La guerra que fraguó a Thatcher como Dama de Hierro
Guillermo Ximenis
Londres, 1 abr (EFE).- La guerra de las Malvinas fue un momento decisivo en la carrera política de Margaret Thatcher, que cimentó su imagen de Dama de Hierro al ordenar el uso de la fuerza para recuperar el archipiélago y aprovechó el conflicto para amortiguar las críticas que habían lastrado sus primeros años como primera ministra británica.
A finales de 1981, tras apenas dos años en el poder, Thatcher era la jefa de Gobierno más impopular en el Reino Unido desde la Segunda Guerra Mundial, según las encuestas de la época, e Inglaterra se enfrentaba a disturbios y manifestaciones sin precedentes en décadas.
Sus planes para privatizar industrias, recortar gasto público y reducir la influencia de los sindicatos pasaban factura al Partido Conservador, que veía con preocupación el auge de las formaciones de centro y en cuyo seno se fraguaba ya una de sus recurrentes rebeliones internas para cambiar de líder.
Las apuestas que no otorgaban a Thatcher ni un año más en Downing Street caducaron, sin embargo, con el conflicto bélico. En junio de 1982, tras la victoria británica, la primera ministra era percibida por muchos votantes como un ejemplo de fortaleza y determinación.
Junto con la mejora de las condiciones económicas, la guerra fue uno de los principales argumentos que le permitieron ganar las elecciones en 1983 y, en último término, mantenerse al frente del Ejecutivo hasta 1990.
EJERCER LA «VOLUNTAD DE HIERRO»
Pocos días antes del inicio de la campaña militar, el Foreign Office advirtió a Thatcher de los peligros que acarreaba enviar a la Armada al Atlántico Sur, según ella misma relató en unas memorias publicadas en 1993 («Los años de Downing Street»).
Londres tendría problemas para lograr el respaldo del Consejo de Seguridad de la ONU, de los Estados Unidos y hasta de la Comunidad Europea. También se arriesgaba a que los soviéticos acabaran involucrados en el conflicto, a degradar la imagen internacional del Reino Unido con un comportamiento colonial, así como a crear serios problemas a la comunidad de expatriados británicos en Argentina.
«Todas esas consideraciones eran razonables. Pero cuando estás en guerra no puedes permitir que las dificultades dominen tu pensamiento. Debes mantener una voluntad de hierro para superarlas», reflexiona en sus memorias Thatcher, que, en todo caso, asegura al mismo tiempo que no veía «alternativa» en aquel momento a su decisión.
La primera ministra ordenó el envío de tropas pese a la oposición de algunos de sus asesores cercanos e incluso frente a las dudas de uno de sus aliados ideológicos más afines, el presidente de Estados Unidos Ronald Reagan.
FORTALEZA POLÍTICA REENCONTRADA
Cuando Argentina lanzó el 2 de abril de 1982 su operación para hacerse con el control de las Malvinas, Thatcher era una figura política débil, consciente de que la pérdida definitiva de las islas del Atlántico Sur podía poner fin a su mandato.
La primera ministra reaccionó rápidamente tras la sorpresa inicial y lanzó un mensaje que no variaría hasta el final del conflicto: «Debemos hacer lo que sea necesario para recuperar esas islas», esgrimió Thatcher en una entrevista con el canal ITN el 5 abril.
«No llamemos a esto una guerra, una declaración de guerra es técnicamente distinto», afirmaba entonces la primera ministra, que dos meses y medio después recibió vítores en la Cámara de los Comunes tras anunciar el desenlace de lo que entonces describió como la «batalla de las Malvinas».
«Hemos restaurado, una vez más, el dominio del Reino Unido y hemos hecho que todas las naciones sepan que la soberanía territorial británica será defendida y que nunca más debemos ser víctimas de una agresión», declaró con orgullo la mandataria conservadora ante los diputados.
La victoria inflamó el espíritu patriótico de muchos británicos -el regreso de los soldados congregó a multitudes en el puerto de Portsmouth- e imprimió un nuevo carácter a la imagen de Thatcher que le acompañaría durante el resto de su trayectoria política. EFE
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