¿Es la guerra un asunto de hombres?
Actualmente existen 27 conflictos armados en el mundo, y como siempre en la historia de la humanidad, los protagonistas son hombres. ¿Es la guerra exclusiva del "sexo fuerte"? Por otra parte, ¿podrían las mujeres cambiar la política de seguridad? La politóloga Leandra Bias ha investigado el autoritarismo y el antifeminismo y sus respuestas al respecto son claras.
swissinfo.ch: Señora Bias, ¿es cierto el tópico de que son principalmente los hombres los que provocan la guerra?
Leandra Bias: Las guerras están dominadas por los hombres en el sentido en que están desproporcionadamente representados en la política y, en consecuencia, suelen ser ellos los que toman la decisión de llevar a cabo una guerra. Además, el ejército en todo el mundo está abrumadoramente dominado por los hombres. Sin embargo, no se puede decir que la guerra sea biológicamente una cosa de hombres. Si bien es cierto que a los niños se les educa para ser más agresivos y a las niñas se les niega la agresividad. Y eso también ocurre en Suiza.
Pero en cuanto las mujeres llegan al poder, también participan en la guerra de la misma manera: la primera ministra británica Margaret Thatcher en las Islas Malvinas, la secretaria de Estado estadounidense Condoleezza Rice en Irak, Hillary Clinton en Libia, la canciller alemana Angela Merkel en Afganistán. ¿No refutan esos ejemplos la teoría del género?
No, porque ninguna de las mujeres mencionadas ha llevado a cabo una política exterior feminista. No se trata de la igualdad numérica de hombres y mujeres. Se trata de superar las estructuras de poder. Una política exterior feminista tendría eso en cuenta y suprimiría los organismos en los que solo se sientan hombres, y un tipo específico de hombres. En cambio, crearía canales y procesos para integrar esas voces que han sido ignoradas durante siglos. Y también incluiría otros aspectos en la política de seguridad, por ejemplo, los feminicidios.
El hecho es que todas las instituciones en la actualidad son patriarcales. Esa es la consecuencia de nuestro sistema patriarcal. Si logramos una cuota de mujeres de al menos el 30% en la política exterior mundial -desde los diplomáticos hasta el Consejo de Seguridad de la ONU- podría cambiar la política de seguridad.
¿En qué sentido actuarían de forma diferente las mujeres comprometidas con una política exterior feminista?
La política de seguridad está dominada por los hombres, no solo porque los hombres dominan el poder, sino porque domina una mentalidad asociada a los hombres. Es decir, se supone que uno se siente más seguro cuando tiene poder sobre los demás. Este pensamiento de dominio masculino también conduce a la opresión de las mujeres en la sociedad.
Habría que volver a pensar la política de seguridad en general e introducir formas e ideas supuestamente femeninas como pueda ser la conciliación, la empatía. Se trata de que cuando se hable de armas, no se hable de números abstractos, sino de millones de muertos.
En los últimos 20 años, las mujeres han sido negociadoras en procesos de paz importantes en una media del 13% y mediadoras y responsables de la firma final de esos acuerdos en 6%. En 7 de cada 10 procesos de paz, ninguna mujer participó de forma significativa. ¿Existen pruebas reales de que la participación de las mujeres en los procesos de paz tiene un impacto positivo en la resolución de conflictos?
Un estudio ha podido demostrar que cuando las mujeres participan en las negociaciones de paz como mediadoras o responsables, el riesgo de recaída en el conflicto disminuye considerablemente y la paz dura una media de 15 años más. Eso me parece una gran evidencia. Otro estudio pudo demostrar que, de nuevo, cuando las mujeres participan de forma significativa en las negociaciones de paz, también se incluye a otros grupos marginados. La paz en Colombia es un buen ejemplo de ello: las mujeres insistieron en que se les permitiera participar en las negociaciones de paz, incluso del lado de las FARC. Gracias a sus esfuerzos, se negoció un acuerdo de paz que se considera el más inclusivo de la historia. En ella, el gobierno reconoció la importancia de resolver las desigualdades de género para garantizar la paz a largo plazo. También estipuló que hay que garantizar los derechos de las mujeres en las zonas rurales, mejorar la participación política general de las mujeres y proteger los derechos de las víctimas de la violencia sexual.
Usted ha ha mencionado antes que la guerra de Rusia contra Ucrania también tiene que ver con la democracia y la igualdad de género. ¿Puede explicarlo con más detalle?
Putin ha hablado regularmente de los valores tradicionales rusos en sus discursos desde al menos 2009. Esos valores propios, promovidos entre otros por la Iglesia Ortodoxa Rusa, son totalmente incompatibles con los «valores occidentales» y deben ser protegidos. En el proceso, surgió una especie de nueva doctrina estatal y el feminismo fue declarado un peligro. Esa idea llegó a tal punto que en 2013 el Consejo de Seguridad de Rusia, máximo órgano de la política de seguridad, declaró que el país necesitaba una estrategia de defensa moral frente a la propaganda del feminismo y los conceptos morales occidentales.
