Suiza es un país neutral y no es miembro de la Unión Europea. En cambio sí lo es del Consejo de Europa que sopla 70 velas este año. Liliane Maury Pasquier, miembro de la delegación helvética en la Asamblea Parlamentaria desde hace más de diez años, explica cómo funciona la organización.
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Originario de Irlanda, Domhnall trabajó en investigación y escritura en un par de países europeos antes de unirse a swissinfo.ch en 2017. Cubre temas de democracia directa y política y generalmente está en Berna.
Liliane Maury Pasquier: La gente suele confundir el Consejo de EuropaEnlace externo con la Unión Europea. Incluso las personas que saben lo que hago a veces me dicen: “Ah, ¿te vas nuevamente a Bruselas?”
El Consejo de Europa es una organización fundada después de la Segunda Guerra Mundial con el propósito de evitar que volviera a producirse semejante tragedia. Cuenta con 47 Estados miembros, todos los países del continente europeo a excepción de Bielorrusia – el único país que mantiene vigente la pena de muerte.
Desde 1949, el Consejo ha elaborado y adoptado 220 convenios, entre ellos el Convenio de EstambulEnlace externo para luchar contra la violencia contra la mujer y la violencia doméstica, así como el denominado Convenio de LanzaroteEnlace externo para proteger a los niños contra la explotación y los abusos sexuales. Y otros convenios relativos a la protección de datos, la prevención del terrorismo, la lucha contra el tráfico de personas o de órganos. Un amplio abanico de ámbitos, pero que tienen siempre como pilar central el deseo de proteger los derechos humanos fundamentales.
swissinfo.ch: ¿Cuál es el papel de Suiza en el Consejo?
L.M.P.: [En calidad de miembro de la Asamblea Parlamentaria] no puede legislar, pero sí adoptar resoluciones que pueden convertirse en la base de ciertos convenios. Estas resoluciones se envían a los países miembros como “sugerencias”, que constituyen la base para algo menos de la mitad de los convenios del Consejo de Europa.
swissinfo.ch: ¿Cómo puede asegurar el Consejo de Europa que estos convenidos se respeten?
L.M.P.: Disponemos de los instrumentos del multilateralismo. Prestamos apoyo y hacemos recomendaciones a un Estado que no cumple sus obligaciones. No hay procedimientos de sanción, o hay muy pocos. [Pero] si el objetivo es proteger a la población contra los abusos en un ámbito, ¿cómo la protegemos mejor? ¿Acompañando a un país a mejorar la situación o excluyéndolo? El Consejo de Europa no es una oenegé – esta no es una política de “culpa y vergüenza”. Y si excluimos a un país, reina la desprotección total.
swissinfo.ch: ¿Qué ocurrió en el caso de Rusia después de la anexión de Crimea?
L.M.P.: La Asamblea votó una resolución que contemplaba sanciones contra los parlamentarios rusos. Concretamente se les retiró el derecho de voto. Tras ello no hubo una delegación rusa en la Asamblea Parlamentaria durante cinco años, aunque Rusia siguió siendo un Estado miembro del Consejo de Europa y trabajando en otros órganos, lo cual creó una situación problemática en toda la organización.
Hubo un debate sobre si era mejor mantener a Rusia como miembro de pleno derecho o expulsarlo, debido a que había violado claramente el derecho internacional. Considerando que la exclusión de Rusia del Consejo de Europa habría significado que la población rusa – que son más de 100 millones de personas – habrían dejado de estar protegidas por el sistema de convenios, una clara mayoría de la Asamblea Parlamentaria decidió entonces restituir el derecho de voto a la delegación rusa para que decidiera si quería reincorporarse a la Asamblea Parlamentaria.
Foro Mundial para la Democracia
Esta entrevista tuvo lugar en Estrasburgo, durante el Foro Mundial para la DemocraciaEnlace externo del Consejo de Europa, una conferencia anual para debatir los problemas y las perspectivas de la democracia en el mundo. La edición de noviembre de 2019 se celebró bajo el lema “información y democracia” y trató en especial los desafíos que representan las noticias falsas (fake news) y la erosión de la libertad de prensa.
swissinfo.ch: ¿Qué percepción de Suiza se tiene en el Consejo de Europa?
