La historia de los tesineses que construyeron Turín
Desde el siglo XVI hasta finales del XIX, en las obras de Turín se hablaba el dialecto del Tesino. Esto se debe a la presencia en la ciudad de miles de trabajadores de la construcción, considerados los mejores de Europa en aquellos años. La presencia de tantos luganeses en la capital de Saboya los llevó a formar una Compañía con fines sociales y culturales.
Estés donde estés en Turín, si te detienes a mirar a tu alrededor, seguramente verás algo que ha sido producido por un miembro de la Compañía de los Luganeses. La profesora Maria Vittoria Cattaneo no puede evitar sonreír al decir esto. Investigadora del Politécnico de TurínEnlace externo, ha dedicado parte de su trabajo a reconstruir la historia y el papel de los miles tesineses que llegaron a la ciudad entre los siglos XVI y XIX para ofrecer sus conocimientos y su mano de obra en el sector de la construcción.
“Los luganeses que formaron parte de la Compañía de Sant’Anna en Turín no sólo embellecieron la ciudad, sino que contribuyeron concretamente a su construcción: gran parte de las calles, plazas, palacios e iglesias, además de las fortificaciones que luego demolieron con la llegada de Napoleón, fueron creadas por estos profesionales”, subraya la profesora Cattaneo.
Llegó un momento en el que los llamados luganeses que trabajaban en la construcción eran tantos, que se convirtieron en una de las comunidades de extranjeros más grandes de la ciudad. Sobre estas dos bases – procedencia de los alrededores de Lugano y trabajo en la construcción- se fundó una institución que tomó el nombre de “Compagnia di Sant’Anna dei LuganesiEnlace externo”, activa hasta finales del siglo XIX.
La llegada del pueblo de Lugano a Turín
Hubo un tiempo, en la segunda mitad del siglo XVI, en que oleadas de maestros de obras, canteros, escultores, pintores, horneros, ingenieros y arquitectos se trasladaron desde la región de los lagos Lombardos y el Tesino hacia Turín. El motivo estaba relacionado con el acontecimiento histórico de convertir a esa ciudad en capital del Estado de Saboya a partir de 1563.
“Una vez llevada la capital a Turín, se abrieron numerosos proyectos de construcción”, explica la profesora Cattaneo, y amplía: “No sólo para la defensa, con las obras de fortificaciones, sino también para la edificación de palacios representativos de los Saboya y otros clientes. Además, la ciudad también necesitaba una reorganización urbanística. Esto generó una gran demanda de mano de obra calificada y especializada, y los artesanos provenientes de la región de Lugano, gracias a sus habilidades superiores, fueron muy demandados en las obras de Saboya y de toda Europa”.
Esto explica por qué, en cierto momento de la historia de Turín, las obras de la ciudad fueron casi una exclusividad tesinesa. Su permanencia en los siglos siguientes se debió al excelente trabajo realizado hasta ese momento. Incluso, se creó una especie de sucursal de los constructores tesineses en Turín. Pero, ¿qué tenían de especial estos luganeses que los obreros saboyanos y de otros lugares no tenían?
Una cuestión de familia
“Estos artesanos estaban organizados en empresas familiares, lo que les permitía garantizar productos terminados de alta calidad en poco tiempo”, explica María Vittoria Cattaneo. En otras palabras, gracias a la particular organización de las obras en base familiar, las empresas tesinesas podían garantizar una velocidad que otros no podían. Sin embargo, entregar el trabajo a tiempo no era lo único. “Los llamados luganeses también estaban muy bien preparados. No sólo porque tenían el conocimiento de los materiales y las técnicas que se transmitía de generación en generación, sino también porque había un constante diálogo entre ellos”, agrega la profesora.
En resumen, había una especie de transferencia tecnológica y de conocimientos entre los tesineses que operaban en el sector de la construcción en toda Europa. Esto ocurría en su patria durante los meses de invierno, cuando las obras estaban cerradas y las familias se reunían para intercambiar experiencias y conocimientos. No en Turín, donde, sin duda, no faltaban oportunidades de encuentro.
De hecho, es a principios del siglo XVII, cuando la presencia luganesa en Turín ya estaba consolidada, que decidieron crear la “Compañía de Sant’Anna de los Luganeses”, cuyo objetivo iba más allá del deseo de intercambiar información y conocimientos constructivos.
El nacimiento de la Compañía
“La empresa tiene como año de fundación oficial 1636. Pero en nuestros archivos tenemos varios documentos que atestiguan su existencia ya antes, al menos desde los años veinte”, explica la investigadora. ¿Qué motivó a los trabajadores de la construcción luganeses a asociarse?
“Viniendo de lejos y enfrentando largos viajes, sentían la necesidad de agruparse y tener un lugar de encuentro que también funcionara como punto de referencia para sus reuniones, ofreciendo así un lugar de identificación desde el punto de vista cultural y social. Querían un punto de encuentro más social que laboral”, considera Cattaneo.
La sede de la Compañía fue la capilla homónima dentro de la Iglesia de San Francisco de Asís en Turín. Las obras para su construcción comenzaron en 1936, “pero tenemos testimonios de que los llamados luganeses ya se reunían en la Iglesia de San Francisco antes de la constitución de la empresa y la construcción de la capilla”, señala la profesora.
De lugar de encuentro a asociación benéfica
“Hoy en día la Compañía ya no está activa. Permaneció operativa hasta finales del siglo XIX, cambiando sus características con el tiempo. Inicialmente estaba vinculada al origen geográfico y a los oficios de la construcción. Después, a partir del siglo XIX, se orientó hacia la formación de los jóvenes, creando subsidios para los menos favorecidos que necesitaban ayuda para llegar desde Suiza a formarse en Piamonte, ya fuera en la Academia de Bellas Artes o en las escuelas técnicas”, recuerda la investigadora.
La empresa experimentó diversas evoluciones, adaptándose a las transformaciones sociales y económicas hasta su supresión en 1844 bajo Carlos Alberto y su posterior refundación en 1876, para luego transformarse por última vez en la “Sociedad de Sant’Anna” con sede en Lugano en 1924.
Lo cierto es que las actividades de la Compañía no cesaron de forma precisa o repentina. Simplemente, los tiempos cambiaron y disminuyó la presencia de constructores tesineses en Turín. Además, la presencia suiza en la ciudad se diversificó (tanto geográfica como profesionalmente). Así fue como el punto de referencia para los tesineses y otros ciudadanos helvéticos pasó a ser el Círculo Suizo en Turín, que hoy, como heredero de la experiencia de los luganeses, conserva el archivo histórico de la Compañía.
Texto adaptado del italiano por Norma Domínguez / Carla Wolff
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