Y eso, a su vez, hizo que el feminismo y la justicia de género fueran declarados algo ajeno y amenazante.
Esa misma doctrina de Estado permitió posteriormente a Putin presentar el conflicto con Ucrania como un teatro de su lucha cultural con Occidente. Porque Ucrania, a sus ojos, estaba prácticamente ocupada por el pervertido Occidente. Y si esta evolución continuaba, solo harían falta unos años más para que la manía del género llegara también a Rusia. Así que, de repente, la invasión se convirtió no en una guerra de agresión sino en un ataque preventivo y se restó importancia a la agresión militar real. Lo que es absurdo.
En esa supuesta «guerra de valores», Putin también recibe el apoyo de numerosos países del mundo, así como de algunos partidos conservadores de Europa. ¿Cree que Europa puede ganar este conflicto ideológico?
Es una pregunta difícil, y para mí el quid de la cuestión en este momento. Usted ha dicho, con razón, que algunos partidos y movimientos de la derecha europea se están sumando. También hay algunos partidos conservadores estatistas que presentan esa ideología de género demonizada por Putin como una gran amenaza. Pero en realidad sería importante que los políticos estatistas, que son absolutamente fundamentales para nuestras democracias, se dieran cuenta de que están tocando la misma bocina con esa narrativa y que nuestra amenaza no es la justicia de género y el movimiento antirracista, sino el debilitamiento de la democracia. Y que, por el bien de la democracia, hay que reforzar los derechos humanos.
¿Cuál es la relación entre democracia, igualdad y paz, cuál es la causa y cuál el efecto?
En el pasado, siempre hemos asumido que la democratización debía venir primero y que luego vendría la igualdad en algún momento. Por ello, en muchas revoluciones, las mujeres fueron excluidas. Hoy sabemos que las revoluciones, es decir, el derrocamiento de las autocracias, son mucho más eficaces cuando participan las mujeres. Un estudio que se publicará próximamente muestra que cuanto más inclusivos son los movimientos de reforma, mayor es la probabilidad de desarrollo democrático. Y eso también demuestra por qué Putin está tan explícitamente en contra del feminismo.
¿Se puede apoyar la democracia y la igualdad de género en otros países sin interferir en los asuntos internos, sin practicar el imperialismo cultural?
En primer lugar, hay que abandonar la idea de que el feminismo y los derechos humanos son un concepto occidental. La justicia y el feminismo son valores universales. Si caemos en el relativismo cultural, eso es extremadamente peligroso. Sin embargo, es importante la sensibilidad a las condiciones imperiales. Al fin y al cabo, las acusaciones provienen de las culturas que hemos oprimido. Pero en ningún caso debemos seguirle el juego a los autócratas. Por eso es importante reforzar el papel de los defensores locales de los derechos humanos que defienden la igualdad. Ellos son los que mejor saben cómo lograr la justicia en su sociedad. Ellos deben tomar la iniciativa, nosotros solo debemos apoyarlos. Los socios de la mediación internacional también pueden señalar repetidamente la importancia de la participación de las mujeres en las negociaciones, apoyar los procesos paralelos de la sociedad civil feminista y transmitir sus demandas a la élite negociadora.
Reforzar la igualdad es una de las piedras angulares de la política exterior suiza. Con su puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU a partir de 2023, ¿qué puede y debe hacer Suiza a este respecto?
Por ejemplo, sería importante que Suiza contara con la participación de mujeres activistas de Ucrania en el Consejo de Seguridad y, en general, que incluyera la igualdad de género en el orden del día del Consejo de Seguridad. El Ministerio de Asuntos Exteriores también debería garantizar que más mujeres se conviertan en diplomáticas. Pero no todo es superficial. Kristina Lunz lo dijo una vez muy bien: no se trata de traer mujeres a la mesa, sino de reconstruir la mesa. Y eso es, por supuesto, un reto difícil.
Otro campo de acción es el derecho internacional: que los enfoques feministas se lleven a cabo en la Corte Penal Internacional o en las fiscalías: por ejemplo, en la definición de la violencia o en cómo se presentan las pruebas en los casos de violación o cómo logramos las reparaciones después de los conflictos. Una palabra clave en este caso serían los tribunales de mujeres, donde las víctimas de la violencia sexual pueden denunciar lo que han vivido, ser escuchadas y tener así una sensación de justicia. Allí se pueden reconocen los delitos como tales. Aunque no hay castigo, la llamada justicia curativa contribuye significativamente a la reparación. Eso supondría una transformación bastante radical de la política de seguridad, al menos en lo que respecta a las guerras.
Editado por Marc Leutenegger
Texto adaptado del alemán por Carla Wolff
Vídeo adaptado del alemán por Patricia Islas
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