Asalto al Moncada y visión suiza de la época
Raúl Castro, uno de sus protagonistas, preside este miércoles, por última vez, la ceremonia conmemorativa del asalto al Cuartel Moncada. Germen de la Revolución Cubana, el fallido alzamiento se produjo hace 64 años, en tiempos de la Guerra Fría. Diplomáticos suizos, en línea con el Oeste, preferían la dictadura de Batista a la “amenaza roja” de los sublevados.
Raúl Castro
Raúl Castro concluye su mandato presidencial en febrero de 2018. Este miércoles asistirá a su última celebración del 26 de julio, Día de la Rebeldía Nacional, como mandatario.
Raúl, de 86 años, emprendió reformas de alto impacto que se inscriben en la actualización del modelo socialista. La más espectacular, la reanudación de relaciones diplomáticas con Estados Unidos, el 20 de julio de 2015.
El proceso de normalización de relaciones sufrió un retroceso con la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, partidario de una línea más dura.
Ernst Schlatter, titular de la Legación de Suiza en Cuba, “retoma sistemáticamente el punto de vista del régimen [de Batista] que pinta al grupo de asaltantes del Moncada como crueles asesinos al servicio de Moscú”, anota Ivo RogicEnlace externo. En esa lógica, continúa el historiador, “la represión de Batista se hace legítima y útil para salvar al país de los ataques del comunismo”.
El autor de ‘Diplomacia y “Revoluciones”. Mirada suiza sobre Guatemala, Cuba y Chile (1950-1976)’ analiza la política exterior helvética con base en la correspondencia diplomática de la época. La confrontación Oeste-Este impone la visión maniquea del bueno y el malo, representado este último por la Unión Soviética. En la percepción occidental, incluida la helvética, el comunismo es una amenaza y el anhelo emancipador una expresión comunista.
Pero las aspiraciones independentistas de los países latinoamericanos estaban más allá de esa postura reduccionista, como señala el investigador. Cuba, colonizada por España hasta 1899, es convertida hasta 1902 en una suerte de protectorado de Estados Unidos, que se arroga el derecho a intervenir en su política interna, sus finanzas y sus relaciones internacionales, y que ocupa (hasta el día de hoy) la Bahía de Guantánamo, a la que convierte en base militar.
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La obsesión suiza por el comunismo
Y la sujeción no termina ahí, los gobiernos que se suceden permiten el dictado de Washington sobre el destino de la isla. “Estados Unidos garantiza el ‘statu quo’ social para las élites, los recursos principales, como la caña de azúcar y el tabaco, están en manos de la oligarquía y los grandes inversionistas de EE UU. El turismo se desarrolla con juegos de azar controlados por la mafia local y el crimen organizado de EE UU”, agrega el experto.
La parte que nos ocupa del capítulo destinado a Cuba en la obra de Ivo Rogic abarca de 1952 a 1959. Es decir, desde el golpe militar de Fulgencio Batista al presidente Carlos Prío Socarras, hasta el triunfo de la Revolución Cubana. Durante ese período, la lectura en Berna de lo que sucede en la isla pasa por la correspondencia de sus representantes oficiales: Ernst Schlatter (1951-1954) y Franco Brenni (1954-1959).
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Guerra Fría, diplomacia helvética y maniqueísmo
“Inmadurez latinoamericana”
El primero, en funciones durante la asonada de Batista, atribuye esta al estereotipo que Ivo Rogic detecta en su investigación, según el cual “el sistema democrático es incompatible con la América Latina”.
“Cada vez más, llegamos a la conclusión de que aquí, lo mismo que en otros países del hemisferio (…) los pueblos no tienen madurez para lo que ellos llaman democracia. Bajo el signo de la democracia se cometen las peores injusticias contra un pueblo que, al final de cuentas, no es más que una víctima del engaño de los politiqueros”, escribe el diplomático.
El putsch contra Prío Socarrás tiene lugar el 10 de marzo de 1952, tres meses antes de las elecciones presidenciales. Como Batista no tiene posibilidades de triunfar por la vía de las urnas, se impone por la vía de las armas. Asume el poder, anula las elecciones y suspende los derechos constitucionales. El joven abogado Fidel Castro hace una denuncia ante la Corte Constitucional, lo que, a decir de Rogic, obedece más bien a la idea de mostrar a los jóvenes del Partido Ortodoxo la ineficacia de la vía legal y la necesidad de una revolución.
En el origen: el Moncada
El 26 de julio de 1953, un joven Fidel Castro guía algunas decenas de rebeldes en el asalto al cuartel Moncada de Santiago de Cuba. Un primer grupo, encabezado por Raúl Castro, se apodera fácilmente del Palacio de Justicia. El segundo grupo ocupa el hospital sin dificultad, pero el asalto al cuartel fracasa. Tras una fuga de pocos días, Castro y algunos sobrevivientes son consignados a la autoridad. Durante el proceso, el líder rebelde asume su propia defensa con el discurso ‘La historia me absolverá’. Más tarde es indultado y se exilia en México.
Schlatter, que considera a Batista “enemigo de la constitucionalidad”, acaba por hacerse una imagen positiva del golpista merced al anuncio de que luchará contra la corrupción y el gansterismo, y en virtud de que rompe con la URSS y fortalece las relaciones de Cuba con el franquismo. “El general se aleja claramente del comunismo”, informa el diplomático a Berna.
El asalto al cuartel Moncada es el inicio de la lucha revolucionaria contra la dictadura y la aparición de Castro en la escena nacional. En respuesta al “ataque promovido por el comunismo internacional”, Batista decreta estado de urgencia, reestablece la censura e instaura una feroz represión.
