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Red suiza de voluntarias apoya a mujeres migrantes víctimas de violencia

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Mujeres manifestándose contra la violencia de género en Ginebra en 2021. Keystone / Jean-Christophe Bott


Las mujeres migrantes víctimas de violencia doméstica estarán mejor protegidas en Suiza gracias a una reforma legislativa. Sin embargo, para conseguir una defensa real, deben superar también múltiples obstáculos culturales y familiares. Una fundación ha creado una red de voluntarias dedicada a ayudar a esta comunidad.

“Entre las mujeres migrantes víctimas de violencia doméstica, el miedo a perder el permiso de residencia está muy presente”, explica Marisa Dinis, una mujer de Neuchâtel de origen angoleño.

De hecho, cuando se concede un permiso de residencia por reagrupación familiar, este documento pierde su validez si la esposa decide abandonar el domicilio conyugal. Hasta ahora, solo se hacían excepciones cuando las mujeres podían demostrar que eran víctimas de una violencia intensa y reiterada.

Pero en junio pasado, el Parlamento helvético aprobó una reforma a la Ley de Extranjería que entrará en vigor en breve para transformar esta realidad. Permitirá a las personas migrantes víctimas de violencia la renovación de la autorización originalmente obtenida por concepto de reagrupación familiar.

Sin embargo, aunque haya cambios aún es muy difícil para ellas hablar sobre la violencia doméstica que viven. Razón que motivó la creación de la fundación Surgir, basada en Lausana, que trabaja en la defensa de los derechos de las mujeres a través de una red de voluntarios que las apoyan. Conocidas como las “multiplicadoras”, las mujeres voluntarias hablan la lengua materna de la migrante o tienen un acceso cercano a las comunidades extranjeras a las que pertenecen.

“A través de la formación, les damos las herramientas necesarias para recibir los testimonios de las víctimas y para canalizarlas a instituciones de ayuda, si ellas así lo desean”, explica Victoria Molina, responsable del proyecto. Actualmente, el programa se centra en los cantones de Vaud y Ginebra, pero está planeado extenderlo a toda la Suiza francófona y posiblemente en el futuro, a todo el país.

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“Siempre hay que explicar, contar (lo sucedido). A veces sientes que no tienes derecho a guardar silencio”, dice Marisa Dinis a SWI swissinfo.ch SWI swissinfo.ch

Marisa Dinis forma parte de esta red. Es una estudiante de enfermería de 33 años que padeció abuso mental y físico por parte de un padre diagnosticado como bipolar. Su historia personal la impulsó a tomar el compromiso de ayudar a las víctimas.

Su propia historia le ha permitido también entender lo difícil que es hablar de la violencia que se ha padecido como el paso previo para obtener ayuda. “Siempre tienes que explicar y contar (lo sucedido). A veces sientes que no tienes derecho a guardar silencio”, dice.

Mujeres inmigrantes, las más vulnerables

Aproximadamente 25 personas mueren cada año por violencia doméstica en Suiza, el 75% son mujeres, según cifras de la Oficina Federal para la Igualdad. Las estadísticas policiales suizas refieren que 11.479 personas fueron víctimas de violencia doméstica en 2023, el 70% eran mujeres.

La violencia doméstica afecta a todo el mundo, pero las mujeres migrantes son especialmente vulnerables y suelen utilizar menos los servicios de apoyo disponibles, constata la fundación Surgir. “Algunos factores que lo explican son la barrera del idioma, la carencia de vínculos sociales, el desconocimiento de las leyes y estructuras suizas, y también el temor a perder su permiso de residencia”, explica Victoria Molina.

Andrea Velandia vivió una dolorosa experiencia de violencia. “Soy una superviviente”, dice la venezolana que hoy reside en Ginebra. Regresa por primera vez al sitio en donde fue acogida hace años para protegerse de un esposo violento. La institución que conoció ya no existe. En su lugar hay una moderna estación. Sin embargo, la violencia vivida no ha desaparecido de las memorias de Andrea Velandia, quien cuenta su historia con aplomo.

Economista de formación, Andrea Velandia se casó con un suizo que conoció en Venezuela y se mudó a Ginebra con él. “Era una historia de amor perfecta”, recuerda. Pero poco a poco el cuento de hadas se tornó en pesadilla. “La violencia apareció progresivamente, primero era psicológica, después fue física”, relata.

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“En aquella época yo no hablaba bien francés, así que me fue difícil buscar ayuda”, dice Andrea Velandia a SWI swissinfo.ch SWI swissinfo.ch

Andrea Velandia estaba atrapada en una trampa. “Era imposible volver a mi país”, explica. Recuerda que poco después de su partida a Suiza, el gobierno venezolano la incluyó en una lista de personas buscadas por su activismo en favor de los derechos humanos.

