Cuando el Graf Zeppelin surcaba los cielos de Suiza
Los zepelines, verdaderos barcos voladores, grandes y rígidos, fueron un medio de transporte tan peligroso como fascinante. Entre 1929 y 1934, uno de los más grandes de estos dirigibles, el Graf Zeppelin, realizó más de 70 excursiones de un día en Suiza, entre sus viajes de larga distancia. Este gigante de los aires atraía a la gente como un imán.
Los zepelines nunca fueron solo simples medios de transporte, sino que constituyeron un verdadero fenómeno. “El sábado antes de las 8 horas, el Graf Zeppelin apareció como un invitado matinal sobre Berna. Realizó un círculo sobre la ciudad bajo un sol radiante, un espectáculo magnífico», comentó el diario bernés Bund en 1930.
El inventor del dirigible, el conde Ferdinand von Zeppelin, nacido en 1838, tenía una relación estrecha con Suiza. Su madre provenía de una familia de empresarios ginebrinos, y él pasó su infancia junto con su hermano y su hermana, en el Castillo de Girsberg. De hecho, en esa propiedad familiar ubicada en el municipio de Kreuzlingen (Turgovia), Von Zeppelin vivió hasta su muerte en 1917.
Solo cuando se retiró del ejército desarrolló el primer globo dirigible. En 1900, junto con el ingeniero Theodor Kober, su compañero de armas, hicieron volar por primera vez un aerostato sobre el Lago de Constanza, ante la mirada de miles de espectadores ubicados a ambas orillas. El vuelo duró apenas 18 minutos y la aeronave, después de dar varias vueltas, debió realizar un aterrizaje de emergencia.
Al fallecer el conde Zeppelin, Hugo Eckener lo sucedió en la dirección de la empresa. El nuevo patrón vivió un proceso personal muy particular: pasó de ser un crítico frontal, en su época de periodista, a un ardiente defensor de esos objetos voladores. Fue justamente bajo su dirección que se construyó el legendario Graf Zeppelin LZ 127, que al momento de su lanzamiento fue el más grande y exitoso de todos los dirigibles.
En 1929, Hugo Heckner realizó la primera y única vuelta al mundo a bordo del Graf Zeppelin, odisea que realizó en seis etapas a lo largo de 49 618 km.
Hugo Eckener no dudaba de que el futuro pertenecía a la aeronave. En 1930, con motivo de un vuelo sobre Berna, declaró: «Desde Berlín, nos dejamos llevar sobre el Ártico en un dirigible y guardamos imágenes de zonas inaccesibles que hasta ahora solamente podían conquistarse luchando paso a paso contra las fuerzas de la naturaleza. Estoy firmemente convencido de que la idea del Conde Zeppelin, en lo fundamental, no volverá a ser negada ni olvidada.
Sin embargo, una inesperada tragedia decidió lo contrario. El dirigible Hindenburg que funcionaba a base de hidrógeno se incendió durante un aterrizaje en Estados Unidos, causando la muerte de 36 de las 97 personas que iban a bordo. Esta catástrofe significó la brusca interrupción de la historia de los dirigibles. En 1940, el Graf Zeppelin fue dinamitado.
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