El sueño de la solidaridad pasó por Nicaragua
El sueño de un mundo más justo y solidario llevó a Nicaragua a unos 800 suizos que quisieron apoyar a la revolución sandinista. Un libro recoge su historia.
A juicio del historiador Thomas Kadelbach, el balance de esa cooperación es limitado en el plano material y político, pero ha servido para sensibilizar a los suizos sobre la problemática Norte-Sur.
Una vez llegados al poder en 1979 -tras derrocar al dictador Anastasio Somoza-, los revolucionarios sandinistas se vieron en una posición delicada al comenzar los años 80. Sin el mínimo deseo de tener en puerta una nueva Cuba, el presidente de Estados Unidos en aquella época, Ronald Reagan, quiso la desaparición del flamante régimen.
Entonces nació en varios países occidentales un movimiento de solidaridad con Nicaragua. En Suiza, 21 comités locales lanzaron en 1986 acciones para asegurar la superviviencia de la revolución: recaudación de dinero y material de primera necesidad, intervenciones ante las autoridades, etc.
Varias formas de voluntariado
Los voluntarios acudieron al lugar para actuar en tareas concretas de apoyo. «Después de todo, no cabe duda que fue la expresión de solidaridad más concreta con la revolución sandinista», señala Thomas Kadelbach.
Aludiendo a la dimensión internacionalista de su empresa, esos voluntarios adoptaron el nombre de «brigadistas». A pesar de esa denominación, su compromiso era puramente civil. «Los órganos de solidaridad responsables de las brigadas prohibían a los participantes intervenir en actividades militares y llevar armas», precisa el historiador.
La primera brigada suiza -constituida por un comité de solidaridad en Ginebra-, llegó a Nicaragua en verano de 1982. Integrado por una cuarentena de personas, colaboró en el campo pacífico del país. Hasta 1990, unos 800 suizos habían ido a Nicaragua en brigadas.
Se crearon varios tipos de brigadas. Las «brigadas de corta duración, no especializada» eran de lejos la categoría más importante (más de tres cuartas partes de los efectivos). Estaban abiertas a todas las personas interesadas en participar en proyectos de uno a dos meses en Nicaragua, independientemente de sus calificaciones profesionales.
Pero también se formaron brigadas profesionales (agricultores, personal médico, etc.) cuyo tiempo de actividad era más prolongado.
Retrato robot
Thomas Kadelbach recurrió a formularios de inscripción en las brigadas y estableció contacto con un centenar de antiguos brigadistas. Eso le ha permitido trazar un verdadero retrato robot de los voluntarios.
«La edad media de los participantes en el momento de su compromiso ronda los 27 años», declara el historiador. «En cuanto al perfil socioprofesional, se corresponde con el perfil general establecido para los activistas de nuevos movimientos sociales. Por tanto encontramos numerosos especialistas de los ámbitos social y cultural».
Esos voluntarios pertenecen mayoritariamente a la clase media y son sensibles a ciertos valores post-materialistas como la ecología o la calidad de vida. «En fin, el carácter urbano del moviemiento es evidente», puntualiza Thomas Kadelbach.
«En cuanto a las motivaciones y al significado de su compromiso, la mayoría de los militantes deja entrever una firme voluntad de que los acontecimientos en Nicaragua coincidan con la realidad suiza. Trabajando en Nicaragua, los brigadistas construyen también su sociedad», declara el historiador.
Balance mitigado
Al final de su libro, Thomas Kadelbach trata de hacer un balance del compromiso de los brigadistas. En el plano material es bastante limitado. «En comparación con el respaldo oficial y privado en el marco de la ayuda al desarrollo, el aporte de la solidaridad para la realización de sus propios proyectos sólo tiene una importancia relativa».
En el plano político no hay resultados. Los esfuerzos de sensibilización no impiden que, en 1986, una delegación parlamentaria suiza viaje a Nicaragua y la denuncie como un país comunista y totalitario.
Las autoridades sandinistas contaban asimismo con los voluntarios internacionales para evitar una invasión estadounidense. Aún aquí, el balance es mitigado. «Estados Unidos nunca pensó seriamente invadir el país. Prefirió desestabilizar el gobierno creando un conflicto de baja intensidad mediante milicias contrarrevolucionarias», explica el historiador.
«La actuación de los brigadistas es un fracaso en la medida en que no pudieron realizar sus objetivos; es decir, consolidar la revolución sandinista y construir una nueva sociedad. En cambio el balance a largo plazo es positivo, porque han sensibilizaco a los suizos sobre la problemática Norte-Sur y las cuestiones del desarrollo», concluye el autor.
swissinfo, Olivier Pauchard
El libro «Los brigadistas suizos en Nicaragua (1982-1990)» surge de una tesina de licenciatura de la Universidad de Friburgo.
Ha sido publicado en la colección «Aux sources du temps présents» que, desde hace diez años, permite editar las mejores tesinas en historia contemporánea.
Publicado en 300 ejemplares, está disponible en librerías o puede ser pedido a la Facultad de Historia Contemporánea de la Universidad de Friburgo.
Antigua colonia española, Nicaragua es independiente desde 1821.
Desde comienzos del siglo XX, Nicaragua ha sido cada vez más sometida a la política estadounidense. En 1901, el presidente Teodoro Roosevelt inició la política del garrote contra Managua.
El clan Somoza se instaló en el poder en los años 30 y reinó en el país hasta 1979.
Los revolucionarios sandinistas derrocaron al presidente Anastasio Somoza en julio de 1979 e instauraron un gobierno de inspiración marxista.
Las milicias contrarrevolucionarias financiadas por Estados Unidos obstaculizaron la vida del gobierno. Finalmente, las elecciones libres de 1990 marcan la llegada de la democracia. Los sandinistas aceptan esas elecciones a cambio del desarme de los ‘contras’.
Los brigadistas trabajaron sobre todo en una zona fuertemente afectada por la actividad de las milicias antirevolucionarias (contras).
En la mayoría de los casos, los enfrentamientos armados no afectaron a los voluntarios suizos.
Pero el peligro era real. Dos cooperantes suizos (maurice Demierre e Ivan Leyvraz) fueron asesinados por los contras en 1986.
Los hechos hicieron que el gobierno suizo limitara las zonas donde los ciudadanos helvéticos podían trabajar en proyectos públicos.
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