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Electrochoque: el regreso de la neuroestimulación a la psiquiatría

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La estimulación magnética transcraneal, inventada en 1985, consiste en colocar cerca de la cabeza del paciente un dispositivo parecido a una raqueta que emitirá un campo magnético. Dung Vo Trung / Look At Sciences

Ante la falta de avances en el tratamiento de los trastornos mentales, los métodos más antiguos, como las terapias basadas en la electroestimulación, están experimentando un resurgimiento.

Hace dos años, Isabelle*, una mujer de 49 años del cantón de Neuchâtel, había dejado de comer, de dormir y de asearse. En 2018 le habían diagnosticado melancolía, una forma grave de depresión que la llevó a empezar a ingerir un cóctel diario de 15 fármacos que alternaba con una sucesión de estancias en hospitales psiquiátricos. Logró sobrevivir a dos intentos de suicidio.

Hoy, Isabelle es una persona completamente diferente. Tiene un aspecto cuidado, habla con calidez y, aunque le gustaría volver a trabajar, por el momento dedica tiempo a sus hijos y a su pareja, quien la apoyó durante su enfermedad. 

«Nunca pensé que lograría estabilizarme, y menos aún que volvería a ser yo misma», dice. «Gracias a mi terapia he podido empezar a cuidarme y a comunicarme de nuevo».

En sus propias palabras, lo que le «salvó» fue la neuroestimulación, a través de alternativas como la terapia electroconvulsiva (TEC) y la estimulación magnética transcraneal (EMT), que utilizan la electricidad para estimular las neuronas y permiten tratar la depresión, la ansiedad y otros trastornos mentales como la esquizofrenia.  

Isabelle forma parte del 30% de las personas diagnosticadas con un tipo de depresión que no puede ser tratada con antidepresivos. Y como ella, cada vez más pacientes recurren a estos tratamientos como una opción alternativa.

Nada nuevo desde los años 60

Cuando se desarrollaron en la década de 1950, sobre todo en Suiza y Estados Unidos, los antidepresivos fueron revolucionarios. Eran capaces de regular los desequilibrios químicos del cerebro de las personas con padecimientos mentales, ya sea aumentando la serotonina y la norepinefrina (moléculas creadas por las neuronas, que regulan el comportamiento, el estado de ánimo y la atención) o bloqueando las enzimas que descomponen esos neurotransmisores. Los fármacos de la primera categoría, conocidos como antidepresivos tricíclicos, fueron comercializados por primera vez por el laboratorio suizo Geigy -que ahora forma parte de Novartis- y lograron dominar el mercado hasta finales de siglo.

Pero en la década de 1990 apareció una segunda generación de antidepresivos que bloquea la reabsorción de serotonina (ISRS) o serotonina y norepinefrina (IRSN). Y estos fármacos siguen siendo hoy en día el método más usado para atender a pacientes que sufren depresión.

Anne Harrington, catedrática Franklin L. Ford de Historia de la Ciencia en la Universidad de Harvard, asegura que gran parte de la atención de la psiquiatría se centró en los nuevos descubrimientos farmacéuticos desde finales de la década de 1980 hasta el milenio. Pero precisa que ni siquiera Suiza, conocida siempre como un centro de innovación farmacéutica, consiguió descubrir medicamentes que aportaran algo distinto a lo que ya ofrecían los ISRS conocidos, como el Prozac, el Zolof y el Lexapro.

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«Uno de los hechos más sorprendentes de la historia del tratamiento en el sector de la salud mental es que, en el ámbito de los fármacos, no ha habido ningún nuevo avance radical desde los años sesenta», afirma Harrington.

En la década de 2010, la investigación se estancó, las patentes de propiedad intelectual ya no se aplicaban a los antidepresivos populares y las empresas farmacéuticas decidieron abandonar la neurociencia y el espacio de la salud mental Enlace externoen busca de «horizontes más rentables», afirma.

El gigante farmacéutico británico GlaxoSmithKline (GSK) redujo su trabajo de investigación y desarrollo (I+D) dedicado a la depresión y la ansiedad en 2009. Pfizer anunció que reduciría significativamente su investigación en neurociencia en 2011, y Novartis bajó la cortina de su unidad basiliense de investigación en neurociencia en 2012.