L.M.P.: En general, la percepción de Suiza es buena. En primer lugar, varios de mis predecesores y compañeros en la Asamblea Parlamentaria han trabajado duro y se han volcado a favor del desarrollo de la democracia, por ejemplo. Pienso especialmente en el exdiputado Andreas Gross, uno de los representantes del Consejo de Europa que ha participado en múltiples misiones de observación electoral.
Además, Suiza es un país que a priori funciona bien. El sistema de democracia directa, por ejemplo, se ve a veces como un modelo del que aprender, pero otras también como un riesgo. Hay países a los que un sistema de votación completamente directo les resulta preocupante, sobre todo debido al avance de los movimientos nacionalistas y populistas.
swissinfo.ch: ¿Qué papel tienen esos movimientos nacionalistas y populistas en el Consejo de Europa?
L.M.P.: Están representados y se escuchan voces que a veces están muy alejadas de los valores fundamentales del Consejo. Intentamos contenerlas, pero a veces se pueden llegar a adoptar resoluciones un tanto extrañas, especialmente cuando la participación es baja.
swissinfo.ch: ¿Cómo ha cambiado su visión de Suiza durante su mandato en el Consejo de Europa?
L.M.P.: Hay algunas cosas que eran obvias para mí y que ahora, desde la distancia, entiendo que puedan resultar cuestionables.
Un ejemplo es que los jueces sean nombrados por los partidos políticos. Esto significa que los partidos o grupos políticos que designan a los jueces ejercen cierta influencia sobre los magistrados. Lo hemos visto recientemente cuando la Unión Democrática de Centro (UDC, derecha conservadora) presionó a los jueces cuyo fallo no se ajustaba a los valores del partido. Si esto se repite tendremos que cambiar algo en nuestro sistema. En Europa se considera problemático que los jueces sean nombrados por los partidos políticos.
L.M.P.: Aún no está vigente, pero lamento los cambios propuestos. Creo que es un error no solo en términos de eficiencia para los países afectados, sino también porque puede dañar la imagen de Suiza. El país goza de una buena reputación actualmente, una reputación por su neutralidad y su política de ayuda al desarrollo sin nada a cambio de las inversiones. Con una política más centrada en la defensa de los intereses económicos, corremos el riesgo de ser identificados cada vez más como un país que defiende sus propios intereses bajo el pretexto de ayudar a luchar contra la guerra, el hambre y la pobreza. Sobre todo porque somos un país pequeño, no nos conviene que nuestra reputación se deteriore.
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Suiza celebra 40 años de la ratificación del Convenio Europeo de Derechos Humanos (CEDH), pero no todo mundo está dispuesto a sumarse al festejo. El emblemático tratado y su Tribunal en Estrasburgo son objeto de ataques, sobre todo por parte de la derecha conservadora.
El 28 de noviembre de 1974, Suiza ratificaba finalmente el Convenio Europeo de Derechos Humanos (CEDH), que había adoptado el Consejo de Europa en 1950. Para conmemorar este aniversario, el Gobierno ha presentado un informe de 72 páginas en el que hace balance del trabajo realizado durante las últimas cuatro décadas, así como de las reformas en marcha y el futuro del Convenio.
En este documento, el Gobierno no solo defiende enérgicamente la labor del CEDH, sino que lo considera piedra angular de los valores fundamentales europeos.
“La firma de este convenio hace 40 años ha influenciado y fortalecido el Estado de derecho en Suiza… El CEDH es hoy una referencia para los Parlamentos y para los tribunales federales y cantonales… Y es muy importante mantener esta visión exterior sobre el sistema legal suizo”, señala el informe.
“Oponerse al Convenio no es una alternativa”, añade. Una alusión a la polémica que han generado algunas decisiones recientes del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), en Estrasburgo, especialmente en materia de política de inmigración y asilo.
Datos estadísticos
Entre 1959 y finales de 2013, se interpusieron 644.357 casos ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. De ellos 22.764, es decir, el 4%, llevaron a un juicio.
