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El exilio suizo de la última sufragista española

Escultura en hierro de una mujer con un libro bajo el brazo titulado una mujer, un voto
'Una mujer, un voto'. Escultura de Clara Campoamor en San Sebastián, ciudad donde reposan los restos de la sufragista española. Jesus M Pemán

Clara Campoamor fue la indiscutible campeona del sufragio femenino en España. Si las Cortes Constituyentes de la República aprobaron en 1931 el derecho al voto de la mujer fue, en buena medida, gracias a su gran oratoria parlamentaria. Abocada al exilio al estallar la Guerra Civil en 1936, se instaló en la casa de su amiga Antoinette Quinche en Lausana, donde volvería a alojarse en 1955 a su vuelta de Buenos Aires hasta su muerte en 1972.

Este 28 de abril se celebran elecciones generales en España. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, más de 36,8 millones de españoles están llamados a las urnas. Entre los residentes en el país, la cifra de mujeres censadas es de casi 18 millones y supera en más de un millón a la de los hombres. Hace más de cuarenta años que las mujeres españolas participan de la vida política, un derecho que recuperaron con la transición a la democracia.

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Foto en blanco y negro de Clara Campoamor

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Clara Campoamor y el sufragio femenino

Este contenido fue publicado en En 1909 obtiene una plaza como auxiliar femenina en el Cuerpo de Correos y Telégrafos del Ministerio de Gobernación y en 1914 otra en el Ministerio de Instrucción Pública como profesora especial de taquigrafía y mecanografía. En 1917 se introduce en el mundo periodístico al trabajar como secretaria en la redacción del diario La Tribuna.…

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La historia del sufragio universal femenino en España se remonta a la época de la Segunda República. Lo garantizaba el artículo 36 de la Constitución que las Cortes Constituyentes habían aprobado el 9 de diciembre de 1931. Y el 19 de noviembre de 1933 se celebraron las primeras elecciones generales con participación femenina en igualdad de condiciones a los hombres. España se convirtió entonces en el primer país latino en conceder este derecho. Este hito fue obra, principalmente, de la diputada Campoamor.

Homenaje en Lucerna

Este 30 de abril se cumplen 47 años de su muerte. Olvidada durante mucho tiempo, hoy es una de las grandes figuras históricas del feminismo que muchos políticos reivindican, como lo hizo el pasado 6 de marzo el presidente Pedro Sánchez, al visitar su tumba en San Sebastián.

Pero Clara Campoamor también suscita interés en Suiza. El pasado 13 de abril se celebró un acto en homenaje a la sufragista en la librería IberculturaEnlace externo de Lucerna, cuya propietaria es Fátima del Olmo Rodríguez, madrileña que reside desde hace más de tres lustros en Suiza. Cada año la librería, en fechas próximas al 14 de abril, organiza algún pequeño evento conmemorativo de la República. En esta ocasión se proyectó la película Clara Campoamor, la mujer olvidada (2011) y del Olmo, historiadora de formación, se ocupó de contextualizar la cinta, ofreciendo datos biográficos de personajes históricos e información sobre la historia del derecho electoral español.

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Feminista y republicana

En la sala donde tuvo lugar el acto hay una placa conmemorativa en honor a Campoamor que se inauguró el Día de la Mujer de 2017. Y es que Fátima del Olmo siente una profunda admiración por Clara Campoamor. Para ella, “representa, sobre todo, la coherencia; el haber defendido unos principios justos de una manera coherente sin anteponer intereses partidistas. Era una persona que siempre tenía puestas las luces largas. No miraba a corto plazo.”

Además de su feminismo y republicanismo, del Olmo admira en ella su capacidad de trabajo y la vocación de perseverar y de superarse. “Hubo muchas otras mujeres en aquel momento que dieron pasos por el feminismo. Pero casi todas, y eso no les quita mérito, salían de unas élites burguesas y de familias cultas que podían permitirse pagar a sus hijas la estancia en una residencia de señoritas o en un instituto de libre enseñanza. Admiro mucho a Emilia Pardo-Bazán. Pero ella era una aristócrata. Clara Campoamor no procedía de una familia extremadamente pobre, pero humilde, viéndose obligada de pequeña a dejar sus estudios para trabajar. Y eso lo admiro doblemente, porque tenía un punto de partida mucho más desventajoso con respecto a sus contemporáneas que estuvieron en política.”

