Médicos Sin Fronteras, una saga de cincuenta años de emergencia, rebelión y sueños
Tenían 20 años, la cabeza llena de sueños y la ambición de curar el mundo. En la vorágine surgida tras el movimiento estudiantil de mayo de 1968 en Francia, un pequeño grupo de médicos recién salidos de la facultad descubre los horrores de la guerra civil en Biafra.
«Fue una conmoción», dice Bernard Kouchner. «Los heridos llegaban por la noche a nuestro hospital cuando paraban los bombardeos. Operábamos en cadena por la noche, eligiendo entre aquellos que podíamos salvar y aquellos que iban a morir. Nunca lo olvidaré…», cuenta.
Médicos Sin Fronteras (MSF) nace en 1971 de esta experiencia y de la voluntad de un puñado de jóvenes idealistas como él, que deciden llevar auxilio a las poblaciones más vulnerables en todo el planeta. Inventan el término emergencia humanitaria.
Su epopeya se escribe al ritmo de terremotos, hambrunas, epidemias y conflictos que desgarran el mundo.
Son cincuenta años de misiones y de rebelión, recompensados con el premio Nobel en 1999 y marcados por rupturas y polémicas que hacen hoy en día de MSF una institución tan inclasificable como imprescindible. Y una fantástica aventura humana.
«De un sueño hicimos una epopeya», se admira aún a los 83 años Xavier Emmanuelli, uno de los más veteranos de la oenegé. «Vi cómo un pequeño grupo de hombres fanfarrones pero geniales se transformaban en algo reconocido en el mundo entero».
– Caos en Biafra –
El sueño comenzó con una pesadilla.
En 1968, los combates hacen estragos en Biafra entre los rebeldes secesionistas de esta provincia nigeriana y el ejército gubernamental. Las bombas matan civiles y el bloqueo de las autoridades los mata de hambre.
En París, algunos médicos respondieron a un pedido de ayuda al Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Entre ellos Bernard Kouchner, exjefe de la Unión de Estudiantes Comunistas, y Max Récamier.
En Biafra, se hunden en el infierno de los combates y en una hambruna que mata por centenares de miles a hombres, mujeres y niños.
«Los niños morían en masa porque el ejército bloqueaba el abastecimiento», recuerda el doctor Kouchner, de 81 años. «Denunciar esa situación era nuestro deber como médicos».
Con su colega Récamier, Kouchner, que luego sería ministro francés, decide romper el pacto de silencio firmado con el CICR y exponer la realidad del conflicto. «Biafra: dos médicos dan su testimonio», titula el diario francés le Monde en noviembre de 1968. La prensa internacional finalmente se moviliza y las imágenes de niños negros muriendo de hambre invaden las pantallas de televisión.
Curar y dar testimonio. Fue el nacimiento del trabajo humanitario moderno.
– «Improvisar» –
MSF es creado tres años más tarde, en diciembre de 1971. «Encontramos el nombre una noche mientras fumábamos y bebíamos» recuerda Xavier Emmanuelli, por entonces médico en la marina mercante. «Dije: ‘necesitamos totalmente la palabra médicos dentro del nombre’. Y luego agregamos sin fronteras. Porque éramos personas que cruzábamos fronteras».
Los inicios de la asociación fueron difíciles.
Sin apenas medios materiales, la recién creada oenegé sirve en un principio de cantera de personas con buena voluntad. Una campaña de publicidad en 1977 logra que su nombre se instale. «Crecimos con los medios y la televisión», resume Xavier Emmanuelli. Pero en el terreno, las primeras misiones están marcadas por las complicaciones.
Cuando desembarca lleno de entusiasmo en Tailandia en 1975 en los campos de víctimas del régimen camboyano de los Jemeres Rojos, el joven doctor Claude Malhuret se desilusiona rápidamente.
«Era terrible. No teníamos nada». Había que arreglárselas para todo. Para recuperar material, para instalar el campamento, para tener medicamentos, incluso para comer», recuerda.
«Cuando volví a París, lo conté todo. Los traté de asesinos, por enviarnos de misión así, sin nada…», cuenta el senador, de 71 años. «Fue un poco excesivo, pero sacudió a todo el mundo. No se podía seguir improvisando», agrega.
– «Cisma» –
La tensión crece en la dirección de MSF. Los «biafreños» quieren seguir siendo un pequeño grupo de amigos, en modo «comando» y se pelean con los «nuevos», dispuestos a crecer.
El «barco a Vietnam», en 1979, va a enfrentarlos para siempre. El entonces presidente de MSF, Bernard Kouchner, moviliza a la élite intelectual de París – comenzando por los filósofos Raymond Aron y Jean-Paul Sartre- para alquilar un buque encargado de recuperar en el mar de China a los refugiados que huyen la dictadura comunista de Hanói.
Los «nuevos» de MSF se irritan por este activismo mundano y durante una asamblea general lo dejan en minoría. Kouchner da un portazo y se va para fundar Médicos del Mundo (MDM).
Cuatro décadas más tarde, las cicatrices del «cisma» siguen abiertas.
