.
Como en un mal escenario, los profesores de la Ciudad prohibida se ven confrontados con lo que, sin duda, más temían, el desafío tibetano. Y su reacción frente a la frustración profunda que ellos mismos han alimentado a lo largo de varios decenios de ocupación, es, a la vista del mundo entero, un testimonio de su reivindicación de un territorio vecino conquistado por la fuerza de las armas hace medio siglo.
De hecho, lo que reflejan esos movimientos de protesta —pacífica al principio— que han tomado mal rumbo en función de la brutalidad de la represión —reacción de miedo e inseguridad—, es la ilegitimidad de la presencia china en el Tíbet.
Presencia visible de las banderas
Ni la ocupación militar, ni el consumerismo desbocado del fin de siglo por el «programa de desarrollo de Occidente» han sido suficientes para despertar en los tibetanos el espíritu nacional, o el sabor de la libertad.
Esta afirmación identitaria —plasmada ante todo en la presencia visible de las banderas tibetanas prohibidas que, por lo común, suelen conllevar penas severas para cualquiera que se atreva a ondearlas en público— lo testimonia: los tibetanos quieren conservar su idiosincrasia en su tierra ancestral frente a las muy reales amenazas de una progresiva sinización impuesta por una política deliberada.
Para las autoridades chinas, la apuesta es de talla. Al pregonar con exceso la generosidad de su gesta de llevar «la civilización a un pueblo retrógrado y bárbaro», evocan humos del colonialismo que considerábamos ya pasado de moda.
Uranio, madera, petróleo…
Tanto así que la afluencia incontrolada de colonos es acompañada de una explotación de las riquezas naturales como Dios manda —son abundantes en las altas mesetas tibetanas e incluyen materias como el agua, el uranio, la madera o el petróleo—, esencialmente en beneficio de una lejana metrópoli, sedienta de todo lo que es susceptible de alimentar su arrebatada máquina económica.
El ver ahora la presencia policial en Lhasa y el despliegue de las fuerzas del orden chino en las aldeas tibetanas, tranquilas por lo común fuera de la región llamada ‘autónoma’, resurgen recuerdos de Tiananmen que destiñen el bello escaparate que tanto se esfuerza en pulir el régimen para acrecentar su gloria.
De repente, los atletas se hacen preguntas y los gobiernos de los Estados demócratas se ven en apuros: apelar cordialmente a «la moderación» a un régimen dictatorial en lugar de defender con dignidad sus propios principios, ¿no es eso jugar su juego?
Enseguida se escucha desde luego la réplica: «¿y los intereses económicos?». Efectivamente, ¿no tienen las relaciones económicas que ganarse el respeto de los derechos fundamentales de los que integran el sostén de la «maravilla» china?
Dalai Lama en contra del boicot
Si la idea de un boicot se vuelve a perfilar en el horizonte —hubo antecedentes: los Juegos Olímpicos de Moscú por la invasión soviética en Afganistán, los de Atlanta en respuesta— no es forzosamente la solución a plazos de un problema ignorado durante demasiado tiempo.
El Dalai Lama por su parte no lo desea; según él es importante que los compromisos relativos al cumplimiento de los derechos humanos prometidos por los dirigentes chinos sean respetados.
Al pedir una investigación independiente sobre lo que ocurre en un Tíbet que de aquí en adelante quedará confinado y con prohibición de acceso para extranjeros, sobre todo para periodistas, el líder exiliado del Tíbet toma por testigo para su persistencia en querer dialogar a la comunidad internacional.
Berlín 1936
No querer comprenderlo invocaría recuerdos aún más siniestros que los de Moscú o Atlanta: los de Berlín de 1936.
Ahora bien, si la historia nos puede enseñar algo, es que uno se va a pique si esquiva las olas a toda costa.
El destino de los tibetanos y de su tierra es una cuestión que no se plantea tanto en términos exóticos sino más bien en términos prosaicos, como algunos tienden a pensar: más allá de los Juegos, las apuestas no valen sólo para Pekín, conciernen también al resto del mundo interdependiente en el que ya no habrá países totalmente independientes.
swissinfo, Claude B. Levenson
(Traducción del francés: Antonio Suárez Varela)
El Dalai Lama ha anunciado este martes que dimitirá de su cargo de líder político si la violencia acometida por sus compatriotas en el Tíbet se hace incontrolable.
Las manifestaciones contra el régimen chino, que comenzaron de forma pacífica el 10 de marzo, han tomado un rumbo violento a lo largo de esta semana; han sido reprimidas con la fuerza por la policía china. En un balance oficial de los sucesos, las autoridades chinas hablan de 16 muertes y una decena de heridos.
Por su parte, el Gobierno de Tíbet en el exilio habló de 80 muertes.
El primer ministro chino, Wen Jiabao, acusó este martes a los tibetanos de querer socavar los esfuerzos emprendidos por Pekín para la organización de los Juegos Olímpicos que tendrán lugar este verano.
La Confederación es uno de los primeros Estados que han reconocido la República Popular de China.
También ha sido una de las primeras en la acogida de refugiados tibetanos en 1959/1960 cuando se empezó el exilio.
La comunidad tibetana de Suiza, integrada en la actualidad por unas 3.000 personas, ha sido durante mucho tiempo una de las más importantes fuera del continente asiático. Ha encontrado un entorno favorable tanto para una integración lograda como para una preservación notable de su patrimonio y sus tradiciones.
En su gran mayoría viven en la Suiza de expresión alemana.
Digno de su título de ‘Instituto del Alto Tíbet’, el renombrado monasterio de Rikon dispone de una biblioteca rica en documentos y con un ambiente instruido que invita a la reflexión filosófica y espiritual.
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