40 años después, el cantón más joven de Suiza no se ha hecho adulto del todo
Nacido en 1979, el cantón más joven de Suiza debe todavía mucho al sistema federal que le ha visto nacer, tanto política como económicamente.
“Ciudadanos: ¡Victoria!”, proclamaba hace cuatro décadas François Lachat, uno de los padres fundadores del cantón del Jura, ante miles de personas reunidas para celebrar el nacimiento del cantón en la Place de la Liberté de Delémont, una pequeña ciudad situada al noroeste de Suiza que se convertiría en la capital cantonal.
Tras décadas de lucha, negociaciones y referéndums, la creación de este cantón fue aprobada en votación por sus 25 nuevos “hermanos”, y el 1 de enero de 1979 se separó de Berna para convertirse en el más joven de los cantones suizos.
Cuarenta años después, en aquella plaza puede todavía contemplarse el mismo tilo, con más de 200 años, alzándose alto y soberbio frente a los escalones que conducen al Ayuntamiento; a su lado se encuentra la misma fuente, aún más antigua, y cuyo estilo bernés constituye una referencia irónica a la antigua fuerza de ocupación. Tan solo una familia de turistas chinos haciendo fotos –ciertamente algo que hubiera parecido extraño en la década de 1970- sugiere que el tiempo ha pasado.
Y, efectivamente, el tiempo ha pasado. En el caso del Jura, el suficiente para construir un cantón y una administración que funcionen, con todo lo que eso supone: unos presupuestos realistas, un sistema impositivo, una administración pública, matriculación de coches, carreteras, relaciones exteriores.
¿Cómo ha logrado todo esto el nuevo cantón?
Construcción de un cantón
Con dificultad, y no de la noche a la mañana, asegura Fabien DunandEnlace externo, un experiodista que en 1979 participó en los actos de celebración en Delémont y que publicó en 2015 una biografía de Lachat.
Una vez conseguidos los objetivos políticos, comenta Dunand a swissinfo.ch, hubo tres elementos de vital importancia para dar vida al nuevo cantón: tener una administración pública, una infraestructura para que los funcionarios pudieran trabajar y, sobre todo, dinero.
La primera necesidad se resolvió con un entusiasmo civil impresionante: en un cantón de casi 70 000 habitantes se recibieron más de 4 000 candidaturas para cubrir 450 puestos de la administración pública. La segunda se resolvió, al menos inicialmente, echando mano de la improvisación: la nueva administración del Jura se puso a trabajar en apartamentos de alquiler, utilizando como escritorios cajas de madera y trabajando muchas horas.
Disponer de efectivo fue más complicado. Para ello hubo que regresar de nuevo a Berna con objeto de hacer efectivo algo que a punto estuvo de no materializarse: la Cancillería Federal rechazó inicialmente un “préstamo de arranque” de 40 millones de francos (40,77 millones de dólares) y François Lachat tuvo que amenazar con no asumir la independencia del cantón el 1 de enero de 1979 para que esos fondos fueran liberados, libres de interés. Esa cantidad permitió que el Jura se dirigiera a los principales bancos suizos para solicitar otros 80 millones de francos necesarios para invertirlos en hospitales, escuelas, justicia y policía.
¿Qué hubiera ocurrido de no haber dispuesto del dinero? Es difícil de decir. Pero Dunand señala en su obra que incluso con la financiación obtenida, Lachat –que además de presidente del primer gobierno del Jura era también ministro de Hacienda– cerraría cada noche de viernes los libros de cuentas con temor a una bancarrota inminente, lo que le llevó a tomar en los primeros seis meses algunas medidas draconianas.
Medio en broma medio en serio, Lachat decretó que “sudar la camiseta” sustituiría parcialmente a la calefacción y exigió que la temperatura de los locales de la administración no superara los 18 grados. Dos días después, las secretarias trabajaban con bufandas y mitones. Rápidamente se dio carpetazo a esa idea.
No fue precisamente un paraíso
Como probablemente podría atestiguar cualquier persona que haya participado en el poco común trabajo de construir un Estado, el “sudar la camiseta” era algo más que un simple eufemismo: los funcionarios públicos y especialmente los ministros del gobierno (incluido Lachat) trabajaron hasta el agotamiento para conseguir poner en pie la nueva administración.
“Después de unos cuantos meses de trabajo, estaba muerto”, afirmaba Lachat. “Nadie contaba las horas”. O como dijo su colega Jean-Paul Beuret, ministro de Economía en el primer gobierno del Jura, “construir un Estado no es precisamente un billete al paraíso terrenal”.
Hubo que organizar e imprimir las placas de matrícula de los vehículos (una de las tareas iniciales más importantes, asegura Dunand, pues los ciudadanos deseaban fervientemente llevar el simbólico “JU” en sus coches); se necesitaba imponer impuestos y luego recaudarlos (en aquella época, y con objeto de generar los ingresos necesarios, el Jura tuvo uno de los regímenes fiscales más duros de Suiza); había que seducir y traer a inversores (el Jura era una región bastante aislada geográficamente y subdesarrollada).
Y todo esto sin mencionar la espinosa cuestión de los recursos ya presentes en un cantón gobernado anteriormente por la vecina Berna. ¿A quién pertenece ese hospital, construido por Berna pero ahora en territorio del Jura autónomo? ¿De quién es la responsabilidad de esta cárcel, y quién tiene que pagar la vigilancia de los presos? Cuestiones que solo se resolvieron después de seis años de duras y agrias negociaciones.