Schlatter, bajo la misma visión del régimen, da cuenta a Berna de una “batalla con violencia y crueldad extraordinarias en las que fueron abatidos fríamente civiles y enfermos hospitalizados”. Sin embargo, en la toma del hospital, encabezada por Abel Santamaría, no se registró ningún acto de violencia.
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Fidel Castro: ¿La Historia lo absolverá?
“La dictadura, única vía”
En una carta enviada poco después al Ministerio de Exteriores, evoca Rogic, Schlatter “hace la amarga apología de la dictadura como único sistema para gestionar los Estados de América Latina”.
El titular de la Legación asienta: “La democracia en América Latina es, lamentablemente, sinónimo de incompetencia y de desorden, como la dictadura es sinónimo de trabajos públicos a gran escala (…) Todos los progresos registrados por las repúblicas latinoamericanas fueron obtenidos cuando fueron alejados los principios de la democracia”.
En 1954 y en medio de un clima de violencia, se celebran unas fraudulentas elecciones presidenciales en las que Batista es el único candidato. Ese mismo año, Cuba y Suiza firman un acuerdo de colaboración comercial con privilegios recíprocos para las exportaciones y Franco Brenni reemplaza a Schlatter en la representación oficial suiza en La Habana.
Invitado a la investidura de Batista, el tesinés narra su sorpresa por el fasto de la ceremonia, “comparable al de las monarquías europeas”, pero, sobre todo, la buena impresión que le causa el dirigente cubano “que condena el régimen bárbaro de Rusia”, y “de clara fidelidad a EE UU”. “Es un gobierno constitucional, guiado por un jefe calificado”, afirma.
El entusiasmo del nuevo representante suizo se sustenta, como en su predecesor, en la postura anticomunista de Batista y en la perspectiva de incrementar las inversiones suizas en la isla. Lo mismo que Schlatter, Brenni atribuye las medidas autoritarias del régimen a la necesidad de actuar contra la influencia comunista y “a la falta de sentimiento cívico y de respeto a los derechos y a las leyes” por parte de la población.
Sin embargo, su percepción cambia gradualmente a medida que advierte la brutal represión de un régimen que hace aguas. En abril de 1956, luego de que el Gobierno sofoque a sangre y fuego un intento de insurrección de militares en el cuartel Columbia en La Habana, el diplomático escribe a Berna:
“(el complot) constituye la prueba de que el gobierno actual está lejos de contar con el consentimiento popular que pretende (…) cuanto más aplique mano fuerte, más se orientará la opinión pública hacia la rebelión (…) si los electores pudieran expresar su voto libremente, 60% o 70% estarían en contra del gobierno”.
De México a la Sierra Maestra
El 26 de noviembre de 1956 inicia la epopeya de los Castro: 82 guerrilleros salen del puerto mexicano de Tuxpan, a bordo del Granma, con dirección a Cuba. Llegan a las costas de la isla el 2 de diciembre y desembarcan en playa Niquero, Provincia de Oriente, con dos días de retraso, lo que les impide reforzar a los militantes del Movimiento 26 de julio, como estaba planificado. La sublevación es reprimida y las Fuerzas Armadas, advertidas del arribo de los rebeldes los atacan a su llegada. Solo sobreviven unos 20 que se refugian en la Sierra Maestra.
Las acusaciones de Brenni se hacen cada vez más contundentes. En una carta con fecha del 10 de enero de 1957 se lee: “La represión por parte del ejército y la policía es cada vez más brutal. Los muertos y los heridos se cifran en decenas cada día, mientras que los arrestos ya ni se cuentan. Al terrorismo de los adversarios del régimen se opone el terror de la represión”.
De la misma manera, su euforia respecto al papel salvador de Estados Unidos se desvanece. “El New York Times habla de la nefasta tradición de la demagogia militar en América Latina. Sin embargo, ¿no es una táctica de la política de Estados Unidos apoyar a los ‘hombres fuertes’ en esos países?”.
En una carta al Ministerio de Exteriores del 19 de diciembre de 1957, Brenni denuncia el doble juego de Estados Unidos que suministra armas a Batista y al Movimiento 26 de julio, y acusa a Washington de llevar a Cuba a la decadencia moral: “La Habana parece transformarse en una enorme sala de juego (…) Está suplantando a Las Vegas. Los gánsteres americanos del juego y de la corrupción están ahora en La Habana donde las posibilidades de ganar, escapando al fisco y a los rigores de la policía, son mayores que en Estados Unidos”.
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De Washington a La Habana vía Berna
Finalmente, también su postura con respecto a los insurgentes se modifica.
“Dos años han transcurrido desde el desembarco de los rebeldes en la provincia de Oriente. De los 82 insurgentes que pusieron pie a tierra procedentes de México, solamente 12 habrían llegado a la Sierra Maestra. Hoy, el movimiento ‘fidelista’ controla y domina una tercera parte del territorio nacional y resiste valientemente a un ejército estimado en 40 000 hombres en una lucha sangrienta de la que no puede decirse quien será el vencedor”.
Apenas unos días más tarde, el 8 de enero de 1959, Fidel Castro, acompañado de un millar de rebeldes, entraba victorioso a La Habana. Poco antes, durante la noche vieja, Fulgencio Batista había emprendido vuelo en dirección de Santo Domingo donde el dictador local, Leónidas Trujillo, le daba refugio.
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Cuba-EE UU, hora de arriar la bandera suiza y… ¿reabrir bancos?
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