A orillas del lago Lemán

Los años de sus actuaciones estelares en las Cortes republicanas están muy bien documentados gracias a las actas, pero no los años del exilio, y en particular los años en Suiza. “Es la etapa de su vida de la que menos se sabe”, dice Fátima del Olmo. “Tanto por lo que he leído en sus libros como por lo que han reconstruido sus biógrafos, sus últimos años fueron de muchísima nostalgia. Se sentía bastante extranjera aquí [en Suiza], probablemente más que en Buenos Aires, donde por la lengua seguramente tenía una vida intelectual más rica de la que podía tener aquí. Y supongo que de no ser por la amistad con Antoinette [Quinche, sufragista suiza], hubiese sido muchísimo más triste y más desolador su final. Esa mujer fue su acompañamiento en la vejez.” 

Foto antigua de cuatro mujeres en el año 1929
Clara Campoamor (segunda por la derecha), con Antoinette Quinche (dcha.) y otras juristas suizas, durante el V Congreso de la Federación Internacional de Mujeres Universitarias en Ginebra en agosto de 1929. Zeitung «La Suisse»

“Las memorias que supuestamente empezó a escribir y que nunca se publicaron, se llamaban Con las raíces cortadas, que es un título muy significativo de cómo se debía de sentir ella.”

Una vida “al ralentí”

En una carta de noviembre de 1957, Campoamor escribía sobre su vida en Suiza: “Si bien tengo edad para considerarme entregada al derecho y al castigo de descansar, mi temperamento y mis energías me lo impiden. Salvo trepar las cuestas de esta mansa ciudad, que me fastidian a causa de la presión, o de echar a correr por las calles, la verdad es que me encuentro en las mismas disposiciones briosas que cuando tenía 30 años y, si en mi mano estuviera, volvería a fundar asociaciones, dar conferencias, luchar en el foro”.

A sus 69 años, se sentía con ganas de volver al activismo de antaño, pero confesaba encontrarse “asfixiada” y acusaba la carencia de estímulos. En la misma carta decía: “La lengua, cuando no es la materna, y aunque se la crea poseer bien, es siempre una barrera. El temperamento de esta gente es otro. La mujer, aquí, pese a su admisión en muchas profesiones, solo tiene por ideal la casa y la cocina. Ser ‘bonne ménagère’ es todo su ideal. Aunque con una mayor cultura que la de nuestras mujeres, cosa indiscutible, tiene el pensamiento al ralentí y yo me estrello contra esta falta de viveza, de vida, que se acusa en todo. Por otra parte, aun aceptando este género de vida, sería menos desdichada si pudiera de vez en cuando darme una vuelta por ahí”.

Nostalgia y añoranza

En el exilio suizo sentía mucha nostalgia por España, pero también añoranza por la República, y se daba cuenta del inmenso retraso que suponía el franquismo para la sociedad española. “No hay otro país como el nuestro para el paso atrás y la vuelta al medievo”, decía en una carta fechada en enero de 1959. “Creo que lo único que ha quedado de la República fue lo que yo hice: el voto femenino, pues aunque resulte la ‘igualdad de la nada’, no se han decidido a borrarlo, pero en cuanto a lo demás…” En otra carta de abril del mismo año, no daba por perdido un cambio político en España: “sigo aquí dedicada a múltiples tareas y siempre a la espera del ‘santo advenimiento’ que jamás se produce y que jamás se puede ni prever a través de la lectura de diarios madrileños, que parecen de la época de los godos, con la única diferencia de que éstos se avinieron a convivir con los árabes y los godos de hoy quieren estar solitos”.

Últimos años y muerte

En los años sesenta recibió visitas de España, hizo breves viajes por Europa y encontró tiempo para asesorar a Antoinette Quinche en su despacho. En los últimos años de su vida fue perdiendo poco a poco la vista y en noviembre de 1971 fue intervenida en una clínica en Lausana, esperando recuperar parte de la visión. Pero poco después le diagnosticaron un cáncer. Dos días antes de su muerte le decía a su amiga Antoinette: “Quiero ir a morir a España”. Falleció el 30 de abril de 1972.

Sus restos fueron incinerados y trasladados el 17 de mayo al cementerio de Polloe en San Sebastián. “La urna iba sellada por las autoridades suizas y por el Consulado de España en Ginebra. No hubo dificultad para que atravesara la frontera. Por primera vez desde 1936 no tuvo dificultades para quedarse en España”, relatan Fagoaga y Saavedra en su biografía.  

