La embriagadora historia del Homo alcoholicus
Desde tiempos inmemoriales el alcohol ha estado presente en la historia de la humanidad, sea como bebida placentera, como narcótico, como alternativa higiénica al agua y hasta como tratamiento contra las lombrices intestinales. Aquí, una breve historia cultural de un veneno cotidiano.
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Se dice que los alemanes tenían la costumbre de decidir un caso dos veces: una vez en estado de ebriedad y otra vez sobrios. Sólo se aprobaban las propuestas aceptadas en ambas ocasiones.
Según el relato del historiador romano Tácito hacia el año 100 d.C., las bebidas alcohólicas eran parte integral de la vida de los pueblos germánicos. De hecho, la cerveza y el vino formaron parte de la dieta básica de muchas civilizaciones del mundo occidental durante siglos.
La fascinante relación entre los humanos y el alcohol tiene raíces mucho más profundas. Diversas investigaciones establecieron que nuestros ancestros simiescos ya estaban expuestos al alcohol. El sabor y el olor de este compuesto químico activan una región del cerebro asociada con la sensación de hambre. La fruta madura contiene más azúcar, es más rica en energía y libera sustancias volátiles, sobre todo etanol, aroma que nuestros antepasados debieron detectar a grandes distancias.
En su libro Breve historia de la embriaguez, Mark Forsyth aboga por la teoría de que hace diez millones de años, a nuestros antepasados les encantaba la fruta excesivamente madura. Una mutación genética que se produjo durante este periodo habría resuelto el problema de cómo el organismo metabolizaba el alcohol.
Bebida higiénica y fortificante
En el Neolítico, cuando el ser humano se volvió sedentario y empezó a cultivar la tierra, algunas civilizaciones comenzaron a producir bebidas alcohólicas de forma sistemática.
Gracias a la presencia de ácido tartárico, que deja huellas claramente visibles en los recipientes antiguos, los arqueólogos han podido confirmar la presencia de alcohol en diversas culturas antiguas: los primeros vestigios datan de alrededor del año 7000 a.C. en China, y también hay evidencias posteriores en Irán y la cuenca mediterránea. Además, numerosas representaciones en estatuillas y pinturas revelan que, milenios antes de nuestra era, la cerveza y el vino ya eran productos de placer y alimentos cotidianos ¡sí, alimentos! en Mesopotamia, Asiria, Babilonia y Creta.
En Egipto, por ejemplo, se apreciaba mucho el valor nutricional de la cerveza por su aporte de vitaminas y oligoelementos. Además, la cerveza estaba menos contaminada que el agua, lo que la convirtió en una bebida segura y popular para calmar la sed durante siglos. En el siglo XI, el abad anglosajón Ælfric escribió: «Bebo cerveza cuando la tengo, y agua cuando no tengo cerveza».
Además de calmar la sed, el alcohol fue valorado durante mucho tiempo por sus supuestas propiedades terapéuticas. En el siglo XIII, el médico catalán Arnau de Villanova describió cómo el alcohol podía ayudar a combatir las lombrices intestinales y a prevenir los mareos.
Hasta el siglo XX, la medicina occidental recomendaba el consumo de cerveza para ciertos grupos de personas. En 1784, el investigador sueco Carl von Linné advirtió que la cerveza tenía efectos beneficiosos para «aquellos que estaban más bien delgados y deshidratados, así como para quienes realizaban trabajos manuales pesados, ayudándoles a mantener el ritmo».
Hasta hace unos cien años, el alcohol era también la única sustancia analgésica y anestésica utilizada en medicina, además de ser un antiséptico eficaz.
Las bebidas espirituosas como elixires de vida
Pero era sobre todo el efecto embriagador del alcohol lo que seducía al ser humano. Las bebidas espirituosas, es decir, las bebidas con un alto contenido de alcohol, eran especialmente adecuadas para alcanzar este estado.
Sin embargo, la producción de alcohol destilado requirió primero la invención del proceso de destilación, una técnica que probablemente fue introducida por químicos árabes del norte de África en el siglo X. Aunque es difícil precisar cuándo se generalizó este método de producción en Europa, sabemos con certeza que el alcohol destilado aparece mencionado en obras de medicina y alquimia del siglo XV
Durante los dos siglos siguientes, los incansables destiladores de Europa Occidental crearon una amplia variedad de bebidas espirituosas (whisky, ginebra, brandy y otras), conocidas como acqua vitae (literalmente, «elixir de vida» o “agua de vida”).