«La psiquiatría no cumplió sus promesas a nivel internacional», afirma Harrington. Pero esto también abrió un nuevo espacio para el redescubrimiento de tratamientos que habían sido asociados a una «historia oscura», añade.

El retorno de la TEC 

En 1938, la dietilamida del ácido lisérgico (LSD), una de las drogas psicodélicas más potentes, pudo sintetizarse en un laboratorio de Sandoz en Basilea, pensada originalmente como posible fármaco reparador. Ese mismo año, se desarrolló en Italia la TEC para tratar enfermedades mentales graves, y Suiza se convirtió en uno de los primeros países en proponer la terapia en 1939. Ambas terapias podían alterar la química cerebral y ayudar a tratar a los pacientes que sufrían trastornos psiquiátricos, pero el LSD -y los psicodélicos desarrollados posteriormente- se dejaron de lado porque empezaron a considerarse como drogas recreativas. Simultáneamente, el tratamiento eléctrico se asociaba con el control violento de los cuerpos, como se describe, entre otros, en el libro y posterior película, One Flew Over a Cuckoo’s Nest (Alguien voló sobre el nido del cuco).

Una percepción que persistió hasta hace poco tiempo.

Pero ahora, no sólo ha aumentado la disponibilidad de la TEC, considerando que durante los últimos 10 años cuatro de los cinco hospitales universitarios de Suiza han reabierto sus salas para ofrecer este tipo de tratamientos, sino que también el número de pacientes va en aumento, hubo 398 personas tratadas con TEC en 2023 frente a 228 en 2019. En toda Europa existen variaciones regionales, debido a las diferencias culturales y económicas.

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Aunque se observó un ligero aumento en el Reino UnidoEnlace externo, Alemania Enlace externoy España, las cifras siguen siendo bajas en Europa del Este (con menos de 0,1 pacientes por cada 10.000 habitantes en múltiples paísesEnlace externo) y existe una prohibición total de utilizar la TEC en Eslovenia desde 1994. En ItaliaEnlace externo, el psiquiatra Franco Basaglia lideró un movimiento para cerrar los centros psiquiátricos en la década de 1970 y sólo nueve de los 145 centros de salud mental ofrecían TEC en este país en 2017.

«La TEC no lo cura todo, pero es fascinante porque tiene una eficacia bastante amplia: se puede tratar la depresión, la manía, la esquizofrenia», afirma Annette Brühl, doctora en jefe y subdirectora de la clínica de adultos de las Clínicas Psiquiátricas Universitarias de Basilea (UPK).

Brühl ha atestiguado un repunte en el uso de la TEC desde 2016, año en el que aún trabajaba en el Centro de Depresión del Hospital Universitario de Psiquiatría de Zúrich (PUK). Ahí se derivaban pacientes de toda la región y el tiempo de espera para tener acceso a un tratamiento era de seis meses. En 2020 se incorporó a la UPK y dirigió el relanzamiento de los tratamientos con TEC en las clínicas, que se habían abandonado en los años setenta por falta de popularidad y la esperanza de sustituirlos por medicación.

Este procedimiento se liberó del efecto dramático que tenía el siglo pasado. Ahora, a las personas que son sometidas a la TEC se les colocan electrodos en la frente, y luego reciben descargas eléctricas que duran entre cuatro y ocho segundos, estas les provocan una convulsión de uno o dos minutos que permite la circulación de los estímulos eléctricos. Pero este procedimiento médico se realiza en un entorno mucho más seguro, las personas reciben oxígeno, relajantes musculares y una anestesia completa con una duración de 10 minutos para que los efectos secundarios sean mínimos.

