¿Está Suiza preparada para la agricultura modificada genéticamente?
La moratoria suiza de dos décadas sobre los cultivos modificados genéticamente ha hecho que la ciudadanía se muestre recelosa ante cualquier intento de cultivar este tipo de plantas. Las variedades genéticamente modificadas, no obstante, están arraigando poco a poco en suelo helvético.
A tiro de piedra de un tranquilo barrio a las afueras de Zúrich se cultiva cebada en condiciones de alta seguridad. Y no se trata de una cebada cualquiera, sino de una variedad modificada genéticamente que enfrenta a la ciencia y a la necesidad de aumentar la producción de alimentos con quienes se oponen a este tipo de cultivos.
La variedad Golden Promise es la estrella del primer ensayo llevado a cabo en Suiza de un cultivo cuyos genes se han modificado mediante la tecnología “tijeras genéticas” CRISPR/Cas9. Esta técnica —que recibió el Premio Nobel de Química en 2020— permite eliminar, añadir o sustituir información genética específica de una planta vinculada a determinados rasgos deseables o indeseables.
En el ADN de un cultivo se puede identificar una secuencia que lo hace susceptible a una enfermedad concreta, por ejemplo. Con esta información, se puede crear un ARN especial (mensajeros monocatenarios que transportan instrucciones entre el ADN y la maquinaria celular para fabricar proteínas) capaz de localizar esta secuencia y acoplarle una enzima de corte del ADN para desactivar el gen que hace que la planta sea vulnerable a esa enfermedad. Esta tecnología de tijeras genéticas permite manipular los rasgos de manera más precisa de lo que podría hacerse con el cultivo de plantas convencional. Es también más rápido, ya que, en solo un par de años en lugar de en una década, puede eliminarse un rasgo indeseable —como la vulnerabilidad a las enfermedades— o añadir uno deseable —como la resistencia a la sequía—.
En el caso del ensayo suizo con cebada, mediante la edición genómica CRISPR/Cas9, se pretende desactivar el gen CKX2 que regula la formación de semillas. Este proceso ya lo han utilizado con éxito en Japón para aumentar el rendimiento del arroz. Ahora profesionales del instituto agrícola suizo Agroscope, en colaboración con la Universidad Libre de Berlín, esperan obtener los mismos resultados con la cebada.
“Este método es muy muy preciso si se compara con la reproducción convencional”, afirma Roland Peter, jefe de la división de investigación estratégica del cultivo de plantas de Agroscope. “Aunque con las herramientas actualmente disponibles de fitomejoramiento también podemos inducir mutaciones; es, simplemente, aleatorio. No se puede dirigir, y aquí, por supuesto, podemos dirigirla y afectar solamente a un gen”.
Nuevas fronteras
El ensayo de cebada se está supervisando de manera muy estrecha. A los ojos científicos hay que sumar la valla electrificada que protege el campo donde patrulla un guardia de seguridad junto a un elegante perro guardián malinois. El sitio existe desde 2014, después de que el Parlamento suizo decidiera, el año anterior, financiar una instalación de este tipo, y se creó como respuesta al vandalismo sufrido en el mismo sitio en 2008 por la mayoría de las parcelas de un ensayo de trigo modificado genéticamente.
La normativa suiza trata de igual manera un cultivo modificado genéticamente y el ensayo, aunque técnicamente no son lo mismo. A diferencia de los organismos modificados genéticamente (OMG), la cebada que aquí se cultiva no contiene genes de otra especie. Teóricamente, cualquier rasgo introducido a través de la tecnología CRISPR podría desarrollarse en la naturaleza, pero en mucho más tiempo. La regulación, sin embargo, no ha alcanzado todavía los avances científicos.
“En Europa y Suiza tenemos una ley bastante antigua sobre tecnología genética, y no está adaptada al tipo de cambios que pueden hacerse con estos métodos de edición del genoma. En estos momentos no existe una diferenciación [entre la edición del genoma y la modificación transgénica]”, dice Peter.
Esto significa que quienes se encargan de la investigación —al igual que con los cultivos modificados genéticamente— tienen que solicitar que lo apruebe la Oficina Federal de Medioambiente; un proceso que, si no hay objeciones, puede durar seis meses. Además, hacen falta medidas de contención para garantizar que accidentalmente no se libera fuera del campo experimental.
El Gobierno suizo es reticente a abrir las puertas de la ingeniería genética porque el país se opone a los alimentos genéticamente modificados. Tras una votación en 2005, a los OMG se les impuso una moratoria que solo permitía excepciones para la investigación. Desde entonces, la congelación se ha prorrogado varias veces y está en vigor hasta 2025.
