La Zona Verde de Kabul, un búnker que se extiende
Un laberinto de muros de hormigón, focos y retenes forman la Zona Verde de seguridad en Kabul que devora la capital afgana extendiéndose cada vez más, al contrario de la de Bagdad, reabierta desde junio a la población.
Señal de vuelta a una normalidad relativa tras años de conflicto desde la caída de Sadam Husein en 2003, se derribaron casi 30 km de muros de hormigón y los ciudadanos pueden acceder a 600 calles del centro de la capital iraquí.
Es poco probable que esto vaya a suceder a corto plazo en Kabul, uno de los lugares más peligrosos de Afganistán, donde los talibanes y el grupo Estado Islámico (EI) multiplican los atentados.
El número de atentados se ha reducido considerablemente durante los últimos meses, mientras Estados Unidos y los talibanes negocian un acuerdo para poner fin a la crisis. Pero esto no significa que el país sea más seguro. Por eso la Zona Verde, que abarca actualmente una superficie de 2 km2, está creciendo.
Se expandirá sobre todo «en dirección al aeropuerto», afirma una fuente de seguridad que pidió permanecer en el anonimato. Las obras, iniciadas entre final de 2017 y comienzo de 2018, «van a un ritmo muy lento» porque hay que destruir «cientos de parcelas» y realojar a sus propietarios, añade.
Varios altos cargos consultados por la AFP se han negado a pronunciarse sobre el tema.
– Embajadas y palacio presidencial –
La Zona Verde de Kabul está bunkerizada, rodeada por kilómetros de muros de contención, bloques de hormigón armado de 50 cm de ancho y hasta seis metros de alto.
Verde es el color usado en el vocabulario relacionado con la seguridad para señalar que la situación está calmada. Por oposición, el resto de la ciudad es claramente roja.
La Zona Verde se creó en 2001 después de la caída de los talibanes, a los que una coalición liderada por Estados Unidos expulsó del poder. Alberga a la mayor parte de las embajadas, el cuartel general de la OTAN, el palacio presidencial y el ministerio de Defensa. Muchos políticos importantes viven en ella.
Los helicópteros la sobrevuelan todo el día. Los mandos militares y el personal de las embajadas sólo acuden por aire al aeropuerto, situado a menos de cinco kilómetros, por miedo a atentados.
Pese a ser considerada «verde», esta zona no se ha librado de ataques. El más sangriento, en mayo de 2017, causó al menos 150 muertos y 400 heridos.
Desde entonces se aplican nuevas medidas de seguridad «en el interior y en los alrededores de la Zona Verde», afirma la fuente de seguridad.
Antes de acceder a la ciudad, y potencialmente a la Zona Verde, los camiones deben pasar a través de un nuevo escáner cercano al aeropuerto, según un responsable, que evalúa su coste en 300 millones de euros (337 millones de dólares).
– «Kabul afeada» –
«La última vez que conduje mi taxi fue bajo el régimen talibán», recuerda Shir Mohamad, de 48 años.
Sólo una parte ínfima de la población está autorizada a entrar en este barrio atrincherado. El personal cachea a todo el que entra y los vehículos son escaneados. Sólo los todoterrenos con matrículas diplomáticas pueden desplazarse por la mayor parte de este sector dividido en distintos niveles de seguridad.
Desde hace 17 años, los habitantes de Kabul tienen prohibido entrar en el centro de su ciudad y la Zona Verde corta en dos el barrio Wakir Akbar Khan, otrora residencia de las familias acaudaladas.
Además los puestos militares de control provocan atascos a determinadas horas del día.
La reapertura de los accesos «reduciría considerablemente la presión del tráfico en la ciudad», afirma Shir Mohamad, el taxista.
Shukrulá Khan, otro habitante, espera impacientemente el día en el que «la Zona Verde reabra al público». Los «muros antiexplosión» -dice- «desfiguran a Kabul, que se ha vuelto fea».
Una fealdad que el ayuntamiento intenta ocultar pintándolos con frescos de artistas. Odas a la libertad y al arte, justo lo contrario de lo que representa la Zona Verde, una ciudadela triste en un país en conflicto.