«Menos dañino que un cabezazo» 

Aunque Brühl afirma que este procedimiento es incluso «menos dañino para el cerebro que cabecear un balón de fútbol», sus detractores afirman que prevalecen los riesgos. Les inquieta particularmente el potencial efecto de largo plazo que la TEC puede tener sobre el tejido cerebral y la memoria. «Hay un lapso en el que la memoria no funciona correctamente. Eso es cierto, pero no es algo permanente», afirma Brühl. Aunque «el alcance de los efectos secundarios a largo plazo es controvertido», las investigaciones muestran que los efectos secundarios más comunes son confusión, dolores de cabeza, náuseas y pérdida de memoria.

Bettina*, residente del cantón de Zúrich, se sometió a 17 sesiones de TEC en la UPK entre 2014 y 2015 para recuperarse de una depresión que no era posible controlar con tratamientos. Hoy toma litio, un fármaco estabilizador del estado de ánimo, que se utiliza principalmente para tratar el trastorno bipolar. También continúa con la psicoterapia y se considera una persona sana. Admite, no obstante, que sus recuerdos durante los cuatro meses que se sometió a las sesiones de TEC están desdibujados en su mente.

«La pérdida de memoria durante este periodo fue muy fuerte y a veces no recuerdo quiénes son las personas que conocí durante la terapia, pero de todos modos fueron momentos tristes», dice. «Lo más importante es que aún puedo trabajar, tocar el piano y hablar tres idiomas con fluidez».

Además de su trabajo, Bettina se ha dado a la tarea de sensibilizar a la opinión pública sobre este tratamiento ofreciendo charlas a estudiantes de medicina.

«Tras mi primera sesión de TEC, por fin sentí algo emocionalmente después de un año sin poder llorar, reír ni sentir nada. Era como una zombi», dice. «Me alegró mucho descubrir la TEC porque no tenía nada que perder por probarla».

A Isabelle, la paciente del cantón de Neuchâtel, también le dijeron que la TEC era una de las últimas opciones que restaban para tratar su caso de melancolía. Pero su experiencia con la TEC no fue la más positiva. Dice que su equipo médico le recomendó 75 sesiones en un plazo de un año, con la esperanza de mejorar, pero esto no sucedió y a cambio le dejó lagunas de memoria, una hernia discal y dientes flojos.

Terapia TMS 

Lo que sí agradece Isabelle a la TEC es haberla introducido en el universo de los tratamientos eléctricos y, más concretamente, de la estimulación magnética transcraneal (EMT), o su versión repetitiva (conocida como EMTr), que es un novedoso método de neuroestimulación menos invasivo y conocido. 

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Los tratamientos de EMT se adaptan a la afección y a la persona. Desde la pieza negra del dispositivo se emite un campo magnético que llega directamente a la cabeza de la persona tratada. Aylin Elci / SWI swissinfo.ch

La terapia, inventada en 1985, consiste en colocar un dispositivo parecido a una raqueta cerca de la cabeza de la persona que será tratada para que emita un campo magnético perfectamente focalizado.

Los tratamientos varían en función de la afección y pueden durar hasta una hora, lapso en el que el aparato emitirá estímulos de aproximadamente un minuto en secuencias con intervalos regulares.

El tratamiento puede ayudar con trastornos mentales resistentes a los tratamientos convencionales, como la depresión, los trastornos obsesivo-compulsivos graves, la esquizofrenia, el trastorno bipolar, las adicciones y las dependencias. En neurología, se ha aprobado clínicamente para tratar el dolor neuropático crónico, la rehabilitación después de un ictus, el mal de Parkinson y también la migraña, explica Indrit Bègue, profesora adjunta del Departamento de Psiquiatría del Hospital Universitario de Ginebra (HUG), que fue el primer establecimiento médico que propuso este tratamiento en Suiza en 2003.

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Antes de iniciar un tratamiento de EMT, el personal médico determina la zona de la cabeza que será estimulada. Mide el cráneo y marca minuciosamente en un gorro de cada paciente las zonas específicas que recibirán el campo magnético. Aylin Elci / SWI swissinfo.ch

Al igual que la TEC, la eficacia de la EMT «se sustenta en la plasticidad sináptica, que es la capacidad del cerebro para modificar sus conexiones en respuesta a estímulos repetidos», explica Bègue. En 2020 se registraron 60 pacientes de EMT en Suiza, una cifra que aumentó a 398 en 2023, según la Oficina Federal de Estadística (OFS).