La mayoría de los casos recibidos procedían de Rusia (16,8%), Italia (14,4%), Ucrania (13,3%), Serbia (11,3%) y Turquía (11%). La mitad de las sentencias se dictaron en contra de cinco Estados: Turquía (2 994), Italia (2 268), Rusia (1 475), Polonia (1 042) y Rumania (1 026). Los jueces condenaron a los Estados en el 83% de los casos. Aun así, 95 de cada 100 casos interpuestos no terminan en juicio al ser considerados improcedentes.
Desde 1974 hasta finales de 2013, se presentaron 5 940 causas contra Suiza, la mitad a partir de 2002. De ellas, 5 516 fueron declaradas no procedentes (93%). En 2013, se interpusieron 445 casos suizos, lo que equivale a 0,55% por cada 10.000 habitantes. La media europea es de 0,80%.
En ese lapso se celebraron 152 juicios relacionados con Suiza. Solo el 1,6% de los casos terminaron en sentencia. La decisión de los jueces suele tardar entre 4 a 5 años.
Por ejemplo, la sentencia que dictó a principios de noviembre el TEDH, por la cual Suiza no puede devolver a Italia a los solicitantes de asilo vulnerables sin obtener antes las garantías sobre su acogida. Sentencia que desató mucha polémica.
Los críticos de este tipo de decisiones –con la Unión Democrática de Centro (UDC, derecha conservadora) a la cabeza– se disponen a lanzar una iniciativa para exigir que el derecho nacional prime sobre el internacional.
Algunos van incluso más lejos. Al día siguiente de publicarse el informe del Gobierno, el diario ‘Neue Zürcher Zeitung’ (NZZ) escribió que el ministro de Defensa, Ueli Maurer (miembro de la UDC) había propuesto durante una sesión del Gobierno revocar la adhesión de Suiza al CEDH.
Walter Kälin, experto en Derecho Internacional y director del Centro Suizo de Competencia para los Derechos Humanos (CSDH), sostiene que sería un paso “serio y peligroso”. De hecho, en Gran Bretaña y Rusia se discuten iniciativas en ese sentido.
“Si Suiza y Gran Bretaña abandonaran el Convenio no sería el fin de los derechos humanos para estos países, ya que ambos cuentan con una cultura arraigada en materia de derechos humanos. Pero sí podría ser una buena excusa para muchos Estados que no conocen una tradición análoga. Y esto sí sería un gran retroceso”, afirma Kälin.
Pocos casos
Mientras los críticos quieren dar la impresión de que Suiza está permanentemente disgustada con Estrasburgo, las estadísticas reflejan una realidad distinta. Suiza es un actor poco relevante. De 1974 a la fecha se han registrado unos 6.000 casos vinculados a Suiza, de los cuales solo el 3% desembocó en un juicio y únicamente el 1,6%, en una sentencia.
La mayoría son casos declarados improcedente porque carecían de sustento legal o porque los tribunales helvéticos pudieron resolverlos.
Como sucede en la mayoría de los Estados, las sentencias que dicta el Tribunal de Estrasburgo no suelen ser recibidas con los brazos abiertos. Pero varias decisiones relativas a Suiza, como los casos Belilos (acceso a la corte), Burghartz (derecho de agregar el apellido de la cónyuge) o Jutta Huber (imparcialidad de las autoridades de detención), que al principio causaron controversia, con el tiempo terminaron por ser aceptadas y condujeron a importantes reformas legislativas.
“No se trata de fallos emblemáticos, sino una serie de decisiones respecto a detalles de leyes obsoletas que han contribuido a que la legislación progresara y brindara una mejor protección", anota Kälin.
Jueces ajenos
Martin Schubarth, antiguo juez federal en Suiza, reconoce los efectos positivos del Convenio, como favorecer la introducción del sufragio femenino y sensibilizar más sobre la discriminación. Sin embargo, considera que el Tribunal de Estrasburgo se inmiscuye demasiado en los asuntos legales de carácter nacional.
“Es inaceptable que un pequeño grupo de jueces, que generalmente no tienen los conocimientos de una autoridad legislativa, atienda temas jurídicos de forma poco democrática en lugar de las autoridades responsables”, declaraba recientemente al diario ‘Blick’.
