París celebra a Sarah Bernhardt más allá de la estrella de teatro

Lydia Hernández Téllez

París, 13 abr (EFE).- Cien años después de su muerte, la gran Sarah Bernhardt vuelve a brillar en París, la ciudad donde se convirtió en la primera estrella de la historia, gracias a una exposición en el Petit Palais que muestra las múltiples facetas de la artista, más allá de su vida de actriz.

Cerca de 400 obras y documentos, provenientes de un centenar de colecciones públicas y privadas diferentes, siguen el nacimiento y la evolución de Sarah Bernhardt (1844-1923) como actriz, pero también como artista polifacética, que pasó por la escritura, la pintura y sobre todo por la escultura.

«Sarah Bernhardt no es solo el icono de teatro», afirma la directora del Petit Palaios, Annick Lemoine, «es la primera estrella de la historia», antes de «Greta Garbo, antes que Marilyn y Madonna».

Y es que este «monstruo sagrado», como la apodó Jean Cocteau, encarnó a muchos de los grandes personajes del teatro, cuyos vestuarios recupera ahora el Petit Palais: Cleopatra, Juana de Arco, Théodora… sin olvidar los papeles masculinos, para los que Bernhardt se travestía.

Su fama se debió no solo a su talento y excéntrica vida, sino a su capacidad de presentarse en multitud de formatos, como la fotografía, la caricatura y la publicidad.

«Conocemos mucho a la gran actriz, pero hemos olvidado las múltiples caras de Sarah Berndhart», resalta Lemoine. «No hay una sola Sarah Bernhardt, sino varias y es lo que hemos querido mostrar», añade.

MUSA Y CREADORA

Artista entre artistas, el museo muestra infinidad de pinturas hechas por amigos de la actriz que retrataban a Bernhardt y escenas de su vida cotidiana, pero también recoge por primera vez en conjunto 15 de sus esculturas, entre las que Lemoine destaca un busto funerario a su marido, fallecido por su adicción a la morfina.

«Lo hace como un testimonio de su pasión por este hombre, una loca pasión», cuenta la directora del Petit Palais, para la que esta escultura «llega a mostrar una cierta serenidad tras la muerte, algo que quizá él nunca pudo encontrar en vida».

Sarah Bernhardt se caracterizaba por su gusto por lo excéntrico y su pasión por lo macabro -provocada por una salud frágil que la llevó en varias ocasiones al borde de la muerte-, evidentes tanto en su estridente vestuario, con el que procuraba cubrirse el cuello, como en la decoración del hogar, llena de objetos sorprendentes y extraoccidentales.

Tal era su atracción a lo mórbido que contaba con su propio ataúd, en el que «practicaba su papel», según decía, y en el que se hizo fotografiar.

Todas sus rarezas y provocaciones le valieron multitud de críticas, en ocasiones muy violentas, que se apoyaban en el antisemitismo y en ridiculizar su figura, extremadamente delgada para el canon de la época.

«La criticamos pero la alabamos también. Cada vez que llegaba a una ciudad, en todos los rincones del mundo, los locos acuden. Queremos ver a Sarah Bernhardt aunque no vayamos a comprender el idioma en el que va a actuar», precisa la directora del Petit Palais.

Bernhardt también estuvo entre los bastidores y a finales del siglo XIX dirigió su propio teatro, en el que orquestaba todo: «la puesta en escena, la programación, el vestuario…», explica Lemoine.

Los problemas de la época tampoco le eran ajenos y fue una ciudadana comprometida en los combates de su tiempo, especialmente en la Primera Guerra Mundial, durante la que, aun con una pierna amputada, viajó al frente para actuar y levantar la moral de los soldados.

Actriz, artista, madre y mujer comprometida, Sarah Bernhardt vivió su vida «con una libertad extraordinaria», alaba Lemoine, que la define como «una mujer verdaderamente actual». EFE.

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