La Escalada, el mito fundador
El 11 de diciembre los ginebrinos celebran La Escalada, la única fiesta popular de la austera ciudad calvinista.
La historia de una de las repúblicas más pequeñas e independientes de Europa, retuvo que la noche del 11 al 12 de diciembre de 1602 las tropas del Príncipe de Saboya Charles -Emmanuel intentaron tomar por asalto la ciudad.
En un acto de resistencia heroica los ginebrinos rechazaron el ataque y esa victoria militar dio nacimiento a una verdadera leyenda.
Parte de ella son los relatos transmitidos de generación en generación, que dan cuenta de personajes como la ‘Madre Royaume’ que para repeler al invasor no titubeo de lanzar una marmita de sopa hirviendo sobre la cabeza de un soldado que había logrado arrimar una escalera ante su casa.
Otro personaje mítico es la ‘Dama Piaget’, que haciendo elogios de una colosal fuerza, logró mover un gran y pesado armario con el que bloqueó una brecha abierta por el enemigo, y contuvo la entrada a la ciudad de los soldados, hasta que llegaron los refuerzos. Símbolo de coraje y valentía.
Según el historiador Bernard Lescaze, la celebración oficial de La Escalada remonta sólo a 1629, en un acto con el que el poder político de la burguesía ginebrina, asentó de manera simbólica, el carácter de independencia de la República de Ginebra. A partir de ese momento, se transformó en el mito fundador de la identidad de la ciudad más internacional de Suiza.
Fiesta popular
Los inicios de esta celebración fueron y son todavía esencialmente militares. La ciudad vieja se transforma por varios días en una aldea medieval, con desfiles de tropas de la época, de vestidos tradicionales, y la catedral de St. Pierre se convierte en el epicentro de la ceremonia de celebración de gracias, donde converge el poder político y religioso.
Pero por encima del fervor patriótico y militar, La Escalada se fue transformando con el paso del tiempo en una verdadera fiesta popular, que según otro historiador local, David Hiler, fue recuperada por el pueblo y donde se mezclan antiguos ritos paganos introducidos de contrabando.
Hoy en día, es una fiesta esencialmente citadina. Es una noche de fiesta de disfraces, siempre de época por cierto, de desfiles de antorchas, de bailes populares, y el momento donde se rompe la famosa marmita de sopa de la ‘Madre Royaume’. Pero ya no es una marmita de hierro, sino de chocolate y rellena de confites de mazapanes.
Al caer la noche, los niños recorren las moradas de la ciudad en grupos y disfrazados como en días de Carnaval. Tocan las puertas y cantan el tradicional himno patriótico de los ginebrinos «Ce que l’aînó» (dialecto local) y relatan de ese modo, la hazaña guerrera dejando mal parados a los vecinos franceses de la Alta Saboya.
Es costumbre que los moradores retribuyan a los improvisados artistas, con golosinas o algunas piezas de moneda.
En las calles de la ciudad vieja, señoras vestidas como ‘Madre Royame’ reparten a los transeúntes y turistas, deliciosos platos de sopa hirviendo, o vino caliente con canela y naranjas, para espantar del cuerpo, ya no a los espíritus tenebrosos de otrora, sino al frío profundo que cala hondo en el otoño ginebrino.
Los historiadores concuerdan en afirmar que ‘La Escalada’ es la única fiesta popular y profana que tiene Ginebra. Contrariamente a otros cantones, donde subsisten fiestas sincréticas, entre cristianismo y paganismo, el antiguo régimen calvinista, rígido y austero, prohibió siempre toda expresión de alegría y de fiestas. Es el único cantón donde no existen los carnavales.
Por eso, la fiesta de la Escalada, es la sola ocasión, en que la expresión popular (valiéndose de una conmemoración patriótica), manifiesta la alegría de la vida, transformada en un jolgorio con disfraces y marmitas de chocolates que se rompen y se comen al ritmo de la música que hacen menos tristes las largas noches próximas al solsticio de invierno.
Alberto Dufey
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