Le era difícil pedir ayuda porque estaba aislada. Su marido la disuadía de buscar trabajo. Así que dependía económicamente de él y tenía poco contacto con otras personas. “En aquella época no hablaba bien francés, lo que dificultaba la comunicación”, añade.

Pero Andrea Velandia terminó por no soportar más los insultos, golpes y amenazas de muerte. Así que reunió sus ahorros y huyó para refugiarse en un albergue.

Tras años de lucha contra la precariedad y las secuelas de la violencia, Andrea Velandia ha conseguido reconstruirse interiormente y se ha unido a la red de la fundación Surgir para ayudar a otras mujeres.

El aislamiento y la barrera del idioma

Ruken Azik y Sultan también han recibido la formación para convertirse en “multiplicadoras”. Basadas en Lausana, son dos mujeres que forman parte de lajîn, una organización de mujeres kurdas que lucha por los derechos de la mujer en el cantón de Vaud. Ellas se vieron confrontadas en múltiples ocasiones a la violencia doméstica en su comunidad.

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“Estas mujeres confían en nosotras porque no pueden hablar con nadie más sobre lo que están viviendo”, dice Ruken Azik SWI a swissinfo.ch SWI swissinfo.ch

“Un día me pusieron en contacto con una mujer kurda que necesitaba ayuda. No hablaba francés. Era víctima de violencia doméstica y su marido la había echado de casa”, cuenta Ruken Azik, quien reside en Suiza desde hace dos años. La joven se sintió desamparada ante esta compleja situación, pero acompañó a la víctima a contactarse con diversas organizaciones de ayuda, apoyándole especialmente con la traducción.

“Estas mujeres confían en nosotras porque no pueden hablar con nadie más sobre lo que están viviendo. En Suiza frecuentemente están aisladas. No pueden hablar con sus familias porque el divorcio está mal visto en nuestra cultura. No pueden regresar a Turquía y tampoco confían en la policía”, explica Ruken Azik.

Gracias a la formación recibida, Ruken Azik y Sultan (quien no aparece en la imagen) hoy saben cómo apoyar a las víctimas. Las dos mujeres trabajan también en sensibilizar a los hombres de la asociación kurda, que se reúnen en un local cercano, organizando talleres sobre sus derechos en Suiza. “A veces los hombres nos tienen un poco de miedo”, bromea Ruken Azik.

La violencia pasa por la cartera

La violencia de la que son víctimas las mujeres no solo es psicológica y física, frecuentemente también es financiera, afirma Valérie Koudoglo, voluntaria de origen togolés basada en Bex, en el cantón de Vaud. Koudoglo trabaja para Ébène Suisse, una asociación que promueve la integración, y que ha sido testigo de múltiples situaciones complejas que afectan sobre todo a la comunidad africana, muy presente en su región.

“Muchas mujeres de origen africano llegan a Suiza para reunirse con sus maridos como parte de un proceso de reagrupación familiar. Pero una vez allí, es común que sus esposos les prohíban trabajar y tomen el control total de sus finanzas. Así que viven recluidas, tienen poco contacto con el exterior y dependen totalmente de sus maridos”, explica.

Valérie Koudoglo padeció en carne propia la violencia económica. Llegó a Suiza con nueve años, y más tarde se casó con un hombre de origen africano quien también se había criado en Suiza. “Él no quería que yo trabajara para que me ocupara de los hijos. Quería controlarlo todo, pero era incapaz de gestionar nuestras finanzas. A tal grado que un día se presentó un agente judicial para echarnos de nuestro apartamento”, narra.

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“Recuperé la paz en mi corazón, pero tuve que luchar por ello”, dice Valérie Koudoglo a SWI swissinfo.ch SWI swissinfo.ch

Para Valérie Koudoglo divorciarse fue toda una conmoción interior. “Me era muy difícil porque el divorcio está estigmatizado en África. La familia presiona a las mujeres para que no se vayan”, explica. Así que debió reunir mucha valentía para encontrar un trabajo, un piso y para hacerse cargo de sus dos hijos pequeños. “Recuperé la paz en mi corazón, pero tuve que luchar por ello”.

Hoy ha aprendido a detectar a las mujeres que viven bajo la opresión de sus maridos. “Es más fácil que confíen en alguien de su propia comunidad. Intento orientarlas para buscar ayuda, pero a menudo solo quieren hablar”, dice. Una elección que ella respeta, aunque no es fácil de aceptar. “A veces la situación llega un punto en el que la mujer ya no puede más”, se lamenta.

Hasta este momento, las “multiplicadoras” formadas por la fundación Surgir han logrado ayudar a 12 personas víctimas de violencia en dos años. Un total de 22 voluntarias participaron en el primer ciclo de formación propuesto por Surgir y una treintena más ya está inscrita para el segundo ciclo. “El programa es un éxito y demuestra que está respondiendo a una necesidad real”, dice Victoria Molina.

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Texto revisado por Samuel Jaberg; y adaptado del francés por Andrea Ornelas / Carla Wolff

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