No hay negocio correcto en una guerra equivocada
Las empresas occidentales deberían poner fin a sus relaciones comerciales con Rusia. Es su deber moral actuar como pacificadores a través de sus acciones, afirman renombrados especialistas en ética empresarial de Suiza y Austria.
Hay empresas que rompen sus relaciones económicas con Rusia, retiran los productos rusos de sus surtidores y cierran las instalaciones de producción o las sucursales locales. Entre ellas se encuentran Ikea, Apple, las principales compañías de tarjetas de crédito y Coca-Cola. Otras, sin embargo, como la empresa alimentaria Nestlé o el mayor banco extranjero en Rusia, el Raiffeisen Bank International, continúan sus actividades comerciales en y con Rusia.
El discurso moral estaba mal visto en otros tiempos
Estas empresas no argumentan un interés propio superficial, sino que consideran que tienen una responsabilidad social: por sus propios empleados en Rusia, por un lado, y por la población rusa, por otro. Y, por último, hay un tercer grupo de empresas que son las que no se pronuncian sobre la responsabilidad empresarial.
Entonces, ¿qué es lo correcto? ¿Qué se debe exigir a las empresas desde el punto de vista ético?
El economista Milton Friedman proclamó hace unos 50 años que la responsabilidad social de las empresas era maximizar sus beneficios, y que debían abstenerse de cualquier otro discurso moral. Hoy en día, el debate ha evolucionado, tanto desde el punto de vista académico como en la práctica empresarial.
Así, por un lado, ha prevalecido la idea de que la responsabilidad corporativa no es una especie de ética de la donación que Friedman tenía en mente, sino una tarea sobre el negocio principal de la empresa. No se trata de cómo las empresas gastan sus beneficios, sino de cómo los generan.
Es posible que en una sociedad en quiebra una empresa pueda obtener un beneficio durante algún tiempo, pero difícilmente puede salir moralmente limpio en el proceso.
Hoy en día, las empresas están consideradas también como actores políticos. Durante mucho tiempo, las empresas occidentales han operado en contextos democráticos más o menos funcionales en los que la política controlaba y castigaba los comportamientos moralmente cuestionables. Sólo con la globalización de la creación de valor tras la caída del Muro de Berlín, el argumento de la neutralidad moral en la toma de decisiones de las empresas se desbarató. De repente, los directivos se vieron presionados para justificar sus decisiones ante un público global.
Fin de la neutralidad
Cuando en 1995 el régimen de Abacha en Nigeria hizo ejecutar al poeta Ken Saro-Wiwa por, entre otras cosas, sus acciones de protesta contra el Grupo Shell, Shell reaccionó a las peticiones de ayuda de los activistas de derechos humanos encogiéndose de hombros y aludiendo a su neutralidad política. No obstante, desde la década de 1990 se ha ido tomando conciencia de que las empresas ya no sólo operan en contextos democráticos bien regulados, sino que a veces hacen negocios bajo regímenes represivos. O están presentes en países en los que los dirigentes políticos son demasiado débiles o están demasiado desmotivados para hacer cumplir la legislación aplicable.
Sólo unas pocas empresas multinacionales se atreven hoy en día a referirse con indiferencia a su propia neutralidad en este tipo de situaciones, como hizo Shell en su día en Nigeria.
Puede que sea posible obtener beneficios durante un tiempo en las sociedades en quiebra, pero difícilmente pueden salir indemnes moralmente en el proceso.
Las empresas están en el centro
Este fenómeno ha acontecido en la actualidad. Ante la guerra de agresión de Rusia, la sociedad exige claramente un compromiso de las empresas. Y esta demanda no se limita a las donaciones, ni se limita de forma significativa. Más bien se trata de la propia actividad empresarial. La sociedad apela a la relevancia de las empresas como importantes actores sociopolíticos. Las empresas que no salgan de Rusia se arriesgan a perder su aceptación social.
