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Libia, el «patio de atrás» de la OTAN que agitan Turquía y Rusia

Mohamad abdel Kader y Javier Martín

Trípoli/Túnez, 13 jun (EFE).- En marzo de 2011, aviones de combate franceses clase Rafale, bajo el mando de la OTAN, bombardearon a las tropas de Muamar al Gadafi y cambiaron así el signo de la revolución en Libia, que comenzaba a perder fuerza y amenazaba con fracasar tras más de un mes de lucha.

La intervención directa de la Alianza Atlántica, impulsada por el entonces presidente francés Nicolás Sarkozy y apoyada por su colega estadounidense Barack Obama, fue esencial para el triunfo, seis meses después, de los diferentes grupos rebeldes.

Diez años después de aquella operación, denominada «Escudo Protector», Libia se ha convertido en el patio de atrás de la OTAN, un Estado fallido, víctima del caos y la guerra civil, en el que Rusia y aliados como Turquía, Francia y Estados Unidos libran una de las múltiples batallas geoestratégicas que marcarán el futuro de África y del codiciado Mediterráneo oriental.

Moscú es el principal socio político, económico y militar del controvertido mariscal Jalifa Hafter, tutor del antiguo Ejecutivo no reconocido en el este y hombre fuerte del país.

Exoficial del Ejército gadafista reclutado por la CIA en la década de los pasados ochenta y convertido en el principal opositor en el exilio, Hafter asumió en 2019 el control de la mayor parte del territorio y de los abundantes recursos energéticos de Libia gracias al apoyo de mercenarios rusos, principalmente miembros del «Grupo Wagner», propiedad de Yevgeni Prighozin, amigo íntimo del presidente ruso, Vladímir Putin.

El mariscal puso entonces cerco a la capital pero hubo de retirar sus tropas apenas un año y medio después debido al empuje de miles de mercenarios sirios, enviados por Turquía, país que salió en defensa del Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA) creado por la ONU en 2016 y circunscrito en Trípoli.

El pasado octubre, Turquía y Rusia -los dos países más influyentes en el internacionalizado conflicto libio- acordaron una tregua que ha permitido lanzar el actual proceso de reconciliación, liderado por el nuevo Gobierno Nacional de Unidad (GNU), igualmente auspiciado por Naciones Unidas.

TREGUA FRÁGIL

Tanto Ankara como Moscú observan su posición en Libia como un trampolín para su «estrategia expansionista» en África y el Mediterráneo, donde luchan -también con China- por el control de los vastos recursos mineros y energéticos, y el control de las vías marítimas.

Turquía considera, además, el dominio de Libia como un punto de amarre para reforzar su influencia en el seno de la Alianza Atlántica frente a París, y Rusia como una forma de socavar la OTAN, inserto y consolidado en ese «patio de atrás».

«Es importante distinguir entre la Operación Escudo Protector y la renuencia de la comunidad internacional a desarmar a los grupos armados, ayudar a desarrollar las instituciones de Libia y permitir la reconstrucción después del conflicto. La operación de la OTAN terminó en 2011», recuerda a Efe Oana Lungescu, portavoz de la organización.

«Instamos a todas las partes en Libia y a la comunidad internacional a que apoyen el proceso liderado por la ONU. La OTAN ha dejado claro que está dispuesta a asesorar a Libia en el fortalecimiento de sus instituciones de defensa y seguridad, si así lo solicitan las nuevas autoridades libias y cuando las condiciones políticas y de seguridad lo permitan», insiste.

PREOCUPACIÓN CRECIENTE

En privado, responsables militares europeos admiten que persiste una gran preocupación sobre el futuro de Libia y sobre el papel militar creciente que están asumiendo tanto Turquía como Rusia, que se resisten a retirar a las tropas que apoyan en una guerra totalmente privatizada aún viva, atada a una tregua cada vez más frágil pese al aparente avance del proceso político.

Mercenarios del «Grupo Wagner» mantienen sus posiciones en el este, en el estratégico oasis de Al Jufra y en el sur, desde donde han abierto canales de comunicación y cooperación con otras unidades afincadas en Sudán o República Centroafricana a través de soldados de fortuna chadianos y sudaneses y milicias implicadas en la economía corsaria que articula la región.

Turquía, por su parte, tampoco ha retirado a varios miles de los mercenarios sirios reclutados entre la oposición islamista, y sus oficiales han asumido el control de bases de alto valor estratégico en el oeste de Libia como la de Al Watiya, en la frontera con Túnez, desde donde despliega sus drones hacia el Mediterráneo y el Sahel.

«Rusia creció en Libia aprovechando la política de la Administración Trump. Tiene tres bases militares, algo que es increíble», recuerda a Efe Jalel Harchaoui, investigador principal para el norte de África del centro de análisis geopolítico «Global Initiative», y algo «que al gobierno Biden no le gusta» y que ya «trabaja para cambiar», subraya. EFE

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