«Una triste disputa por poder», según Kouchner, exministro francés de Relaciones Exteriores (2007-2010). «Estuve muy enojado con ellos».
«Tenía el descaro y sobre todo las ganas de convertirse en alguien importante», lo critica Xavier Emmanuelli, exsecretario de Estado para la Acción Humanitaria. «Nos sirvió, al principio. El principito de los medios de comunicación. Pero MSF a la manera de Kouchner era pura palabrería».
«Ellos, los viejos, se iban al lugar para hacer sonar la alarma, esperando de que los otros les siguieran», afirma también Rony Brauman, que en la época era un joven médico de tendencia maoísta de la oenegé. «Nosotros, la joven generación, queríamos una acción seria, medios y resultados».
MSF entra entonces en la era de la profesionalización.
«Para crecer necesitábamos dinero. Viajé a Estados Unidos a aprender el ‘fundraising’ (captación de fondos)», recuerda Claude Malhuret. «Como éramos los primeros en hacerlo en Francia, nos llevamos todo».
– «French Doctors» –
Apoyados por la independencia que le ofrece ese financiamiento privado, MSF ya no duda en denunciar.
«Su modelo se desarrolló contra el principio de neutralidad y respeto de la soberanía de los Estados defendido por el CICR», analiza el abogado Philippe Ryfman, especialista del sector humanitario. «Hacen uso de la palabra para movilizar a la opinión pública».
En nombre de los derechos humanos, los «zurdos» arrepentidos de MSF denuncian los excesos de los regímenes comunistas en Camboya.
Sus misiones clandestinas ante los rebeldes afganos en guerra contra la ocupación soviética y ante las poblaciones dan un renombre mundial a los «French Doctors».
«Éramos los únicos en ver los efectos de la guerra», explica Juliette Fournot, coordinadora de las misiones de la oenegé en Afganistán hasta 1989.
Todos los días amputaban a niños y curaban a agricultores quemados con napalm. «Brindar testimonio fue muy importante, aún hoy en día los afganos se acuerdan de nosotros», asegura.
La oenegé causa revuelo en 1985 en Etiopía. «Nuestros centros de distribución alimentaria se convirtieron en una trampa», recuerda la doctora Brigitte Vasset. «Servían a las autoridades para identificar a los refugiados para transferirlos por la fuerza hacia el sur y despoblar las zonas rebeldes».
¿Había que hablar o callarse? Ante la prensa, Rony Brauman decide denunciar al gobierno etíope. MSF es expulsado.
«La ayuda se había convertido en un instrumento en manos de un régimen criminal del que no queríamos ser cómplices», justifica. «Decir que el dinero que enviábamos a los hambrientos servía para matarlos (…) nos costó muchas críticas».
– Derecho de injerencia –
Corriendo el riesgo de parecer arrogante, MSF ya no duda en hacer oír su voz y denunciar las distorsiones del sector humanitario.
Tras la primera guerra del Golfo, los kurdos de Irak son masacrados por el régimen de Sadam Husein. MSF corre en su ayuda y denuncia una masacre. En 1991, el Consejo de Seguridad de la ONU autoriza una operación militar occidental para auxiliar a los desplazados y protegerlos de su gobierno, algo nunca visto hasta ese momento.
Por entonces secretario de Estado, Bernard Kouchner saluda los inicios de un «derecho de injerencia humanitaria». MSF se preocupa y critica la mezcla de lo humanitario con lo militar.
La controversia se prolonga un año más tarde en Somalia, escenario de una guerra civil y de una terrible hambruna. Bajo mandato de la ONU, las tropas estadounidenses y los cascos azules desembarcan en Mogadiscio para garantizar la seguridad de la distribución de alimentos. Bernard Kouchner participa con una bolsa de arroz al hombro.
Ante esta situación, Rony Brauman denuncia la «trampa» de una operación en la que soldados «matan bajo el estandarte de la ayuda humanitaria».
Sin embargo, a veces, MSF llama a las armas, por ejemplo en 1992 para poner fin a los excesos de los milicianos serbios de Bosnia. Y dos años más tarde para frenar el genocidio de los tutsi en Ruanda.
Cuando llega a la capital ruandesa en abril de 1994, Jean-Hervé Bradol se siente rápidamente desbordado por la magnitud de las masacres.
«Acompañaba los convoyes de la Cruz Roja ruandesa que traían a los heridos (…) Los tutsis eran rematados en las barricadas de los milicianos. Llegábamos a negociar para hacer pasar mujeres y niños, bajo la condición de ir muy temprano por la mañana cuando los milicianos aún estaban dormidos y ebrios», recuerda.
«Todo ocurrió muy rápido en Kigali», continúa el doctor Bradol. «Terminamos comprando un espacio publicitario en (el diario) le Monde para decir que no se frena un genocidio con médicos y que era necesaria una intervención militar internacional. Nunca habíamos hecho eso».
La denuncia de la situación en los campos de refugiados ruandeses en el vecino Zaire y los excesos de las nuevas autoridades en Kigali costarán a MSF hasta 1997 las críticas de la ONU y otras oenegés.