Puede convenir o no a las empresas, pero están involucradas en la sociedad. Por lo tanto, se les pide que actúen, y, por supuesto, mirar o apartar la vista también es actuar en «complicidad silenciosa» con un Estado que viola los derechos internacionales.
En esta guerra, no se trata de una posición normativa que deja abierto lo que es una acción correcta. La sociedad ya ha decidido sobre esta cuestión, incluso para las empresas: en términos de derecho internacional, política y filosofía moral. Se ha determinado que las sanciones económicas son un instrumento eficaz contra Rusia.
Las empresas son una parte responsable de la sociedad, como los ciudadanos.
De ello se deduce que es éticamente imperativo que las empresas hagan todo lo que esté en su mano, en el ámbito de las directrices sociopolíticas, para poner fin a esta guerra lo antes posible y hacer posible la paz. Para algunas empresas, eso no debería ser sólo una cuestión de aceptación social. No se trata sólo de una cuestión de pensamiento de coste-beneficio ampliado y de preocupación por la reputación. Es responsabilidad y deber moral de las empresas promover la paz con sus acciones.
Cinco puntos de responsabilidad moral
Por supuesto, eso significa cumplir con las sanciones legalmente determinadas. Pero la responsabilidad moral de las empresas va más allá y comprende los siguientes cinco puntos:
- La responsabilidad de las empresas significa adoptar activamente medidas que debiliten económicamente a la Rusia agresora.
- Por lo tanto, el caso normal para toda empresa debería ser la ruptura de toda relación económica en y con Rusia. Algunos ejemplos de ello son la desinversión de participaciones corporativas en empresas rusas, el cierre de instalaciones de producción en Rusia y la renuncia a productos rusos.
- Desde el punto de vista ético, sólo puede haber muy pocas excepciones, como la entrega de medicamentos o los servicios que sirven a la seguridad general de la población, como el mantenimiento de las centrales nucleares. Esta situación puede cambiar en el futuro si, por ejemplo, la población rusa sufre una escasez masiva de suministros en la vida práctica. Sin embargo, por el momento no se plantea esta cuestión.
- Toda excepción requiere una justificación. Posibles razones como la «obligación de abastecimiento» de la población rusa o la pérdida de puestos de trabajo en las sucursales rusas son justificaciones débiles en el mejor de los casos. No tienen peso como una especie de argumento de equilibrio, porque las violaciones de categorías morales fundamentales, como el derecho internacional o la dignidad humana, simplemente no se pueden sopesar. Más bien son la expresión de una «cultura de la excusa» que se puede observar a menudo. Sencillamente, no hay negocio correcto en una guerra equivocada.
- La responsabilidad corporativa no sólo incluye sanciones, sino también un compromiso por parte de las empresas. Esto incluye medidas de amortiguación social para los empleados de empresas occidentales que han sido despedidos en Rusia. Este es precisamente el deber de cuidado del empresario. Puede reflejarse en la ayuda humanitaria a Ucrania, pero también en el suministro de productos y servicios.
Las empresas están ahora llamadas a reflejar en mayor medida su importancia como actores sociopolíticos y a estar a la altura de su papel como ciudadanos corporativos en la práctica. Como ciudadanos, son una parte responsable de la sociedad y contribuyen a solucionar los problemas sociales más acuciantes. Las empresas son actores poderosos, también en la política mundial. Ahora mismo, pueden ayudar a configurar activamente el futuro.
*Thomas Beschorner es profesor de ética empresarial y director del Instituto de Ética Empresarial de la Universidad de San Galo. Escribió este artículo en colaboración con los siguientes coautores: Guido Palazzo, profesor de ética empresarial en la Universidad de Lausana; Markus Scholz, profesor de ética empresarial y gobierno corporativo en la FHWien; Peter Seele, profesor de ética empresarial en la Universidad de Lugano. El artículo se publicó por primera vez en Zeit OnlineEnlace externo.
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