Suiza, una potencia oculta en el corazón de Europa
Su larga experiencia en el arte de la diplomacia, su posición neutral y su fortaleza económica convierten a Suiza en uno de los países clave en el escenario geopolítico mundial. Aun así, suele subestimarse su status como potencia. ¿Por qué? Entrevista con Lucio Caracciolo, director de la revista Limes, que acaba de publicar un número dedicado a la Confederación.
En el corazón de Europa, hay un pequeño país que ha transformado su complicada posición geográfica en su mayor fortaleza. Suiza ha recorrido un largo camino desde ser un Estado neutral, muy codiciado por los imperios europeos para estabilizar la región tras la caída de Napoleón (1814), hasta alcanzar una economía próspera conocida por la estabilidad de sus instituciones.
Pero a pesar de que sigue desempeñando un papel primordial en el orden geopolítico mundial, a menudo se considera a Suiza como un país aislado y ‘sui generis’, que quiere estar en Europa sin formar parte de la Unión Europea y cambiar el curso de la guerra en Ucrania sin unirse a la OTAN.
En resumen, Suiza es una potencia menospreciada. «La ignoramos porque la damos por sentado. Pero en realidad es uno de los países más importantes del mundo», afirma Lucio Caracciolo, director de la revista italiana de geopolítica LimesEnlace externo.
Caracciolo presentó el lunes en Berna el número dedicado a Suiza, con el emblemático título «Suiza, la potencia oculta».Enlace externo Lo entrevistamos para descubrir por qué la Confederación es un país clave, no solo para Italia y Europa, sino para el mundo entero.
SWI swissinfo.ch: Usted sostiene que Suiza es uno de los países más importantes del mundo por su refinada diplomacia. ¿Es eso suficiente para calificarla como «potencia oculta»?
Lucio Caracciolo: Suiza ha tenido una función mediadora muy importante muchas veces en la historia. Más allá de los aspectos de contención de la violencia, Suiza fue, por ejemplo, uno de los países impulsores de la construcción de la Conferencia de Helsinki para la Seguridad y la Cooperación en Europa [celebrada en Helsinki y Ginebra de 1973 a 1975, NdeR], cuando el mundo se dividió en dos bloques enfrentados. Esa conferencia inició la apertura del sistema soviético.
Todavía hoy, en la guerra de Ucrania, las partes rusa y ucraniana mantienen negociaciones secretas en SuizaEnlace externo. En resumen, la Confederación es buscada y, desde este punto de vista, es una potencia. Si luego tomamos los datos cuantitativos de la industria helvética, por ejemplo, su poder se hace aún más evidente. A lo que se suma la potencia tecnológica, los institutos de excelencia como las escuelas politécnicas. No es casualidad que los mejores científicos y científicas alemanes, italianos y franceses vengan a trabajar a Suiza. Por supuesto, lo hacen porque les pagan el doble, pero también porque se encuentran dentro de estructuras eficientes.
Por no hablar de la capacidad que el país tiene para acoger a una proporción impresionante de extranjeros [en torno al 26% de la población en 2022, NdeR], logrando, al menos hasta ahora, gestionarlos de manera que se integren en el sistema y que no sean un factor perturbador.
¿No cree que la ausencia de Suiza en mesas de debate decisivas como las de la Unión Europea y la OTAN, de las que el país no es miembro, es una debilidad de esta potencia?
Yo diría que no, en el sentido de que éstas no son necesariamente las mesas decisivas. A menudo, más bien, son las discusiones que Suiza organiza, no siempre de manera perceptible, para quienes tienen problemas por resolver, como una guerra, por ejemplo. Y aquí es donde aparece el aspecto «oculto» de la potencia helvética.
Aunque Suiza siempre se ha negado a ingresar a la Unión Europea y a la OTAN, esto no significa que no quiera encontrar ámbitos de cooperación con ambas. Recientemente, por ejemplo, Suiza dio un paso adelante al aplicar -o al menos suscribir- las sanciones europeas contra Rusia. Sabemos también que incluso durante la Guerra Fría, Suiza era formalmente neutral, pero en caso de guerra habría estado del lado de la OTAN.