En marzo de 2023, sin embargo, el Parlamento suizo pidió al Consejo Federal un proyecto de ley de consulta para introducir un sistema de aprobación basado en el riesgo para las plantas y semillas desarrolladas mediante tecnología CRISPR. Esto supondrá una excepción a prohibir los OMG, permitiendo ensayos con plantas sometidas a técnicas de ingeniería genética que no contengan genes extraños y que ofrezcan un valor añadido para la agricultura, el medioambiente y las personas. Se espera que el Gobierno presente el proyecto de ley para consulta en el segundo semestre del año, probablemente en septiembre.
El Instituto de Investigación de Agricultura Ecológica (FiBL), con sede en Suiza y uno de los institutos más importantes del mundo en agricultura ecológica, está entre quienes participen probablemente en el proceso de consulta. Este instituto está preocupado por el posible impacto que la edición genética pueda tener en la agricultura ecológica y está elaborando su propio enfoque al respecto.
“Vemos el potencial que la edición genética tiene para ayudar a reducir, a corto plazo, la aplicación de pesticidas sintéticos en la agricultura convencional”, señala Monika Messmer, codirectora del grupo de mejora genética del FiBL, quien añade: “Nos tememos, sin embargo, que el exceso de promesas de soluciones técnicas tan rápidas conlleve el enorme riesgo de que la importante y urgentemente necesaria transformación hacia sistemas agrícolas y alimentarios más sostenibles se posponga todavía más”.
También hay desacuerdo sobre la afirmación de quienes defienden que la edición genética es segura porque produce mutaciones idénticas a las que se producen en la naturaleza. Según Messmer, las modificaciones se basan en la ingeniería genética, que técnicamente interfiere por debajo del nivel celular y no es un proceso natural.
Velocidad del cambio
Mientras Suiza avanza con los cultivos transgénicos al mismo ritmo que el resto de Europa, Estados Unidos, Canadá y Japón van a la cabeza a la hora de adoptar los cultivos transgénicos y ya han aprobado la venta de ciertos productos alimentarios modificados genéticamente. Al aprobar el trigo modificado genéticamente para hacerlo resistente a los hongos del moho, China también se ha unido este año a los países líderes.
A la multinacional agrícola Syngenta le gustaría que Suiza se pusiera al día. Esta empresa con sede en Suiza —y que en 2017 compró el grupo estatal chino ChemChina— está aplicando la modificación genética a sus propias variedades híbridas, centrándose en cultivos en hileras, como el maíz y la soja.
“Editar el genoma es más fácil, rápido y barato que los esfuerzos de modificación genética anteriores”, ha reconocido a SWI por correo electrónico una persona en nombre de la empresa. “El proceso HI-Edit patentado por Syngenta, por ejemplo, permite modificar cultivos en varias fases del proceso de investigación y desarrollo de semillas. Lo cual es importante, ya que permite que los programas de mejora existentes respondan a los cambios climáticos y a las presiones de las plagas en un plazo más corto”.
Syngenta anunció en junio que iba a compartir de manera gratuita con el mundo académico los derechos de sus tecnologías de edición y mejora genética para impulsar la innovación agrícola, ampliando así las herramientas a disposición de quienes reproducen plantas.
“La edición del genoma es la alternativa moderna al cultivo cruzado de plantas, del mismo modo que pedir comida a Uber Eats es la alternativa moderna a ir a comer a un restaurante. Las formas tradicionales siguen siendo eficaces para obtener su resultado final (reproducir plantas o llenar el estómago), pero las nuevas opciones que la tecnología impulsa hacen que estos procesos sean más fáciles y convenientes”, dijo la empresa.
A Messmer, del FiBL, le preocupa que la gente no pueda decidir si prefiere el equivalente de Uber Eats o la comida de restaurante, y que el proceso de producción de los alimentos pase a un segundo plano frente a la seguridad del propio producto.
“El proceso de certificación ofrece la garantía de que la manzana etiquetada como ecológica en la tienda ha seguido los principios ecológicos en su producción y procesamiento, tal y como regulan Suiza y la Unión Europea”, afirma Messmer. Según ella, que el proceso para obtenerlo sea transparente es importante tanto para quienes cultivan como para quienes consumen, y que en la cadena de valor los productos se etiqueten como corresponde. “Solo así los agricultores y consumidores podrán elegir las semillas y los alimentos con conocimiento de causa”, añade.
Texto adaptado del inglés por Lupe Calvo / Carla Wolff
Vídeo adaptado del inglés por José Kress
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