Este frenesí en la destilación de alcoholes desató una crisis social en el Londres de principios del siglo XVIII, con la ginebra como principal responsable. Según un artículo del London Magazine, la ginebra «se comercializaba en casi todas las casas, a menudo en el sótano». Con un contenido alcohólico de hasta el 80% y un precio barato (ya que no estaba sujeta a impuestos ni requería licencias), la ginebra se volvió especialmente popular entre los más pobres, quienes también la bebían cortada con trementina y ácido sulfúrico.
El consumo excesivo de ginebra en Gran Bretaña tuvo consecuencias fatales, llevando a que la tasa de mortalidad por abuso de alcohol superara a la de natalidad. Ante esta situación, el gobierno, desesperado, aprobó una serie de leyes para intentar reducir su consumo, entre ellas la introducción de licencias para el acceso a las bebidas alcohólicas.
En la década de 1750, una serie de malas cosechas hizo el resto y puso fin a este oscuro periodo, que pronto pasaría a los libros de historia como la “Locura del Gin”.
Dentro de las fronteras de la actual Suiza, el consumo de aguardiente se mantuvo moderado hasta finales del siglo XVIII. Fue sólo con la introducción de la papa en la agricultura de la Confederación que esta tendencia comenzó a cambiar.
Conocido como Hardöpfeler (NdeR: del suizo alemán, aguardiente de papa), el tubérculo se prestaba perfectamente para la producción de brandy. Para muchos pequeños agricultores y familias de artesanos que habían sido llevados al borde de la ruina por la industrialización, la destilación de la papa representó una oportunidad para sobrevivir.
De la mano de la producción de este aguardiente, creció el consumo entre los campesinos y los trabajadores de las fábricas, quienes encontraban en el brandy una forma eficaz de aliviar la mente tras una larga jornada laboral. El historiador suizo Jakob Tanner escribió al respecto: “La embriaguez era ‘el otro lado’, era desprenderse, hundirse y desaparecer”.
El problema del alcohol
Todo el mundo sabe que el consumo de alcohol tiene consecuencias. Esta realidad fue a la que concluyeron varios médicos a finales del siglo XVIII en Escocia, Alemania y Estados Unidos, cuando introdujeron los conceptos de “adicción” y “dependencia del alcohol” en sus escritos y recomendaron su consumo moderado.
En Suiza, el médico ginebrino Ernest Naville fue uno de los primeros en estudiar el alcoholismo en 1841, elaborando una extensa lista de sus causas, entre las que mencionaba el acceso fácil y barato al alcohol, la cultura de “libertad y embriaguez” en el ejército, y la precariedad de la vivienda.
En la Confederación también surgió un movimiento de templanza y abstinencia inspirado en el modelo estadounidense. En 1877, el pastor ginebrino Louis-Lucien Rochat fundó la Cruz AzulEnlace externo con el propósito de ayudar a los alcohólicos.
La necesidad de actuar en la “cuestión del alcohol” también fue reconocida a nivel federal: a mediados de la década de 1880, Suiza introdujo el monopolio federal del alcohol y el diezmo del alcohol. Estas medidas aparentemente dieron sus frutos, ya que en los años 30 se consideraba que la era del alcoholismo causado por la pobreza había terminado en el país… aunque la gente continuaba bebiendo la misma cantidad.
Según la Fundación Suiza contra la AdicciónEnlace externo, alrededor del 85% de los jóvenes suizos mayores de 15 años beben alcohol con regularidad en la actualidad. Casi el 9% de ellos bebe alcohol todos los días, y unos 250.000 son dependientes del alcohol (es decir, no pueden prescindir de él, o lo hacen con dificultad).
En un estudio reciente, la Organización Mundial de la Salud (OMS)Enlace externo recuerda que el alcohol tiene consecuencias para la salud, sea cual sea la cantidad consumida, lo que significa que el riesgo existe desde el primer sorbo.
Ya sea para calmar la sed, tratar enfermedades o levantar el ánimo, el alcohol nos acompaña desde el principio de los tiempos. Así que es seguro que aún no ha llegado el momento de su desaparición.
Isabelle Hausmann estudia Historia y trabaja como redactora en el Blog del Museo Nacional Suizo.
El artículo originalEnlace externo en el Blog del Museo Nacional Suizo
Texto adaptado del francés por Norma Domínguez / Carla Wolff
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