Seguimiento del proceso
Cuatro décadas más tarde, ¿ha resultado positivo el esfuerzo “providencial” (palabra empleada por Dunand en la descripción de Lachat) que realizaron los políticos pioneros del Jura?
Cuando swissinfo.ch se reúne con el actual ministro de Hacienda, Charles Juillard nos recibe, vestido con una camisa de manga corta, en su despacho en el que hay dos escritorios. El propio ministerio, a las afueras de Delémont, guarda todavía un sospechoso aspecto a bloque de viviendas.
Juillard tenía 16 años cuando se creó el cantón. Ahora tiene 56 y ha sido ministro de Hacienda durante los últimos 13 años, dos menos del límite constitucional para dicho cargo. Cuando tuvo lugar esta entrevista tenía previsto dejarlo y presentarse a las elecciones al Consejo de los Estados (cámara alta federal) que se celebrarían a mediados del pasado mes de octubre.
Considera que ha habido un gran progreso en estos 40 años, tanto que cree que se puede hablar de “una especie de normalización”. El cantón del Jura se ha acostumbrado a la autonomía, a encontrar soluciones a sus propios problemas y a trabajar en el marco del sistema federal.
“La caza de inversores” de las últimas cuatro décadas ha permitido que el cantón pasara de ser un “rincón olvidado” de Berna a una entidad que -afirma- se ha hecho con el control de su propio destino. Grandes proyectos, como la importante autopista que atraviesa la región y la une a la vecina Francia, tal vez no se hubieran realizado si los responsables del Jura no hubieran sido capaces de ir a Berna a defender su caso ante las autoridades federales.
El historiador Christoph Koller ha escrito hace poco en el diario Le Temps que, en su cuadragésimo cumpleaños, la economía del Jura está lejos de atravesar una crisis de madurez. A pesar de las dificultades habidas a lo largo de estos años el sector industrial (principalmente relojería y fabricación de piezas de maquinaria) se ha mantenido fuerte y sigue dando empleo al 40% de los trabajadores, mientras que el sector terciario se ha disparado, pasando del 32% al 56% del total de empleos entre 1975 y 2016. La tasa de desempleo es baja (4,6%) y cada día miles de trabajadores de Francia y Alemania cruzan la frontera para acudir a sus puestos de trabajo en el cantón.
A modo de comparación, en Suiza el 21,5% de la población activa trabaja en el sector secundario (industria) y casi el 78% en el sector de servicios. La tasa nacional de desempleo está en torno al 2%.
Juillard subraya también que la tasa de endeudamiento del cantón es relativamente baja y concluye afirmando que “el Jura ahora es un cantón casi como cualquier otro”. Ese casi no se refiere a la situación económica sino al problema político planteado por la ciudad de Moutier, que en 2017 votó abandonar el cantón de Berna y unirse al Jura, aunque las autoridades bernesas anularon la votación. La tensa situación creada sigue sin resolverse (ver más abajo).
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Pero el cantón no está todavía definitivamente fuera de peligro. Aunque Juillard esté firmemente convencido de que “la economía va bien”, su cantón sigue siendo el farolillo rojo del país.
Cada año el sistema suizo de “perecuación financiera” (un sistema de redistribución financiera entre regiones) crea una bolsa gigante en la que los cantones ricos (o ricos en potencial de recursos, como se dice en dialecto) vierten el efectivo que luego reciben los cantones más pobres para equilibrar sus libros de cuentas y mejorar sus infraestructuras. Como se indica en este artículo recientemente publicado, cantones poderosos como Zug o Zúrich son los que más contribuyen, mientras que el cantón del Jura termina invariablemente siendo el mayor receptor de esa bolsa.
“El sistema de perecuación financiera es muy importante para nosotros”, afirma Juillard. Cada año, para un total de gasto cantonal de cerca de 930 millones de francos, unos 160 millones proceden de esa bolsa federal. Una dependencia considerable.
Sin embargo, el político jurasiano afirma que si bien el sistema federal ayuda al cantón a hacer frente a sus gastos y a su difícil situación geográfica también genera trabajo y costes adicionales.
Berna toma decisiones a nivel nacional que deben luego implementarse a escala regional, afirma Juillard, pero no siempre proporciona lo que los cantones necesitan para llevarlo a cabo, y menciona las regulaciones en materia de empleo o de asilo como ejemplos de costosas políticas federales pagadas parcialmente por los cantones.
Lamenta también la reciente revisión del sistema de perecuación financiera, que hará que, a partir de 2020, los cantones más ricos contribuyan un poco menos y, por tanto, que los más pobres pierdan algo de financiación. “Esto no es bueno para los cantones más débiles”, asegura Juillard. “Disponemos de un buen sistema de redistribución en general, pero tenemos que asegurar que siga siendo bueno”.
Juillard critica a las autoridades federales que en un momento de grandes excedentes económicos no dé un paso adelante para reducir las diferencias, demostrando una vez más que en el juego de la política suiza hay siempre una hostilidad difusa entre la Berna federal y los cantones. Estos últimos defienden ferozmente su independencia al tiempo que recurren al Estado federal para todo tipo de coordinación y ayuda.
De hecho, como señala Dunand, cuando se piensa en la situación actual o histórica del Jura (como de otros cantones) se podría decir que el federalismo ha sido tanto una ayuda como un obstáculo.
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Traducción del inglés: José M. Wolff
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