Tumba de Clara Campoamor en el cementerio de Polloe, San Sebastián
Tumba de Clara Campoamor en el cementerio de Polloe, San Sebastián. Jesús M. Pemán

En la Gazette de Lausanne de aquel día se publicó una nota necrológica. Su autora era Cécile-René Delhorbe, que había coincidido con la fallecida en múltiples foros y que decía sobre los años de su exilio suizo: “Pero en Lausana, ciudad que amaba, pese a nuestra lentitud y nuestro cielo demasiadas veces desapacible, y pese a que se interesaba siempre intensamente por el desarrollo del presente, los recuerdos volvían en masa. La hubiésemos escuchado indefinidamente… pero apenas nos atrevíamos a interrogarla. Y ahora se acabó. No la volveremos a escuchar hablar de poemas ni de novelas ni de política ni de historia, a defender las corridas de toros como obras de arte y atribuir a Luis XIV la decadencia de su amado país. Pero no olvidaremos su coraje, su energía, su brillantez y el talento con el que tocaba su instrumento, la palabra.”

Concha Fagoaga y Paloma Saavedra, autoras de la primera biografía de Campoamor, publicada en 1981, lamentaban el silencio de los medios españoles al conocerse la muerte de la sufragista en el año 1972, “de la que la prensa suiza se ocupó más que la nuestra propia”.

Cita electoral con muchas incertidumbres

En un ensayo biográfico de 2006 el periodista y escritor Isaías Lafuente se refiere a Campoamor como “la mujer olvidada”. Para Fátima del Olmo es la mujer mal recordada. Por eso invita a todos a leer sus discursos parlamentarios, “porque de ellos se pueden aprender muchísimas cosas. Por ejemplo, cómo se puede hacer política de altura o cómo se puede razonar desde principios puramente democráticos y algo más allá del interés cortoplacista. Leerla sería un buen homenaje.”

La propietaria de la librería Ibercultura nunca ha dejado de votar porque considera que tiene una responsabilidad y una deuda histórica con quienes no lo pudieron hacer durante todos los años de la dictadura. En esta ocasión se ha citado con un grupo de amigas para acudir al Consulado español en Zúrich y votar con la papeleta en la mano. “Queremos celebrarlo como un acto festivo.” No obstante, estas elecciones generales las afronta con un poco de vértigo: “Hay una incertidumbre tremenda por el gran número de indecisos. Pocas veces hemos estado tan cerca de tener dos gobiernos radicalmente distintos. Muchas veces hemos decidido entre centro-izquierda y centro-derecha, entre una posición más progresista en lo social y otra más conservadora, pero muy similares en lo económico. Ahora me parece que estamos a medio paso de una cosa o la contraria.” Y concluye: “En este sentido me parecen elecciones apasionantes. Y dependiendo de lo que salga, me van a parecer esperanzadoras o desesperantes.”

Clara Campoamor en el exilio 

En agosto de 1936 abandona Madrid rumbo a Suiza. Se embarca en el puerto de Alicante en un pasaje de bandera alemana con destino a Génova, donde cincos pasajeros falangistas la denuncian antes las autoridades italianas. Es detenida durante cinco horas en la comisaría junto a su madre y su sobrina, que la acompañan.

En Lausana escribe el libro La revolución española vista por una republicana, un análisis político sobre los acontecimientos en la primavera y el verano de 1936. La obra es traducida al francés por su amiga suiza Antoinette Quinche y publicada en París en 1937. En diciembre de 1936 participa en una sesión de la Asociación Valdense de Mujeres Universitarias con una charla sobre “El papel de la mujer en la España republicana”.

En 1938 abandona Suiza y se traslada a Argentina, donde permanece hasta 1955, cuando regresa definitivamente a Europa.

Desde finales de los cuarenta hasta mediados de los cincuenta intenta regresar a España. Pero por estar fichada como masona en el Tribunal de Represión de la Masonería, las autoridades franquistas solo le ofrecen dos posibilidades para volver: pasar doce años en la cárcel o delatar los nombres de sus antiguos hermanos masones y abjurar de sus manifestaciones anticlericales ante las autoridades del obispado. No acepta las condiciones.

Instalada definitivamente en Lausana, en casa de Antoinette Quinche en la Avenida de Evian, núm. 2, se dedica a dar conferencias y a impartir clases en escuelas para adultos y en un ateneo local fundado por ella para ayudar a los trabajadores españoles. Escribe para periódicos europeos y latinoamericanos, participa en diversas organizaciones feministas mundiales y colabora en el bufete de Quinche.

Tras casi 17 años en Suiza, fallece a los 84 años en Lausana el 30 de abril de 1972, víctima de un cáncer. Sus restos son incinerados y trasladados a España.

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