Y el hombre fuerte de la UDC, Christoph Blocher, se hizo eco de estos comentarios. “¿No debemos acaso confiar en los jueces federales para la resolución de los problemas ligados a los derechos humanos? Esos son los principios asentados en nuestra Constitución desde mucho antes de que naciera el CEDH. El problema es que el Convenio decide las cosas a la distancia. Y las consecuencias, lo que sucederá posteriormente, no les preocupa a estos jueces”, afirmaba en un reciente entrevista al dominical ‘Le Matin Dimanche’.
Convenio y Tribunal
El Convenio Europeo de Derechos Humanos es el tratado más importante del Consejo de Europa. Fue adoptado en 1950 y entró en vigor en 1953. Su ratificación es un requisito previo para adherirse a la organización.
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos supervisa la aplicación del Convenio en los 47 Estados miembros del Consejo de Europa.
Cualquier persona puede presentar denuncias de violación de derechos humanos ante el Tribunal de Estrasburgo, una vez agotadas todas las posibilidades de apelación en el país miembro en cuestión.
Pero Kälin replica que los jueces de Estrasburgo no deberían ser considerados “ajenos”, ya que al ratificar el Convenio y el Protocolo Adicional de 1994 –que dio paso al establecimiento formal del TEDH– “Suiza tomó la decisión soberana de aceptar la jurisdicción de Estrasburgo”.
Además, Suiza puede designar a uno de los 47 jueces –puesto que actualmente ocupa Helen Keller- e influir en la elección de los magistrados a través de la Asamblea Parlamentaria del Consejo Europeo, donde está representada por una delegación. Por otra parte, no se puede pronunciar ninguna sentencia contra Suiza sin consultar antes a un miembro del tribunal de nacionalidad helvética, agrega Kälin.
Reformas en marcha
En su informe, el Gobierno dice también que tiene muy en cuenta las críticas, porque le permitirán sopesar y fijar su posición ante futuras reformas del Convenio y el Tribunal.
Pero una forma de avanzar y reducir la tensión actual es poner más énfasis en el llamado principio de subsidiariedad. Es decir, que Estrasburgo tenga menos peso y que la responsabilidad primaria de garantizar y proteger los derechos humanos en un país recaiga en sus propias instituciones (Gobierno, Parlamento y tribunales).
Kälin destaca que este enfoque no es nuevo. Sin embargo, reconoce que si se compara la forma en la que son abordados algunos casos en el presente y la manera en la que se atendían en la década de los 90, podría criticarse al TEDH por ir demasiado lejos en la actualidad y por olvidar el principio de subsidiariedad.
Como ya sucedió en otros países, el Parlamento suizo realizó hace poco una consulta sobre si debe ratificar o no el llamado ‘Protocolo 15’ del Convenio, que ancla el principio de subsidiariedad en su preámbulo, haciéndolo también más transparente y accesible. Con excepción de la UDC, los partidos políticos parecen apoyar el proyecto.
Varias reformas han mejorado el funcionamiento del Tribunal. Algunas, como la introducción de jueces individuales, ayudaron a reducir la demora en el tratamiento de las demandas interpuestas. Actualmente, hay cerca de 80.000 casos pendientes, la mitad de los que había en 2011. Y el TEDH estima que será capaz de equilibrar el número de casos nuevos y el de casos resueltos próximamente.
Pero Suiza, que ha defendido las reformas del Convenio desde los años 90, pide más. Durante su más reciente visita a Estrasburgo, la ministra de Justicia, Simmonetta Sommaruga, afirmó que apoyaba la conferencia ministerial prevista en Bélgica para el verano de 2015 en la que se discutirá uno de los principales problemas a largo plazo que enfrenta el TEDH: la aplicación de las sentencias por parte de los países miembros.
Miles de casos similares a los que ya ha despachado llegan a las manos de los jueces de Estrasburgo procedentes de países que carecen de una estructura jurídica eficiente.
“Tal vez las conferencias para realizar reformas que tuvieron lugar en Interlaken (1998), Izmir (2011) y Brighton (2012) despertaron cierto grado de conciencia entre las diversas autoridades, pero aún hay mucho trabajo por hacer”, afirma Frank Schürmann, experto legal de la Oficina Federal de Justicia.
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