– Premio Nobel –
La consagración llega con el premio Nobel de la Paz en 1999. La recompensa sirve para financiar una campaña de acceso a tratamientos de enfermedades tropicales y del sida, uno de los nuevos sectores de acción.
Hoy en día, la pequeña asociación se ha convertido en un gigante. Bajo el paraguas de MSF-Internacional, las 25 secciones nacionales emplean a 61.000 personas, de las cuales 41.000 están desplegadas en el terreno en un centenar de operaciones en unos 75 países.
Con un presupuesto anual mundial de 1.600 millones de euros (unos 1.940 millones de dólares), procedente en un 99% de fondos privados, MSF actúa en todos los frentes.
Desde la lucha contra el ébola en África hasta la ayuda a los desplazados por la guerra civil en Yemen, pasando por el rescate de migrantes en el Mediterráneo y la lucha contra el sida en Malasia.
«MSF se convirtió en el indiscutible número uno de la emergencia médica en el mundo», afirma Philippe Ryfman.
La voz de la oenegé da que hablar aún. Como en 2004, cuando MSF se niega a sumarse a una campaña internacional que denuncia, a su entender de manera exagerada, el «genocidio» de las poblaciones de la provincia sudanesa de Darfur desplazadas por la guerra civil.
O en 2005, cuando suspende rápidamente su colecta de donaciones para quienes escaparon del tsunami que arrasó el sudeste asiático, al estimar que la emergencia pasó.
«Reaccionaron como médicos de servicios de emergencias. Pero había aún muchas cosas para hacer en el terreno. El público en general no los entendió», dice Benoît Miribel, exdirector de la oenegé Acción Contra el Hambre.
– Crisis de crecimiento –
El crecimiento de la oenegé suscita también preocupación, incluso en sus propias filas.
«Nos hemos convertido en una gran máquina burocrática, con departamentos que presionan a la gente en el terreno para tener informes y formularios de Excel», lamenta el presidente de la sección Francia, Mego Terzian.
El francolibanés no oculta que echa de menos esa cierta precariedad y espíritu rústico de sus primeras misiones. «Sabíamos lo que teníamos más o menos en el presupuesto y nos las arreglábamos. Hoy en día, el mínimo pedido de dinero tiene que ser firmado por el mundo entero…»
Justamente la internacionalización del movimiento también pesa. «No me hallo en la parte internacional de MSF», murmura Rony Brauman, analista y que sigue siendo miembro de la oenegé con casi 71 años. Nostálgico de cuando todos se conocían en la sección Francia, lamenta que «el peso (de la parte francesa) haya disminuido».
«MSF Francia ya no es dueña por completo de sus decisiones», corrobora Brigitte Vasset. «Pero es un mal necesario porque todo eso nos ha dado medios enormes».
«MSF innovó mucho pero se ha institucionalizado y vive un poco replegado sobre sí mismo», critica Jean-Christophe Rufin, que fue vicepresidente.
– La llama MSF –
«Gracias a sus fondos propios, la oenegé se destaca entre otras, que se convierten en meras oficinas que informan a la Unión Europea, que las financia», analiza este escritor y médico. Pero «los tiempos han cambiado y el sector humanitario está dominado hoy en día por las emergencias internas, el terrorismo, los migrantes, la pobreza…».
¿Cuál es el futuro entonces para MSF? La oenegé celebra los 50 años de su creación y ve cómo la acción humanitaria se transforma.
Los pedidos de ayuda continúan aumentando, pero el acceso a la población se sigue negociando en duras discusiones con las autoridades y la seguridad del personal se vuelve primordial debido al terrorismo yihadista.
«Cada vez más países son capaces de organizar una ayuda de emergencia de gran alcance en caso de una catástrofe natural», dice Mégo Terzian. «¿Seguirá siendo útil MSF? Quizás vamos a evolucionar hacia una fundación que apoyará a las organizaciones locales…», agrega.
En cualquier caso, la oenegé sigue despertando vocaciones.
Apenas terminada su residencia, Fanny Taudière, de 29 años, desembarcó en marzo en el sur de Madagascar, escenario de una gigantesca hambruna.
«Aquí me siento útil», confía la joven médica desde su campamento en Amboasary. «Esto da sentido, intensidad a la vida. Hace vibrar, hay encuentros increíbles, una aventura cada día, incluso si hay días en que nada es fácil».
Ella tuvo claro que quería sumarse a MSF. «Van donde los otros no van, se quedan cuando todo el mundo parte. Y además son libres en sus actos y en sus palabras».
Cincuenta años después, los antiguos colegas hoy enfrentados solo parecen estar de acuerdo en una cosa sobre Médicos Sin Fronteras: su éxito.
«Fue una hermosa creación y no ha funcionado tan mal», admite Bernard Kouchner. «MSF ha perdido algo su lado poético, pero sigue haciendo soñar», afirma Xavier Emmanuelli. «Y eso es lo más importante», concluye.