Boicotear la minería artesanal de oro no es la respuesta
El paladín de la lucha contra la corrupción, Mark Pieth, considera que Metalor cometió un error al abandonar a los mineros artesanales.
La súbita decisión tomada por la refinería suiza Metalor -uno de los gigantes internacionales de la industria- de prohibir terminantemente a las pequeñas minas de Colombia y Perú la búsqueda de oro resulta una reacción comprensible, dado el creciente horror público que provocan los problemas medioambientales, de derechos humanos y de crimen organizado relacionados con la minería artesanal.
Sin embargo, es también una decisión empresarial miope, o para ser más precisos, deliberadamente ciega.
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Refinería suiza de oro se desliga de mineros artesanales
Es verdad, las condiciones de muchas minas artesanales y de las comunidades aledañas pueden ser terribles y muy peligrosas, especialmente cuando hablamos de minas ilegales que son presa de la delincuencia organizada, y no solo de comunidades mineras tradicionales que realizan una actividad productiva meramente informal.
Yo he visto con mis propios ojos a mujeres manipulando mercurio con las manos y a hombres que trabajan 28 días consecutivos y que viven en condiciones de esclavitud en precarios túneles excavados en las paredes de roca; gente que sobrevive en barrios marginados, conocidos por la violencia armada que padecen y aquejados por la prostitución forzada y el secuestro, como sucede en sitios como La Rinconada, Perú.
Pero (y hablamos de un gran ‘pero’), si otras refinerías siguen su ejemplo, en lugar de comprometerse en la tarea de intentar resolver los problemas que hay, esta política será catastrófica para los 100 millones de personas que hay en mundo cuyo sustento depende de la minería artesanal.
Actualmente, 80% de los mineros trabajan en minas pequeñas que generan exclusivamente 20% de las 3 200 toneladas de oro que se extraen y refinan cada año a nivel global. El 80% de oro restante proviene de las grandes minas industriales pertenecientes a poderosos corporativos, como la estadounidense Newmont Mining o la multinacional canadiense Barrick Gold.
En primer lugar, en términos económicos, es imposible dejar de lado ese 20% de la producción mundial de oro. Si las refinerías responsables rechazan este oro artesanal, este terminará en los calderos de refinerías mal reguladas y que carecen de interés alguno por cumplir reglas, como sucede en países como los Emiratos Árabes Unidos o India.
En segundo lugar, es un error fáctico básico creer que el oro de las minas a gran escala es más limpio que el proveniente de las artesanales.
Diversas ssustancias tóxicas se introducen en las reservas de agua potable y en los principales ríos, cono consecuencias fatales, a través de las llamadas piscinas cianuradas (que explican desastres como el de Baia Mare, en Rumania) o como resultado de los drenajes tóxicos desprendidos de las minas abandonadas. Así, enormes pilas de escombros de desechos contaminados y residuos convierten paisajes en páramos prohibidos.
La apropiación violenta de tierras, cobijada por la corrupción, es también un mal común. En Ghana, existe la palabra galamsey para definir este acto de despejo que ha hecho que los mineros tradicionales hayan sido arrojados a la ilegalidad, ya que han sido desplazados de sus tierras sin ofrecerles ninguna compensación a cambio.
El más reciente libro Mark Pieth lleva por nombre ‘Lavado de oro: los secretos sucios del comercio del oro y cómo limpiarlos’. Ofrece una visión profunda sobre el comercio global del oro, su historia e influencia en nuestra vida cotidiana.
Asimismo, aborda el daño ambiental que provoca y los abusos a los derechos humanos que sigue causando. La obra fue publicada por la editorial helvética Salis en alemán el 19 de junio y lo será en inglés el 28 de junio.
Pero lo más importante es que la propia Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) deploró en su Evaluación de Armonización de Objetivos 2018, el “enfoque de aversión al riesgo sobre el origen (del oro)” de Metalor, del que tan poco le gusta hablar a la empresa. Y también lamentó la forma de “embargo interno” que está ejerciendo contra la minería artesanal. No es difícil entender por qué: esto no resuelve los problemas de los mineros, pero sí les arrebata la única fuente de sustento que tienen muchos de ellos, permitiendo a la refinería simplemente marcar una casilla a su favor, pero haciéndose de la vista gorda con respecto al problema.
¿Qué deberían hacer pues Metalor y otras refinerías de oro responsables con el poder que tienen para transformar a la industria?
Primero, reconocer la magnitud de los problemas existentes y mostrar su voluntad y compromiso para resolverlos y su apoyo para quienes también intentan solucionarlos.
Segundo, señalar claramente cuáles son los terrenos prohibidos. Por ejemplo, el oro proveniente de áreas de conflicto (como Sudán) o extraído por niños (la existencia de menores mineros es algo común en países como Burkina Faso, Níger y Costa de Marfil).
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Y tercero, trabajar de forma conjunta con otras refinerías en la atención del problema de la minería artesanal y ayudar a elevar los estándares de vida de los 100 millones de personas empobrecidas que dependen de esta actividad. Metalor argumenta que la razón por la cual prohibió totalmente la minería artesanal de oro es que era “una forma de cumplir con las normas”. Pero podría, a cambio, realizar auditorías adecuadas y transparentes de rastreo de toda la cadena del oro; para una refinería de este tamaño, este gasto significaría apenas ‘dinero de bolsillo’. Y si varias refinerías participaran en acciones colectivas de este tipo, el desembolso para ellas sería un mero polvo de oro.
Mark Pieth, profesor de Derecho Penal en la Universidad de Basilea, es conocido por sus iniciativas vanguardistas para combatir la corrupción y el lavado de dinero en sus diversas manifestaciones a través de herramientas como la regulación, los monitoreos nacionales, el cumplimiento de reglas, y procedimientos de defensa y arbitraje.
Traducido del inglés por Andrea Ornelas
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