Considero que debemos mirar un poco más allá de las siglas. Tal vez los suizos hayan entendido que la Unión Europea y la OTAN no son conjuntos tan atractivos de los cuales puedan obtener algo que ya no tengan, mientras que al estar fuera de ellos se destaca más su diversidad y singularidad.
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¿Qué papel puede desempeñar Suiza en este momento geopolítico tan sensible, caracterizado por dos guerras -en Ucrania y en Medio Oriente- que comprometen a las potencias mundiales, dado que la mediación se está desplazando hacia el sur, hacia Turquía y la Península Arábiga?
Creo que Suiza sigue teniendo una notable capacidad de mediación, sobre todo porque es capaz de resolver problemas y continúa siendo un facilitador. Y esto a pesar de que Rusia dice oficialmente, a través de Lavrov [el ministro ruso de Asuntos Exteriores, NdeR], que Suiza ya no es un país neutral. En realidad, es evidente que el Kremlin considera a Suiza al menos útil, ya que también la utiliza para negociar con Ucrania.
Además, la Confederación también acogerá una primera ronda de negociaciones de paz, aunque de forma bastante unilateral, porque Ucrania estará allí pero Rusia estará ausente.
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Con la guerra en Ucrania y la adopción de sanciones contra Rusia por parte de Suiza, parece que la noción de neutralidad suiza está evolucionando. ¿En qué dirección se moverá la neutralidad suiza? ¿Seguirá teniendo peso?
La neutralidad no es un código, es casi un sentimiento, una forma de ser y de hacer que se reconoce desde fuera más que afirmarse desde dentro. De hecho, no es un objetivo en sí mismo inscrito en la Constitución helvética, pero es parte de algo más importante que la Constitución, que es el sentido de identidad suizo. Esto explica la resistencia suiza a cuestionar este tabú, porque es un tabú.
Y aquí se entiende aún mejor la cara oculta del poder suizo: ser neutral permite estar un poco más cubierto en todos los frentes.
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Sin embargo, Suiza parece estar llena de contradicciones: por un lado, ha sido capaz de integrar todas las diferencias lingüísticas, culturales y religiosas y crear una nación; por otro, es un país donde el partido más votado lucha contra la inmigración y el aislacionismo es su bandera. ¿Cómo interpreta esto?
Los partidos políticos en Suiza no son como los entendemos en Italia y en la mayoría de los países. Es decir, no son factores decisivos en un sistema que es consensual y contractual, porque se basa en una especie de negociación permanente. Los problemas se abordan desde abajo [a través de votaciones popularesEnlace externo NdeR] y luego se resuelven de forma a menudo muy pragmática e irregular mediante acuerdos entre grupos de interés que se reconocen como tales, aunque quizá tengan ideas muy diferentes. Por lo tanto, hay un grado de homogeneidad entre las élites suizas que les permite resistir las presiones ideológicas.
Usted ha manifestado que Suiza es el país de la administración, mientras que Italia es el país de la política. Pero, aunque diferentes, los dos vecinos están unidos por una frontera terrestre -la más larga para ambos- y por una afinidad lingüística y cultural. ¿Deberían consolidar más sus relaciones? ¿Cuáles son los temas más importantes?
Aún queda mucho por hacer para mejorar las relaciones entre Suiza e Italia. A pesar de que en Suiza hay cerca de un millón de italianos, italohablantes e italófilos, todavía faltan algunos elementos fundamentales. Por ejemplo, las conexiones de infraestructura son modestas en comparación con el potencial, y las inversiones mutuas, en particular las suizas en Italia, son importantes, pero se podría hacer más desde el punto de vista económico. Además, con demasiada frecuencia, las relaciones ítalo-suizas siguen estancadas entre el Tesino y la Lombardía, una pareja que en parte se ama y en parte se detesta -y quizá se deteste más de lo que se ama-, lo que corre el riesgo de frenar las relaciones entre Berna y Roma.
Texto adaptado del italiano por Norma Domínguez / Carla Wolff
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