Los kurdos de Siria encuentran en Irak un refugio frente a la sangre y las balas
Podía haber sido una tarde normal, tranquila y en familia. Pero de repente escucharon el rumor de que los turcos llegaban y «cinco minutos después se oyeron los primeros disparos». Zueida y su familia huyeron, prácticamente con lo puesto, de Siria al Kurdistán iraquí.
Como ella, cerca de mil kurdos sirios han encontrado refugio al cruzar la frontera, lejos de la «sangre» y de los disparos, desde que la semana pasada Turquía lanzó su ofensiva contra milicia kurda de las Unidades de Protección Popular (YPG), que fue la aliada de la comunidad internacional en la lucha contra el grupo yihadista Estado Islámico.
Uno de los objetivos de la operación de Ankara en el norte de Siria es Ras al Aín, la ciudad de Zueida, justo en la frontera turca.
«Todo estaba en calma y de repente escuchamos que iba a haber ataques. Salimos de casa y cinco minutos después vimos volar los cohetes», recuerda esta mujer, que no quiere dar su nombre completo, haciendo referencia a la tarde del 10 de octubre.
Y rápidamente, junto a su marido y sus hijos, se lanzó a la carretera, llevando solo algunas bolsas de pertenencias. Se dirigieron a la frontera con Irak, situada a unos 200 kilómetros.
Después de caminar durante cuatro días, la familia llegó a su destino. Fue escoltada hasta los autobuses fletados por las autoridades del Kurdistán iraquí y se instaló en un campo de desplazados en Bardarach, cerca de la frontera.
– Mujeres, niños y sangre –
En el camino, «la gente huía, los niños eran alcanzados por las bombas, las mujeres dormían en las calles». «Vimos un derramamiento de sangre ante nuestros propios ojos», cuenta Zueida.
La mujer está preocupada por el resto de la familia cuya suerte ignora. «Huimos bajo los bombardeos, no tenemos ni teléfono ni nada», dice.
Más de 800 kurdos sirios que huyeron de la ofensiva militar llegaron en los últimos días a campos iraquíes de esta zona, como el de Berdarach, donde las autoridades kurdas iraquíes los reciben y les dan alimentos.
Rosin Omar también huyó de Ras al Aín, donde los milicianos kurdos intentaban frenar el avance del ejército turco, apoyado por milicianos sirios.
«En Ras al Aín, la situación era insostenible. Oíamos disparos, cohetes, y teníamos mucho miedo», dice a la AFP esta kurda de 29 años, instalada también en Bardarach.
Varias decenas de civiles murieron y más de 300.000 personas fueron desplazadas desde el 9 de octubre, según el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos (OSDH).
Pero Turquía está decidida a seguir adelante con su operación, frente a viento y marea, hasta instaurar «una zona de seguridad» en el norte de Siria, con el fin de alejar a las YPG de la frontera.
– «¡Ayúdennos»! –
Y en medio esta explosión de violencia, Rosine Omar teme a todas las fuerzas implicadas en el conflicto sirio: las tropas kurdas, sus apoyos sirios, las fuerzas del régimen sirio y las «células dormidas» del grupo yihadista Estado Islámico (EI).
«Teníamos miedo que el EI viniera a ocuparnos. Hemos preferido irnos porque teníamos que sacar a nuestros hijos de esta guerra», dice.
Salvar a sus hijos era también la única idea en la mente de Zanjabil, natural de la ciudad siria de Afrin, cuando pagó a traficantes de personas para poder llegar al Kurdistán iraquí.
Hace un año y medio había salido de Afrin «bajo las bombas turcas» para refugiarse en Hasaké, más al oeste. Con esta nueva ofensiva, huyó de nuevo, pero está vez dirección el Kurdistán iraquí, hasta que llegó a Bardarach.
«Hemos visto niños destrozados por las bombas» en el camino, cuenta esta mujer, que tampoco tiene noticias de su padre y hermanas, que se quedaron en Afrin.
«¿Hasta cuándo va a durar el éxodo permanente? Los kurdos ya no pueden más: no hemos declarado la guerra a nadie. Siempre nos bombardean los demás. Los países europeos nos tienen que ayudar. Alguien nos tiene que ayudar urgentemente».