No es barato 

Los tratamientos basados en la electricidad son costosos. Una sesión de terapias electroconvulsivas en la UPK cuesta alrededor de 600 francos suizos (680 dólares) y debe realizarse una decena de veces para que resulte eficaz. Este tratamiento, no obstante, es reembolsado en Suiza y en países como Alemania, España y el Reino Unido.

El Reino Unido es otro de los pocos países europeos que también reembolsa terapias como la estimulación magnética transcraneal cuando se trata de casos de salud mental. En Suiza, en contrapartida, el tratamiento debe ser pagado por la persona que lo recibe. Cada sesión de EMT cuesta unos 350 francos suizos, que no serán reembolsados, y la recomendación es tomar alrededor de cinco sesiones semanales durante un lapso de entre cuatro y seis semanas. Un primer tratamiento tiene, por lo tanto, un costo aproximada de 9.000 francos.

«Suiza va a la zaga (en la adopción de la EMT), en comparación con Estados Unidos, Australia y algunos países europeos como los Países Bajos, lo que se debe preponderantemente a que no hay reembolso, lo que limita el acceso a las clínicas y ralentiza la incorporación de esta terapia a la atención regular», afirma Bègue.

«Me parece inaceptable que este tratamiento sólo esté disponible para quienes pueden permitírselo», afirma Isabelle. «Me siento muy afortunada de poder pagar esta terapia, pero toda persona debería tener derecho a un tratamiento», añade. Ella recibe terapia dos veces por semana en la consulta médica de Fady Rachid, en pleno centro de Ginebra.

Rachid es el presidente de la Sociedad Suiza de Psiquiatría Intervencionista (SGIP-SSPI), organización que reúne a personas profesionales de la neuroestimulación. Hace aproximadamente un año, la SGIP-SSPI solicitó a la Oficina Federal de Salud Pública (OFSP) el reembolso del tratamiento con EMT, y esperan recibir una respuesta en estos meses.

Todo un campo de desarrollo 

«Existe una amplia investigación en este campo y hay un constante desarrollo», dijo Rachid, refiriéndose a la SAINT, que es la Terapia de Neuromodulación Inteligente Acelerada de Stanford, que busca acelerar el proceso de remisión de la depresión utilizando un método de EMT mejorado.

En vez del tratamiento promedio que se realiza actualmente con la EMT, que consiste en sesiones de 40 minutos de estimulaciones de alrededor de un minuto, el protocolo SAINT utiliza estimulaciones de 10 minutos separadas por alrededor de una hora de descanso que se realizan unas 10 veces a lo largo de un día, al final se traducen en tratamientos diarios de más de 10 horas durante un periodo de cinco días. Gracias a los resultadosEnlace externo obtenidos se logró la aprobación por parte de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) y hoy el protocolo SAINT se ha asociado a una tasa de remisión de alrededor del 90 por ciento.

Entre las personas atendidas por Rachid se ha registrado una remisión y una respuesta de 60-70%, al igual que en el caso de su colega Jean-Frédéric Mall, que dice observar incluso una respuesta del 90% en algunos tipos de depresión que trata en su consulta privada ofreciendo tratamientos ambulatorios tanto de EMT como de TEC en Lausana.

«Esto no es medicina alternativa. De hecho, es totalmente lo contrario. Estos tratamientos son científicos, están validados y su eficacia está demostrada», afirma Mall. «Nuestros pacientes suelen sentirse frustrados porque sus psiquiatras no les recomendaron (el uso de estos tratamientos) antes».

*Los nombres verdaderos de las personas entrevistadas fueron cambiados por razones de privacidad.

Editado por Virginie Mangin. Adaptado del inglés por Andrea Ornelas / CW.

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moderado por Aylin Elçi

¿Cómo se tratan las enfermedades mentales en su país? 

En Suiza, cada vez más personas son remitidas a terapias eléctricas o a psicoterapia asistida por psicodélicos. ¿Existen enfoques similares en su país?

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